En la habitación de las chicas, por fin me tranquilicé. Estábamos sentadas a la mesa tomando té. Las princesas Ala y Mariana no paraban de contarme las últimas novedades. Yo ya sabía lo que había pasado en la sala del trono antes de que perdiera el conocimiento. Pero después los acontecimientos se precipitaron rápidamente e inesperadamente.
Tenebris, al ver que la suerte no estaba de su lado, cerró los ojos, empezó a hacer unos gestos especiales con las manos y a tejer un hechizo de teletransportación muy complejo, para desaparecer de allí. El rey había recobrado el sentido, los guardias encabezados por Olsen comenzaron a rodear al mago oscuro, y en la sala comenzaron a entrar magos de combate para ayudar (¿y dónde estaban antes, cuando el rey estaba bajo el hechizo?). Todos sus ataques mágicos chocaban contra el campo de protección de Tenebris. Y parecía que estaba a punto de escapar. Pero de pronto, Marsana irrumpió en la sala del trono. Corrió hacia el rey, abriéndose paso entre los guardias atónitos, y comenzó a decirle algo. El rey la escuchó y asintió.
Marsana se lanzó hacia Tenebris, junto a quien ya comenzaba a formarse el contorno del portal de teletransportación.
—¡Tenebris! —gritó ella—. ¡Detente, no lo hagas!
El mago abrió los ojos y la miró con enojo por haber sido interrumpido. Pero al verla, primero se sorprendió y luego dijo con tristeza:
—¡Neotora Marsana! Es usted. Me alegra verla por última vez. ¡Adiós!
—¡Tenebris, detente! ¿Y yo? ¿Vas a dejarme? —dijo ella con tal expresión de pena y desesperación que hasta una piedra habría llorado.
—Tú… Yo pensaba… Te amo, lo sabes. Pero jugaste conmigo —dijo con firmeza—. Ya no soy un ingenuo, y entiendo esas cosas.
—Al principio sí —admitió ella—. Pero soñé contigo toda la noche. ¡Me he enamorado! Y además recibí una señal de los dioses.
—¿Cuál?
—En el sueño vi a nuestro hijo y escuché su risa.
Todos en la sala que escuchaban la conversación exclamaron asombrados. Los dioses rara vez envían señales a los mortales. Pero si alguien recibe una, es casi seguro que todo sucederá como ellos han previsto.
—¡Entendí que te amo! Sí, Tenebris, soy libre, rompimos el compromiso con el príncipe Orest, y tú y yo… podríamos estar juntos.
Tenebris estaba muy conmovido, miraba fijamente a Marsana, intentando averiguar si lo decía en serio. Estaba claro que le gustaba mucho esta chica, pero no podía creer en su suerte.
—Pero ya no soy el Primer Consejero del rey —miró a través del resplandor de su campo protector hacia el rey y, al ver su rostro lleno de ira, asintió y continuó—. Ya no soy un mago de la corte, ni un hombre rico. Soy un simple mago, podrías decir que pobre. ¡Y tú eres digna de un rey!
—¡Ay, Tenebris, qué tonterías! ¡Tenemos esto!
Y Marsana le mostró el amuleto de dragón.
—Tú… —Tenebris no terminó la frase.
Se lanzó hacia Marsana, la tomó en brazos y entró con ella en el portal...
*
—¿Cómo? —exclamé asombrada—. ¿Marsana le dio el amuleto a Tenebris?
—Sí, y se teletransportaron a un lugar desconocido —confirmó Ala.
—¡Y nadie sabe dónde están! —asintió Mariana.
—¡Pero él puede transformarse en dragón y destruirnos a todos!
—¡Ah, no sabes lo último! —gritaron las princesas y continuaron su relato...
*
Resulta que Marsana se despertó por la mañana (después de la reunión con Tenebris al amanecer, se quedó dormida un rato) porque alguien insistía en caminarle por la cabeza. Asustada, gritó y saltó de la cama. Luego vio que era… el gato Murkotun. Marsana lo miró asustada, y él a ella. Aturdida, suspiró aliviada:
—Gatito, ¡me has asustado! ¿De dónde has salido?
Murkotun, al notar que ella le prestaba atención, maulló, saltó de la cama y corrió hacia la puerta, como si la llamara. Marsana vio que la puerta estaba entreabierta y no había guardias. Extrañada, se arregló (escondió el amuleto consigo) y fue tras el gato, que la esperaba impaciente en la salida, moviéndose de una pata a otra.
"Qué raro", pensó, "la princesa Mariana no ha venido a por el amuleto. Tal vez se le olvidó. Bueno, primero averiguo adónde me lleva este gato tan insistente, y luego la busco".
Así caminaba por los pasillos vacíos hasta que Murkotun desapareció por una escalera que bajaba a los calabozos. Al parecer, su misión había terminado, y se lanzó escaleras abajo sin esperarla. Marsana comenzó a bajar con cuidado por la escalera semi oscura.
Oyó un fuerte ruido adelante, alguien gritaba, pero la voz sonaba alegre, así que no tuvo miedo y siguió avanzando en silencio. En una amplia sala, de la que salían varios pasillos, vio a varios guardias atados y amordazados. Estaban sentados contra la pared sin moverse. Al verla, ninguno parpadeó siquiera. Tal vez estaban bajo algún hechizo.
Marsana los rodeó y siguió por el pasillo de donde venía el ruido.
Primero vio a Orest, que se abrazaba con… ¡el dragón Martusei!
—¡Ay! —gritó ella—. Martusei, ¿de dónde has salido?
Editado: 05.04.2025