"Ella es Medialuna"
Mitch no dijo absolutamente nada cuando me vio regresar sola, ni siquiera me preguntó por los papeles de la casa.
Yo tampoco emití algún sonido, me sentía vacía.
Triste y vacía.
Edimburgo, acoplada con mis sentimientos, lloraba conmigo.
El cielo lloraba por mí, las nubes se volvieron tan grises como mis emociones y una lluvia sin fin nos abrigó
Lo habíamos hecho todo mal, al revés, sin sentido.
Lo amaba, él me amaba también y aún así estábamos separados. ¿Eso tenía algún sentido?
En casa, cuando mi madre y Nancy me vieron llegar sola y desanimada tampoco me dijeron nada, sacudí mi cabeza como única respuesta, quería estar sola, acurrucarme en la cama y pensar en todo lo que habíamos hecho mal en nuestra estupidez.
A veces pensaba que el miedo al amor nos ganaba la partida a los dos
— ¿Por qué estas triste? — me preguntó Alicia cuando me vio entrar.
Una sola mirada bastó para que mi hermana de nueve años leyera mis emociones
— Cosas de adultos — respondí sin saber cómo explicarle lo que acababa de pasar.
— ¿Estas triste porque Aiden se fue? — preguntó desde su cama.
— ¿Y cómo sabes eso?
De seguro Alicia escuchó nuestra conversación más temprano
— Aiden me lo dijo.
Me quedé sentada en mi cama, sorprendida por esa confesión.
— ¿Aiden te lo dijo?
Mi hermana se levantó de su cama y se sentó a mi lado con una sonrisa dulce
— Si. Me dijo que se iría de vacaciones por un tiempo pero que regresaría, así que no estés triste. Él me prometió que regresaría.
Abracé a mi hermana y nos acostamos juntas en mi cama individual. El hecho de que Aiden le hiciera promesas a mi hermana me enternecía el corazón y lograba que mis sentimientos se profundizaran más y más.
— Si, él va a regresar
Pero la pregunta no era sí regresaría, la pregunta era cuándo.
Me obligué a levantarme de la cama en la noche, a darme una ducha, a vestirme, maquillarme y arreglarme, le prometí a Hans que saldría con ellos esta noche y no quería quedarme en mi casa llorando en mi cama sobre mi propia miseria.
Basta de llorar, yo saldría, me emborracharía, me divertiría con mis amigos y celebraría la belleza de estar viva.
Afuera la carretera seguía mojada, la lluvia era suave en su caer, ingresé con rapidez al auto de Hans antes de que el agua dañara mi cabello y una vez dentro, la calefacción del auto alejó el frio de adentro y de afuera.
— Katia nos espera —fue su saludo antes de arrancar el auto.
— Oye, el apartamento que vimos el otro día —el otro día hace cuatro semanas— ¿crees que siga disponible?
Hans manejó con cuidado por el asfalto mojado, el limpiaparabrisas alejaba las gotas de agua que caían sobre el vidrio a un ritmo constante
— Creo que sí. ¿Ya se decidieron?
— A mi madre le gustó también y nos gustaría ir a verlo de nuevo.
— Puedo intentar mañana con el portero y te aviso lo que me diga.
—Fantástico. ¡Gracias!
Hans me echó una ojeada suspicaz
— ¿Estás bien?
— Estoy fantástica —mentí. Quizá si lo repetía seguidas veces hasta yo me lo terminase de creer
—No digas fantástica
— ¿Por qué no?
— Suenas a una caricatura de mal gusto.
— Tú eres de mal gusto.
— Preciosa, no hables si no lo has probado.
Iugh.
— Ustedes los hombres son de lo peor.
— Pero poseemos lo mejor —Hans sonrió con una sonrisa pícara que al final acabó sacándome una carcajada
Sin embargo la carcajada murió en cuanto noté el lugar al que Hans nos trajo.
Medialuna
Joder pero de tantos putos locales nocturnos de Edimburgo por qué, por qué tuvo que traerme a éste.
Estábamos destinados a decirnos adiós pero también estaba destinada a recordarlo.
Toqué el collar que aún conservaba en mi cuello, el arete que inspiró el logo de este establecimiento y suspiré. Tenía que averiguar cómo lo olvidaba teniéndolo siempre presente, encontrar una manera en la que recordarlo dejase de doler.
— ¿Vamos? —preguntó mi amigo cuando notó que aún no me bajaba del auto.
— Sí. Vamos.
Hans sabía que Aiden y yo ya no estábamos lo que se dice juntos, así que no hizo ninguna pregunta, él debía pensar que mi nerviosismo se debía a la posibilidad de encontrármelo aquí.
Por supuesto yo sabía que no me lo encontraría desde que él no estaba ni siquiera en la misma ciudad, para ser exactos no tenía ni un indicio de hacia donde se fue.
Por lo que sabía, Aiden podía estar en este momento en China.
— ¡Fabiola! — el grito de Katia retumbó en mi oído cuando nos vio dentro de la discoteca.
Katia corrió hacia mí y me dio uno de esos abrazos que tanto gusto da recibir porque te hacen dar cuenta con certeza que la otra persona está verdaderamente feliz de verte.
— Que gusto verte —saludé dándole un beso en la mejilla.
— No seas mentirosa, que si es por ti, ni nos vemos.
Le di otro abrazo con sabor a disculpa antes de alejarme
—Mi vida ha sido un completo lío últimamente
Katia hizo una mueca de entendimiento
— Pues mira, para eso están los amigos, para desliarnos. Así que deja tus problemas afuera, que aquí dentro, los problemas no existen.
Sonreí pensando en la ironía de ese comentario desde que uno de mis principales problemas era precisamente el dueño de este lugar.
Ay Fabiolita. Todo mal contigo.
Me concentré en disfrutar la noche, en ser una simple chica universitaria de veintitrés años que está en una discoteca con la intención de emborracharse y divertirse con sus amigos. Me concentré en relajarme y dejarme llevar, en soltarme. Katia era excelente para transmitir la buena vibra que se necesita para pasarla bien.
— ¿Y tú que te traes? —le pregunté a Hans cuando lo vi mirar y mirar por entre la gente