Dime que te Iras (amor a lo Escoces #2)

Capítulo 18

"Ojalá y que tu sonrisa de verano

Se pudiera ya borrar"

 

 

Hicimos turnos para quedarnos con Nancy en la noche, la madre de Bodric estaba muy desanimada y el señor Bereck decidió regresar a su ciudad para que ella pudiese descansar por unos días, prometieron volver pronto. Nos entregaron las cenizas también y mi tía decidió quedarse con ellas en la habitación por el tiempo que durara en el hospital, externamente Nancy se veía bien, estaba recuperándose, le hicieron muchos exámenes, reía un poco, incluso cuando se trataba del Doctor Amor bromeaba también pero luego, volvía a recluirse en sus pensamientos, de pronto, cuando la habitación se quedaba sola, lloraba en silencio.

No volví a la cafetería y no pensé que fuese a volver tampoco, debía permanecer al lado de Nancy como su sombra. Fueron días largos y exhaustivos, tanto física como emocionalmente.

El domingo Blair y Nancy me pidieron que me fuera a descansar, a tomar aire. Había durado toda la semana ahí, mañana tarde y noche con ella. Mi tía parecía estar harta de verme la cara y la verdad era que, aunque no lo admitiese, yo necesitaba un respiro. Necesitaba alejarme. Había tantas cosas sucediendo al mismo tiempo que no me había tomado un segundo para respirar y analizar. En pensar.

No quería ir a casa de Nancy, evitaba pasarme por ahí mientras pudiese, estaba solo pocas horas en la noche para dormir, pero detestaba el vacío que se sentía dentro. Extrañaba a Bodric, extrañaba mi hogar. Extrañaba el mar.

Debía hacer algo que me convirtiera en productiva y útil. Tenía que finiquitar mis tareas pendientes. Compré una pizza, una botella de vino, tomé mi laptop y me fui a la casa de Aiden.

Debía empezar y terminar con la decoración porque en menos de una semana era la dichosa boda.

Igual que la vez anterior me quedé unos segundos en el jardín apreciando la vista y los Tulipanes antes de entrar. Me fui directo a la cocina, y convertí de ese espacio mi oficina. Otra vez no le avisé ni a Hilka ni a Aiden que iría y tampoco quería hacerlo, los estaba evitando a los dos por obvias razones.

No coloqué música porque afuera los pájaros cantando me parecían el sonido más bonito y pacífico. Me distraje viendo el mar, los dibujos entre las nubes del cielo, el borde infinito en el que el mar y el cielo se unían y el mundo exterior se desdibujó.

La soledad era una buena compañía para la creatividad.

En mi laptop comencé a diseñar, tenía ideas fantásticas para estas habitaciones y eran tantas que querían tomar relevancia sobre la otra que me picaban las manos por querer hacer la labor más rápida.

Si la soledad era una buena compañía para la creatividad, el vino era el mejor amigo.

Vino. Pizza. Tranquilidad. Mi laptop y yo. ¿Qué más podía pedir?

—¿Fabiola?

Aiden.

Mi cuerpo dio un salto y chillé del susto por su intromisión tan repentina y sin aviso. Estaba de pie en la entrada de la cocina, alto, camisa negra, pantalón blanco, sus ojos me repasaron y luego se detuvieron en el desastre del mesón. La caja de pizza abierta, migajas de comida en el granito, la botella de vino a un lado, una copa que les robé de la despensa llena a la mitad, mi bolso tirado en el suelo y mis zapatos dejados en una esquina.

Mis pies descalzos.

Yo era toda una invasora de la propiedad privada

Sus ojos parpadearon, parpadearon, parpadearon.

—Yo.... —me callé apenada con mi propio desastre— vine a... a ponerme a diseñar. Disculpa que no les avisé que vendría yo no sabía que ibas a venir. Debí avisarte, lo siento muchísimo por...

Sonrió. Sonrió grande con sus dos hoyuelos que me hacían suspirar.

—No, no. Está muy bien. Me encanta llegar a casa y que estés aquí.

Yo no podía verme en un espejo, pero estaba segura de que empezaba a sonrojarme y no por la vergüenza.

—Mejor me voy y... —me acerqué a la mesa para recoger mis cosas

—No, quédate. Por favor.

Se adentró a la cocina y me puse nerviosa. Maldita sea no quería estar nerviosa por su presencia. Pero vamos a ver que después de haber dormido sobre él en su cama, vestida con su ropa, con su mano acariciando mi cabello todo había cambiado para mí.

Así que a Aiden como la peste. Dos metros de distancia.

—No quiero molestar

—Tú nunca molestas.

Se acercó más. ¿Pero por qué se tenía que acercar?

—¿Bebes vino, sola?

—Ayuda a la creatividad

Sonrió otra vez y tomó la botella de vino para inspeccionarla

—Nunca imaginé que te gustaría el vino. Y mucho menos que te beberías una botella sola

—No me la he bebido completa.

—Pero si no llego, capaz y lo haces. ¿Puedo acompañarte una copa?

Suspiré, no había manera de escapar de la peste.

—Claro, tu casa, tu cocina, tus copas...

—Tu vino

Aiden abrió un gabinete, tomó una copa y se sirvió.

Lo miré moverse con soltura y esa elegancia tan varonil digna de él. Pff... Él era lo más lejano a la peste. ¿Por qué no pudo haber engordado noventa kilos más en estos años? Quizá así, no fuese tan apetecible a la vista.

Bendito hombre bien hecho.

—¿Sueles venir a menudo? —preguntó.

—No. Vine porque no quería estar sola en casa de Nancy y necesitaba alejarme de todo por un segundo.

—¿Y esta casa te da paz?

—Es muy tranquila —respondí sin mucho ánimo de entablar una conversación.

—Yo también suelo venir para alejarme de todo. Es un buen lugar para pensar.

Asentí sin decir nada.

Me echó un vistazo, suspiró y se giró hacia los ventanales, la luz naranja del sol resplandeció su rostro y le dio un toque cobrizo a su cabello.

—El atardecer desde aquí es un espectáculo

Como buena caribeña, nacida y criada con el olor del mar caribe, yo era fan de los atardeceres.

El sol estaba poniéndose, dividiendo el mar del cielo. Volviéndose igual de infinito que ellos.



#907 en Novela romántica

En el texto hay: humor, drama, amor

Editado: 19.04.2022

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