Dime "¡no!"

CAPÍTULO 36. ¡Adiós!

Cuando prometí, incluso juré a Marsana no volver a ver a Orest, olvidarlo para siempre, realmente tenía la intención de cumplir mi palabra. En nuestra familia había reglas claras: si prometes, cumples; si juras, mantienes tu juramento; y si no puedes hacerlo, dilo de inmediato. Ni se me pasaba por la cabeza romper aquella promesa. Por eso, cuando vi que Orest quería pedirme la mano, me asusté muchísimo. Inventé esa excusa de estar “comprometida” solo para romper con él de una vez por todas, de forma dolorosa pero rápida, sin prolongar la despedida para ninguno de los dos.

Lo que más deseaba era estar con él, pero eso habría roto el acuerdo con Marsana, y lo recordaba todo el tiempo. ¿Y cómo olvidarlo, si el corazón se me partía de dolor, si el alma me dolía, si las lágrimas brotaban de mis ojos con solo pensar que Orest ahora era inalcanzable para mí?

Caminando por los pasillos del palacio real en busca de Orest, tropezando con los pliegues del largo manto de Maryana, reflexionaba sobre lo mucho que había cambiado mi vida. Hasta hace poco me consideraba una vaca torpe y gorda, y hoy corría hacia el chico que amaba y que me amaba tal como era. ¡Y ese chico (imagínense!) era el mismísimo príncipe de Salixia! Días atrás me avergonzaba de mi cuerpo, de mi pelo, de mi rostro (¡de mis pecas, al fin y al cabo!), y ahora me arreglaba para verme mejor, para gustarle al chico que amaba. ¡Dioses, ¿soy yo? ¿Soy esa Marta que se deshizo de todos los espejos en casa para no ver su figura rechoncha? Hoy miro con calma al espejo y veo un rostro simpático, lleno de pecas. Sí, la chica que me devuelve la mirada sigue siendo algo rellenita, pero tiene un encanto especial. ¿Qué pasó? Es cierto que viví muchas aventuras, pero lo único que realmente me transformó fue el amor de Orest. Ese amor cambió mi forma de verme. Empecé a creer en mí misma y me sentí hermosa, aunque siempre lo fui… solo que no lo notaba. El amor de Orest me abrió los ojos.

Pensaba en eso mientras me acercaba a la habitación de Ala. De pronto oí un ruido, me giré y vi a Murkotún corriendo tras de mí y maullando suavemente.

—¿Y tú qué haces aquí? Estabas en mi habitación. ¿Por qué me seguiste? Vete, tengo muchas cosas que hacer.

—¡Miau! —respondió el gato, se sentó y me miró con sus grandes ojos verdes.

—¿Qué miras? Ve a buscar la cocina, allí te darán de comer. Yo no tengo nada.

Pero el gato no se movió. Se acercó y comenzó a frotarse contra mis piernas, ronroneando.

—Ay, por los dioses… —suspiré y lo tomé en brazos.

Era suave, peludo y muy tierno. Así, juntos, entramos a la habitación de las princesas. Las chicas se estaban arreglando para salir de paseo. Les conté mi problema con la ropa y se echaron a reír.

—¡Solo tenías que tirar del cordón junto a la cama! Es el timbre para llamar a la sirvienta. ¡Ella te habría traído tu ropa! —explicó Ala.

—¡Ahora mismo me encargo! —dijo Maryana.

Llamó a la sirvienta, y tras unas explicaciones, la amable chica con delantal blanco me trajo por fin mi ropa soñada. Limpia y bien planchada.

Finalmente me vestí con mis cosas y me sentí mucho más cómoda y segura.

—Nos vamos de paseo —dijo Ala.

—¿Quieres acompañarnos? —ofreció Maryana.

—Gracias —respondí—, pero tengo que encontrar al príncipe Orest. Es muy urgente.

—¡Oh! —chilló Ala—, ¿es tu novio?

—Ah… —preguntó Maryana soñadora—, ¿lo amas?

Guardé silencio unos segundos y luego les respondí:

—Lo amo mucho, pero discutimos, y fue culpa mía. Por eso necesito pedirle perdón.

—¡Ay, qué lindo! —exclamó Ala dando palmadas.

—¡Qué romántico! —añadió Maryana.

—Pero oímos que el príncipe Orest planea partir hacia Salixia por el portal.

—Sí, eso lo dijo Barmuto cuando lo visitamos en el hospital hace un momento.

—Ay, pobre Barmuto, ¡obligado a llevar máscara por esa terrible maldición de Pramosa! —suspiró Ala.

—¡Pero es tan misterioso y romántico! —dijo Maryana.

—¡Ahora tiene aún más admiradoras!

—¡Las entradas para sus conciertos están agotadas con dos meses de anticipación!

—¡A todos les encantan los misterios y secretos!

—¡Sí, todos adoran el drama y la intriga!

Nunca había pensado en lo de Barmuto desde ese ángulo. Hmm. Esto lo cambia todo. Parece que puede ser feliz incluso con esa terrible maldición. Pero la noticia sobre la partida de Orest me preocupó.

—¿Dónde está el portal? —pregunté con urgencia.

—En la sala del trono, pero ahora… —empezó a explicar Ala, pero yo ya no la escuchaba. Corrí para alcanzar a Orest antes de que se fuera.

Menos mal que llevaba botas de tacón bajo, lo que me permitía correr rápido. Pasé corriendo frente a los guardias sorprendidos y entré en la sala del trono… y me quedé helada. Todos los presentes se volvieron hacia mí: el rey Digon el Alto de Ledum, el rey y la reina de Salixia, y una multitud de damas y caballeros de ambas cortes. Un verdadero gentío. Todos cuchicheaban, se encogían de hombros y se reían viendo mi entrada triunfal después de esa carrera. Quise que la tierra me tragara. Y para colmo, Murkotún se sentó a mis pies como si nada. Me salvó el rey Digon.



#539 en Fantasía
#83 en Magia

En el texto hay: verdadero amor, pruebas

Editado: 05.04.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.