De acuerdo, estaba en la forma más desprotegida, con el alma al aire libre, con el corazón expuesto a una caída al suelo firme. Debiste decirme lo que sentía aquel día, tu corazón estaba acobardado y tus sentimientos neutro; no te culpo por eso, lo causó el momento a solas.
Mary, acepto lo que tu corazón no ha aceptado a lo largo de estos cuatrocientos tres días, pero fíjate, no has perdido nada en lo absoluto, tuviste lo que quería, me tuviste en tus manos, dependía de tus frágiles dedos y tus sentimientos indecisos. Pudiste tener todo lo que quería sin tener mi consentimiento, de hecho, lo tuviste; recuerdo el día ciento dos, estaba tan enamorado que me pediste que me alejara de ti por un tiempo, porque no estabas seguro de los sentimientos por mí, estabas confundida por ese joven Alexi, me contaste que él te hacía sentir especial; sin embargo, acepté porque sentía que volvería, aunque te tomaras un largo tiempo.
Te sientes como una perdedora, aunque el perdedor fui yo; quizás estás así porque yo me voy y te quedas «sola», es primera vez que me voy de ti y no regresaré; a lo largo de este tiempo conmigo te marchaste cuatro veces; nunca lo vi como inconveniente que te fuera, será porque siempre tuve la esperanza de tu regreso. No regresaré a ti como usted lo hizo, de hecho, no sabrás nada de mí por esta vida y las otras.
Cariño, no me escribas, ni intentes escribirme tus cartas de perdón y de arrepentimientos porque no las voy a recibir. Ya me sé tus monólogos para tus cartas, de tantas que recibí pude llenar una caja. Recuerdo el día 68, la primera carta que me entregaste, me escribió que le perdonara, porque no sabias amar e incluyó un poema¹, cuando supe de quién era perdió la esencia cada palabra escrita en ese papel azúl. Ahora sé cuál fue la fuerza que me ató a ti, después de cuatrocientos días, me di cuenta el acompañamiento que le hacias a mi alma vacía; tu presencia en la soledad y angustiada vida.
La segunda carta me llega al día siguiente de la primera, no esperé que llegara, fuiste muy concreta, recuerdo bien que la dejaste sobre mi computadora, tus palabras eran simples, «te necesito», lo escribió cinco veces, comprendí tu angustia, tu soledad y tu miedo. Inmediatamente fui a buscarte para tenerte en mis brazos y calmar tu abatido corazón; en realidad pensé que todo eso era verdadero.
Prometiste y me hiciste prometer una vida junta, noté en tus ojos una verdad. Eran las 17:09 aceptando las promesas con un abrazo y con un beso en la frente, al momento de eso acaba el día cincuenta y cuatro en tus brazos.
El día inolvidable para ti fue la entrega mi primera carta hacia ti, puedo afirmar que después de estos cuatrocientos días juntos aún conservas la carta, en ella escribí el día «treinta y tres»; describí lo maravilloso que eras para mí, me gasté docenas de palabras definiendo lo hermosa que eres; entregué en esa hoja mis profundos sentimientos que nadie había sabido. Pero todo quedó ahí, en ese papel, en tus labios, en tu voz dulce, entre el llanto y amor, en tu olvido.
Poema 1:
Deseo descubrirte con las ansias de mi ser
Deseo tocar la esencia de tu amor
No contemplo tu enigmática manera de amar
No razono tu forma de comprender el amor
Sólo espero los suspiros de tu pasiva entrega...
El lento flujo de tus aguas me hace flotar en el torbellino de mis dudas
Mis sentimientos se calman al sentir la serenidad de tu ser
Mi corazón está expuesta a la libertad de tu gélida alma.