La Gran Enciclopedia de Salixia explica que el nombre de las Montañas Granuladas proviene de su semejanza con montones de grano. Como si alguien hubiera tomado enormes rocas y las hubiera amontonado como si fueran cereales. Nunca he estado en las Montañas Granuladas, pero he visto ilustraciones en libros. Y debo decir que el parecido es mínimo. Montañas como cualquier otra. Solo alguien con una imaginación desbordante podría ver montones de grano en ellas. Pero los eruditos saben más.
Desde hace siglos, en estas montañas se extraía mineral de hierro. En el norte existía una extensa red de minas, que fueron abandonadas tras los ataques del dragón y posteriormente reabiertas.
El dragón siempre habitó en las Montañas Granuladas. Dicen incluso que no era el único. Los libros mencionan que se han avistado al menos cuatro dragones diferentes. Quizás fue un error y solo vieron al mismo en distintas ocasiones. Nadie logró descubrir dónde vivía ni cómo era su guarida. Aparecía desde las altas montañas, allá donde ningún humano había pisado. Se alimentaba de animales salvajes, abundantes en los bosques montañosos. A veces atacaba aldeas y robaba ganado, pero jamás atacó a los humanos. Así lo confirman antiguos registros y estudios académicos. Hasta que algo cambió, y el dragón enloqueció.
Hace quince años, un enorme dragón gris llegó hasta la capital del reino, arrasando todo a su paso. Todos conocen lo que ocurrió después. Hubo muchas víctimas, media ciudad fue reducida a cenizas hasta que lograron someter al dragón. Y ahora, la profecía de que la bestia está libre de nuevo ha sembrado el miedo.
Cuando observaba ilustraciones del dragón, hechas por testigos que lo vieron con sus propios ojos, siempre me asombraba su belleza. No su fuerza (era lo suficientemente fuerte como para levantar enormes rocas), ni su tamaño (junto a él, un ser humano parecía diminuto e indefenso), sino su esplendor. ¡Una criatura asombrosamente hermosa! Su cuello grácilmente arqueado, sus alas amplias e imponentes, su cuerpo reluciente y fuerte, donde cada escama brillaba con distintos tonos. Los testigos lo describían con colores distintos: unos lo veían azul, otros verde; cuando atacó la capital, era gris. Un erudito incluso sugirió que el dragón cambiaba de color según las circunstancias, como un camaleón. Y yo pensaba: "¿Podría una criatura tan hermosa ser tan sanguinaria? Si el dragón es un animal, los animales solo atacan por hambre o para defender su territorio, sus crías, su presa... Pero si el dragón tiene inteligencia, para mostrar tal agresividad debe haber una razón de peso".
¿Tienen inteligencia los dragones? Generaciones de eruditos han debatido este tema sin alcanzar un consenso. Existen numerosas leyendas y cuentos en los que un dragón puede transformarse en humano, lo que implicaría una doble naturaleza. Me gustaría creerlo, pero lo dudo mucho.
Estábamos sentados en la penumbra sobre un banco junto a Marsana, pensando en las Montañas Granuladas, a donde alguien nos había transportado con un hechizo de teletransporte. Cayó la noche y la pequeña ventana se oscureció. La luciérnaga que flotaba en el techo emitía un leve resplandor. Estábamos agotados y hambrientos, aunque al menos no teníamos sed. Orest y Barmuto terminaron el vino de la jarra (yo lo probé un poco y lo rechacé). Marsana dormía.
Hacía mucho frío. Me castañeteaban los dientes. Barmuto se quitó su capa y la colocó sobre mis hombros, lo cual le agradecí profundamente. Pero luego reaccioné:
—¿Y tú?
—Orest y yo encontraremos una solución —dijo el bufón. —Y deja el "usted", Marta. Ahora no es momento de formalidades. Por cierto, mi nombre es Arsen. Barmuto es mi nombre artístico.
—Bien, Arsen —acepté. —Pero cuando volvamos a casa, retomaremos las formalidades. Si mi abuela se entera... no quiero imaginar su sermón. Es muy estricta con esas cosas.
—¿Y yo puedo tutearte? —preguntó Orest, mirándome con seriedad.
—Creo que ya lo hacemos desde hace tiempo —sonreí.
—Tal vez, pero... cuando nos conocimos, no sabías que era un príncipe. Y me gustó ser un simple desconocido, porque con él eras sincera, natural, espontánea. Con los príncipes, las chicas suelen ser... diferentes.
—Majestad, primero debe decidir si es un príncipe o un desconocido —dije con sequedad. —¿Y qué quiere decir con que soy "espontánea"? ¿Me está llamando frívola?
Orest lamentó haber tocado el tema.
—No, no me malinterpretes, neotora Marta.
Antes de que pudiera seguir, Barmuto interrumpió:
—Orest, calla. Cuanto más discutas con una mujer, más equivocado estarás. Confía en mi experiencia. Marta, ¿te importa si te tutea?
—No —asentí.
—Bien —sonrió el bufón—. Pelean tanto que podría pensar que están enamorados.
Orest y yo nos miramos y nos apartamos rápidamente. ¡Jamás me enamoraría de ese bribón! Aunque fuera príncipe o rey. Mentiroso. Espontánea. Seguro se refería a cuando me metí en la fuente. Me levanté y fui hacia la puerta.
De repente, Murkotun erizó las orejas y se tensó. Miraba fijamente la puerta, donde se oían sonidos extraños. Alguien intentaba girar la llave en la cerradura.
—¡Orest, Arsen, vengan aquí! —susurré, haciéndoles una seña. —¡Hay alguien detrás de la puerta!
Los jóvenes corrieron rápidamente y se colocaron a ambos lados de la puerta, pegados a la pared. Orest me agarró bruscamente de la mano y me atrajo hacia él, ordenándome que me quedara un poco alejada, pegada a la pared. Murkotun y yo quisimos protestar, pero decidimos que no era el momento. Ya tendríamos la ocasión de decirle todo lo que pensábamos sobre su falta de tacto. Ahora no era el momento.
Editado: 03.03.2025