Día Z: Apocalíptico I

19-Hacia la Base; Michael.

—Bien, lamentablemente es hora de irnos —dijo mientras se encaminaba a la puerta—. Todos fórmense y estense atentos. Y señorita... procure no gritar.

No quería perder más el tiempo. Sabía que el camino iba a ser difícil y mientras más pronto partieran, más podrían asegurar su llegada a tiempo a la base.

Se sentía la tensión en el ambiente, todos caminaban sin querer, a pasos pesados y sin energía. Las respiraciones de frustración sonaban cada vez que bajaban otro escalón, y así hasta llegar a la salida que daba a la calle. Michael sentía un enorme hueco en el pecho, y estaba seguro de que Joshua y todos los de su equipo sentían exactamente lo mismo.

Cuando llegaron a la puerta todos sacaron sus armas y con coraje usado para camuflar el miedo, salieron y comenzaron a disparar a diestra y siniestra a todas las criaturas que miraban y se encaminaban a su dirección.

Ya lo habían planeado con anterioridad: debían salir y disparar para hacer tiempo a que William encontrara un auto apto para su huida.

Iban trotando hacia su objetivo, ya habían visto desde la ventana de su habitación un par de posibles candidatos para ser usados. Buscaban algo grande, al menos lo suficiente como para poder trasladarlos a ellos y tener espacio para alguien más, en caso de que encontraran a más supervivientes en el camino.

Se acercaron a la primera opción; un autobús escolar abandonado a varias casas a su derecha. Entre los disparos y los gritos, el escándalo estaba escalando a tal punto que los zombis salían por montones de cualquier lado, los estaban rodeando. En ningún momento pensaron que hubiera tantos, ni que se fueran a acercar como avispas cuando sacudes un avispero.

—¡Vas a tener que apurarte, Will! —gritó Michael en cuanto su amigo entró al vehículo—. ¡Parecen moscas en la mierda!

—¡Sólo un minuto! —contestó a secas, necesitaba concentrarse.

—¡En un minuto nos iremos a la mierda! ¡No tenemos tanto tiempo!

William movió un par de cables aquí y allá, pero nada se encendió. Parecía como si el auto no tuviera energía, estaba muerto en su totalidad.

—¡No funciona! —gritó con desilusión—. ¡Al siguiente!

—¡Puta madre! —Martin no se quedó callado. Las manos le temblaban como gelatina.

De nuevo corrieron más a su derecha. En el camino, Michael tuvo que usar sus puños y antebrazos para empujar a aquellos muertos vivientes que se acercaban demasiado, parecía como si nunca se fueran a terminar. Cada vez llegaban más. Inclusive Joshua, quien nunca había usado un arma en su vida, estaba disparando una y otra vez, la mayoría de los tiros los fallaba, pero a final de cuentas así acabara con una o dos criaturas ya era una gran ventaja. Miranda, por su parte, estaba en medio del círculo que formaban los militares y su marido. Sentía una extraña sensación en su pecho al ver a su esposo disparar contra los zombis, era como una mezcla entre orgullo y miedo. Cada vez tenía más claro que él era el amor de su vida.

Llegaron a un tipo de camión militar que poseía en el techo una ametralladora ligera y un escudo de cristal blindado cubriéndola. William trepó hasta ella para entrar por el agujero que estaba contigua a ésta, es decir, por donde se asomaba el militar para maniobrarla.

—¡Hazlo encender! —gritó Michael—. ¡Formación defensiva!

Todos los hombres se acomodaron en un semicírculo pegados al frío metal de las puertas del vehículo, dejando a Miranda en medio de ellos y protegiéndola en su totalidad. Comenzaron a disparar frenéticamente a todos los zombis que se acercaban, y que tras cada minuto aumentaban por decenas.

—¡No lo lograremos! —gritó Martin, abrumado por el miedo.

—¡No rompan fila! —ordenó Michael justo antes de que se le acabaran los cartuchos y se percatara de que no tenía más munición—. ¡Puta madre!

 Sacó de la funda su cuchillo militar y se reacomodó en posición de defensa cuerpo a cuerpo. Dio un par de pasos hacia adelante para no permitir que los enemigos se acercaran lo suficiente a la formación y comenzó a blandir su acero con una destreza similar a la de un espadachín. La hoja silbaba el aire cada vez que hacía un movimiento rápido y preciso, todo mientras las balas pasaban a su alrededor creando una ilusión de fuegos artificiales.

Los cortes salpicaban su ropa y armamento de la característica sangre púrpura y negruzca de las criaturas, sobre todo sus guantes, que yacían empapados hasta el tope. Sin embargo, la sangre era tan viscosa que llegaba a tener una textura similar a la de la jalea, no penetraba la ropa y sólo escurría sobre ella. Se esforzaba en cerrar la boca y cubrirse los ojos para que el plasma no tuviera contacto directo con los fluidos de su cuerpo.

   Empujaba, blandía y cortaba con un a agilidad envidiable, incluso sus compañeros quedaban anonadados de lo mortal que podía ser su sargento.

De pronto, se empezó a escuchar un sonido más rápido y pesado, los destellos a su espalda fueron más intensos y a la vez los zombis frente a él caían como la milpa frente a un tractor.

Cuando Michael volteó, miró a Martin encima del camión militar tomando la metralleta de calibre cincuenta que tenía pegada en el techo y, a su vez, también notó a todos entrando por la puerta que hace unos minutos estaba cerrada.




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