Día Z: Apocalíptico I

17-Hacia la Frontera; Victor.

Él sabía que era mala idea quedarse ahí. En cualquier momento podrían llegar otros supervivientes o peor aún; zombis. Le daba gracia que no sabía realmente a cuál de los dos les tenía más miedo.

Comió. Algo que no había hecho hace varios días. Sació su apetito y tomando una mochila de atrás del mostrador, la llenó con comida y agua para después intentar buscar algo con lo que defenderse. La tienda estaba casi vacía, ya habían ido con anterioridad a saquearla. Empatizaba con la frustración de los anteriores supervivientes de querer llevarse todo y no poder.

Los asaltantes le habían quitado su pistola, así que tuvo que rebuscar entre las herramientas de la tienda algo para defenderse, encontrando solo un machete y un martillo para hacerlo. Sin ninguna otra opción, tomó ambos y se los ajustó en el cinturón.

No se veía a nadie afuera, lo cual le agradó demasiado. Con un movimiento preciso abrió la puerta evitando que sonara la típica campanilla que indicaba que alguien entraba o salía del recinto. Caminó en cuclillas hasta acercarse a la acera más cercana y escondiéndose de carro en carro logró llegar a una manzana de distancia. A lo lejos escuchó un chillido.

No lograba respirar bien, la tensión en el ambiente era tanta que incluso casi podía tocarse y sentirse con una suave textura. El silencio era total y los pasos de sus botas de trabajo sonaban como tacones en madera, como cuando vas a la cocina a medianoche y el mínimo movimiento parece el estallido de una bomba.

Estaba andando lo más agachado que podía entre los autos. Su objetivo era la frontera, que ya la tenía relativamente cerca y sólo le restaban unas cuantas cuadras más.

Miró a dos manzanas de distancia movimiento y se detuvo en seco. Eran dos zombis, caminaban sin prisa, tanta que, además de agobiar, parecía que iban aturdidos.

Los miró entre la ligera niebla y estaba por moverse a otro lado cuando divisó a alguien acercarse a los zombis desde atrás... No, eran dos personas, e iban caminando de la misma manera que Victor; sigilosa. Y al momento de llegar con los infectados, de un movimiento rápido les clavaron en la cabeza lo que parecía una estaca de metal o una daga pequeña. Tras ligeras convulsiones murieron sin hacer ruido alguno y los dos sujetos se fueron casi corriendo por otro lado de la manzana, por lo que Victor los perdió de vista en un instante. Por un momento tuvo curiosidad en seguirlos, pero en el fondo sabía que era mala idea.

«Aún hay una cantidad considerable de gente viva y tratando de sobrevivir», pensó. Eso le daba un poco de esperanza.

Continuó su camino sin desperdiciar más tiempo. Debía llegar tan rápido como pudiera a su destino, cada minuto que tardara más allá afuera sólo aumentaba las posibilidades de que no sobreviviera.

No había avanzado ni media manzana más, cuando se topó de espaldas con un zombi en el hueco que quedaba de un carro a otro. Parecía aturdido o embobado, como si estuviera meditando.

Imitando a los sujetos que acababa de ver, de un movimiento rápido y silencioso blandió su machete y con un sonido sordo y húmedo cortó la cabeza del zombi, la cual rodó por el suelo mientras el cuerpo caía un par de segundos después, como en cámara lenta. Parecía que a pesar de no tener cabeza el cuerpo se negaba a morir, pero de manera inevitable cayó mientras daba espasmos grotescos.

Victor se estremeció y sintió náuseas, no era normal matar para él. En su trabajo hacía que la gente muriera en pena de muerte o sólo entraran a la cárcel, pero era diferente, él no hacía el trabajo sucio… él sólo era el juez, no el verdugo. Miró unos momentos al zombi drenar sangre negra por el cuello antes de avanzar.

De nuevo siguió su camino. Algunos cuantos semáforos seguían cambiando de color entre el silencio y la soledad de las calles. La neblina hacía todo más borroso y de colores menos intensos, parecía como si todo tuviera un filtro que desenfocaba la vista.

Olía a humo y pólvora, Victor estaba aguantando el no toser ni estornudar cuando el aire le entraba a la nariz, era complicado el solo hecho de respirar.

Estaba muy atento en que no le vieran, y pasaba justo al lado de un auto cuando sin haberla visto, pateó una lata…

Hizo un estruendoso sonido que retumbó en las casas y edificaciones como una batería tocada por algún integrante de una banda de rock. Tal era el silencio que reinaba las calles.

Victor se puso pálido y en fracciones de segundo gritos y chillidos se desataron por todos lados. Como reflejo y de una manera excesivamente rápida se tiró al suelo y rodó hacia abajo del carro que tenía al lado. Lo hizo tan deprisa que casi sale por el lado contrario gracias a la inercia del movimiento. Se acomodó en medio de este y se tapó la boca y nariz para evitar hacer el mínimo ruido.

Bastaron diez segundos para que al menos treinta zombis estuvieran al lado de él, gritando y lanzando chillidos aterradores, y se necesitaron treinta segundos para que mínimo noventa zombis estuvieran a su alrededor buscando el origen del ruido.

Victor estaba tan callado que incluso evitaba respirar en aquellos momentos de tensión. Mirara a donde mirara sólo veía piernas desnudas o con ropajes desechos, sucios o rotos. El mal olor se hizo notar de manera rápida, un aroma a putrefacción llenó toda la calle.

Las pisadas y los ruidos producidos por la estampida de muertos vivientes lo tenían aturdido. Chocaban con el auto encima suyo y hacían que se moviera de un lado a otro como gelatina, sólo rezaba para que ninguno cayera al suelo y lo viera ahí acostado; no tendría ninguna oportunidad de sobrevivir si lo detectaban.




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