Dime "¡no!"

CAPÍTULO 24. El secreto del mago dragón

En la Torre Derecha (sí, realmente estaba situada a la derecha de la entrada al palacio real) reinaba el silencio. Las escaleras en espiral nos condujeron, a las chicas y a mí, directamente a una pequeña sala repleta de mecanismos extraños y abarrotada de herramientas de propósitos desconocidos. A través de las ventanas cerradas, unas curiosas palomas asomaban sus cabezas, pisando los alfeizares. Por todos lados había enormes aparatos parecidos a caparazones de tortuga, cilindros de acero de varios diámetros apilados como pirámides, cosas puntiagudas y espinosas que recordaban a erizos gigantes, y muchas otras cosas curiosas.

Ante mis preguntas sorprendidas, las chicas explicaron que su abuelo había sido un apasionado de la invención. Apoyaba a muchos científicos de todo el reino, les asignaba generosas sumas para sus experimentos, y ellos, por lo general, malgastaban el dinero en maravillas que luego no funcionaban. Con el tiempo, la pasión del abuelo se desvaneció, pero los inventos quedaron. Los reunieron en la Torre Derecha. A menudo se organizaban excursiones para escolares, pero últimamente la torre casi no se visitaba. Las princesas habían encontrado allí un lugar especial al que primero escapaban de las institutrices, y ahora de los pretendientes insistentes y las damas de compañía.

—Mira, Magda —dijo Ala, acercándose a una gran placa rectangular que colgaba en la pared—. Es un expansor de espacio.

—¡Ajá, lo encontré yo! —asintió Mariana con orgullo—. Me caí ahí por accidente.

—Una vez nos escondíamos del pesado del príncipe Petrusius de Drafibend, ¡que ya nos tenía hartas con sus sonetos!

—Estaba apoyada contra la pared —Ala señaló la placa— y toqué sin querer este botoncito, ¡y resultó ser una palanca!

La chica señaló una pequeña protuberancia en el borde de la placa. Si no te fijabas bien, ni la veías.

—La placa desapareció, ¡y me caí dentro de la pared, imagina!

—¡Y yo veo que Alka se cae a la pared! La agarré por la falda y la sostengo —recordó Mariana con alegría—. ¡Ella allá dentro de la pared, y yo aquí en la torre! ¡Un horror!

Las chicas se sonrojaron, sus ojos brillaban y estaban llenas de entusiasmo alegre.

—Esto resulta ser un expansor de espacio (lo llamamos "el Escondite"), amplía el espacio, o sea la habitación, en este caso la torre... —se enredó Ala—. Cuando está activado, aparece una habitación adicional tras la placa, y se puede entrar. ¡Nadie te ve ni te oye, lo comprobamos!

—¡Pero nosotras sí oímos y vemos todo, como si fuera una ventana! ¡Y nadie lo sabe!

—¡Solo nosotras!

—¡Y tú ahora!

—¡Pero no se lo cuentes a nadie!

—¡A nadie, ¿entiendes?!

—Está bien, está bien —tranquilizo a las hermanas.

Ala pulsa el "botoncito" y no pasa nada; la placa, la pared y todo lo demás permanecen igual que siempre. Pero las princesas avanzan con paso firme… hacia la pared.

—¿Y tú vienes? —pregunta Mariana, asomándose desde la pared.

¡Es tan extraño, incluso aterrador, ver a media persona saliendo de una pared!

—¡S-sí! —respondo, me armo de valor y doy un paso.

No siento nada, pero después de dos pasos me encuentro en una pequeña habitación. Hay dos sillas, una mesa, y una manta tendida en el suelo.

—¡Ya lo tenéis todo montado! —asiento con aprobación.

—Pues sí, a veces te pasas aquí un buen rato, y se vuelve aburrido, además es incómodo estar sentada en el suelo —explica Mariana.

Las paredes de esta habitación son iguales a las de la torre: pintadas de ocre y con partes descascaradas. Al parecer, se curvaron un poco en otro espacio mediante la placa gris, y así se formó un nicho adicional.

Las chicas, extendiendo los pliegues de sus vestidos a su alrededor, se sientan sobre la manta, y yo me acomodo junto a ellas.

—¿Vas a rescatar a Olsen? —pregunta Ala.

—¿Sabes que lo capturó Tenebris? —continúa Mariana.

—¡Nos infiltramos en la Pavuchisa y hasta encontramos su celda!

—¡Pero había un hechizo súper poderoso en la puerta!

—¡Y no somos magas! —se lamenta Ala.

—¡Somos princesas normales! —añade Mariana.

Se quedan quietas un instante, sorprendidas por su improvisada rima, y luego gritan aplaudiendo:

—¡Un verso! ¡Poesía! ¡Estamos hablando en verso!

Las princesas me recuerdan a niños jugando, emocionadas por cómo les sale el juego. Dulces, simpáticas, ingenuas y buenas.

—¿Entonces qué me queríais contar sobre Tenebris? —pregunto sonriendo.

—¡Es un dragón! ¿Sabías?

—¡Lo descubrimos hace poco! ¡Por accidente!

Se nota que mi rostro se descompuso un poco, porque las chicas se apresuraron a explicarlo todo, relatando con entusiasmo lo que habían averiguado sobre el mago oscuro.

Una vez, las chicas estaban en el Escondite porque el fastidioso Petrusius de Drafibend estaba de visita en su palacio y había traído una pila de poemas nuevos que dedicaba a las princesas por turnos, dependiendo de cuál fuera su “amada” del momento. De pronto oyeron pasos, y dos hombres entraron en la sala. Uno era Tenebris, el otro un anciano bajito con un bastón tallado.



#231 en Fantasía
#36 en Magia

En el texto hay: verdadero amor, pruebas

Editado: 05.04.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.