Cuando me presenté, dije que era una persona que ama demasiado. Se preguntarán por qué. Bueno, creo que la definición de amar demasiado es entregarse a otra persona sin recibir nada a cambio, perdonar actitudes, hacer cosas que no quieres solo porque le hacen feliz a la otra persona, tener dependencia hacia alguien y compararse o tener baja autoestima constantemente. Tal vez esa es mi definición de amar demasiado.
Como este es un diario, les contaré una anécdota. Cuando yo tenía 15 años conocí a un chico en mi preparatoria y nos volvimos muy amigos. Créanme que ha sido una de las amistades que más me marcó. Yo nunca lo vi como algo más, sin embargo, él sí. Lo rechacé una vez porque no quería arruinar una amistad tan bonita. El tiempo pasó y continuamos siendo amigos, pero se me volvió a declarar. Siendo sincera, le dije que sí por presión. No me enorgullece eso, pero fue el momento y la presión lo que me hizo decir que sí.
Al principio era difícil para mí amarlo porque no me gustaba, pero después de un tiempo comencé a hacerlo, no porque me obligara a amarlo, sino porque con sus acciones me sentía amada y quería que fuera recíproco. Así que comencé a decirle “te amo” más seguido. Ya teníamos confianza, pues fuimos mejores amigos por más de un año. Pero cuando cumplimos los seis meses de relación, cambiaron muchas cosas. Tal vez la rutina lo cansó, no lo sé.
Antes me recogía en mi casa y salíamos. De esos meses para acá, yo era la que iba a su casa en camión, metro, etc. Ya no teníamos salidas ni cosas románticas. Ya no había flores, cartas, chocolates y esas cosas que a veces te marcan una sonrisa en el rostro. Pero yo no me daba cuenta porque ya estaba amando demasiado. Porque el simple hecho de tener una relación con él me bastaba.
Y sí, aguanté cosas que no debía aguantar. Permití faltas de respeto, palabras que lastimaban, actitudes que me rompían, detalles que me herían. Me quedé cuando ya me había ido en pedazos. Y me convencí de que eso era amor. Pero no me importaba en ese momento.
Dirán: “Jocelyn, claramente ya no te amaba”, pero yo no me daba cuenta. Amigos, cuando amas demasiado es como ponerte una venda en los ojos y tener siempre miedo de quedarte sola. Y si alguien lo ha vivido, me entenderá.
Cuando cumplimos ocho meses (creo, ya no me acuerdo muy bien), una tarde cualquiera él me mandó un mensaje diciendo: “Hay que terminar. La relación no es lo mismo que era antes y es lo mejor para los dos.” Les juro que esa tarde me desmoroné demasiado. Traté y traté y traté de hablar con él, de decirle qué me faltó, en qué puedo mejorar, qué quieres que haga para que te quedes. Pero él se fue.
Me perdí intentando que se quedara. Pasé una semana llorando y sentía que mi vida ya no tenía sentido. ¿Cómo iba a superar a la persona con quien viví muchas cosas por primera vez? Porque fue mi primer novio. ¿Cómo se supera a la persona con la que te ibas a casar a escondidas a los 18? (jajaja, creo que muchas pasamos por eso).
Dos semanas después fue mi cumpleaños. Siendo sincera, solo esperaba su llamada, su mensaje o algo de él. Al final del día me marcó y solo me dijo “feliz cumpleaños” y colgó. Ahí me di cuenta que él jamás me amó como yo en un momento lo amé.
No me fui cuando debía. Me dolía más soltarlo que quedarme perdiéndome. Pensaba que si me esforzaba un poco más, todo volvería a ser como antes. Que si le demostraba más amor, más paciencia, más comprensión… él cambiaría.
Pero no cambió. Ni una, ni dos, ni tres veces.
Y al final, me quedé vacía. Cansada. Desilusionada. Con el corazón hecho trizas, preguntándome en qué fallé. Por qué no fui suficiente. Por qué todo lo que di no bastó.
Y ahí empecé a trabajar en mí. Busqué una psicóloga y tuvimos varias sesiones. Y les puedo asegurar que nadie se muere de amor. Yo también estuve ahí, pidiéndole a Dios que me quitara el dolor o que él volviera. Pero ir a terapia ayudó a mi mente. Me hizo entender que el amor está en muchas formas.
Está en esa canción que repites a diario en tu playlist.
Está en tu comida favorita.
Está en ese amanecer o atardecer.
Está en esa flor que a simple vista es bonita.
Y está en tu familia.
El amor no tiene por qué doler y es algo que apenas comprendí. ¿Por qué tenemos que estar llorando en nuestra cama diciéndonos “qué me falta para que me voltee a ver”? ¿Por qué nos comparamos diciendo “qué tiene ella que yo no tenga” mientras ves su perfil de Instagram?
¿Por qué nos pintamos el cabello de un color que no nos gusta solo porque a él sí le gusta? ¿Por qué cambiamos nuestro estilo solo porque él quiere? Hacer eso… es amar demasiado.
Hoy, aún me cuesta sanar. Aún me duele recordar.
Pero también estoy aprendiendo.
Aprendiendo que amar no es desaparecer. Que amar no debería doler. Que quien me quiere no me apaga, no me hiere, no me calla.
Estoy aprendiendo que merezco un amor tranquilo. Uno que no tenga que rogar. Uno donde no tenga que mendigar atención. Uno donde pueda ser yo sin miedo.
Porque amar también es respetar. Es cuidar. Es crecer juntos. Es sentirse en paz.
Y yo, aunque me haya costado entenderlo, también merezco eso.
Volviendo al principio… ¿por qué soy una persona que ama demasiado?
Porque me gusta entregar todo de mí en una relación, en una amistad, en un hobby. Porque esa soy yo.
Pero también, aún estoy aprendiendo a controlar ese amor para que no se convierta en dolor.
– Jocelyn