Mi mamá, en una discusión más con mi papá, tomó la decisión de irse... Esta vez para siempre.
Dijo que ya no aguantaba más, y yo, aunque lo entendí... Sentí que algo dentro de mí se rompió. Ella era como mi mejor amiga.
Cada vez que llegaba de la escuela, ella estaba ahí... En la cocina, esperándonos con la comida lista y una sonrisa cansada, pero cálida. Yo le contaba mi día, cada cosa que me pasaba, y ella me escuchaba... Sin quejarse, sin interrupciones, como si cada palabra mía le importara.
Ahora... Todo eso cambió. A veces viene a visitarnos, y aunque me alegra verla, ya no es igual. A veces, cuando le quiero contar algo, me interrumpe sin querer. Y yo sé que no lo hace con mala intención. Sé que está lidiando con muchas cosas también. Por eso no la culpo.
Pero... Eso no evita que duela. A veces me siento invisible, incluso con ella. Y eso me duele más porque era con ella con quién yo más podía ser yo misma.
Sé que puede sonar egoísta, pero me cuesta visitarla o que ella venga a visitarnos. Porque cuando empiezo a sentirme tranquila, cuando vuelvo a sentir esa cercanía... Llega el momento de despedirnos. Y a veces las despedidas duelen más que las ausencias.