A diferencia de los que muchos creían, la felicidad no se basaba en un único momento grande y espléndido, la felicidad para mí, no estaba en las grandes metas o en alcanzar la cima.
La felicidad residía, sobre todo, en las pequeñas cosas que a veces se dan por sentado, como tener la dicha de ver el atardecer desde el jardín de mi casa todos los días, de ver el mar infinito apagando el sol para darle fin a otro día, en sentir el viento rozar tu piel y escuchar el sonido de los pájaros en los árboles, acompañándote.
La felicidad eran muchas cosas y al final, seguía siendo algo subjetivo.
Podías ser feliz sola sin ningún problema, pero compartir tu felicidad con otra persona hacía que ésta, de alguna forma, se ampliara y se multiplicara por cien.
Mi concepto de felicidad era muy sencillo, como pasear a mi perra por las tardes, jugar con mi hermana los domingos, o durar toda una tarde hablando con mi esposo.
Después de dos años casados nuestro matrimonio estaba lejos de ser perfecto, tampoco buscábamos la perfección, ambos sabíamos que eso no existía, la convivencia al principio no fue fácil, nunca terminas de conocer a una persona hasta que empiezas a vivir con él y aun así, siempre salen cosas nuevas por descubrir.
Lo amaba con todo mi ser pero eso no quitaba que existiesen varias cosas de él que me sacaba la cabeza, así como, habían cosas de mí que muy seguro él no soportaba, hacer de la vista gorda o tener paciencia en esos aspectos, eran gestos que se tenían por el amor que nos teníamos.
Aiden era una persona demasiado ordenada, yo era un desorden, Aiden se levantaba super temprano todos los días, a mí me gustaba durar cinco minutos más en la cama, Aiden tenía más zapatos de los que yo podía contar y nunca me fijé que ese hombre de verdad, tenía tantos zapatos y ropa, su espacio en el closet era más amplio que el mío.
A Aiden le gustaba leer en las noches con una lampara encendida y yo detestaba dormir con alguna luz encendida. A mí me encantaba dormir con el aire acondicionado encendido, a él, el aire acondicionado le daba resfriado.
Teníamos muchas diferencias que solo empezamos a notar al empezar a vivir juntos, pero, de alguna manera nos hemos ido adaptando a nuestras manías, no quedaba de otra. Yo fui cediendo en muchas cosas y él también
Al final, Aiden tuvo mucha razón cuando me decía que lo que se necesitaba, era encontrar un balance entre los dos.
Nuestra primera pelea fue terrible, Aiden se fue a su apartamento en la ciudad, yo me fui a casa de mi madre y me llevé a Chiquita, estuvimos dos días sin hablarnos, hoy no puedo recordar la razón por la que nos peleamos en ese momento, lo único que recuerdo es que lo extrañaba tanto que fui a buscarlo al momento en el que él también me vino a buscar, luego de eso prometimos no volver a pasar un día sin hablarnos, hasta ahora, hemos mantenido esa promesa.
La vida en pareja no era color de rosa como nos hicieron creer de pequeños, la vida en pareja tenía muchos matices que cambiaban día a día. Y eso, a mi parecer, lo hacía mucho más interesante.
Increíblemente, también, la felicidad para mí era preparar una cena deliciosa que mi esposo y yo disfrutemos. La Fabiola de hace seis años nunca se hubiese imaginado que este día llegaría, pero adquirí un nuevo placer por la cocina que no sabía dónde se guardó todo este tiempo.
Aiden lo apreciaba también
Nunca sospeché que me fuese a gustar tanto preparar comida para otra persona, pero aquí estaba, haciendo la cena mientras esperaba que mi esposo llegase a casa.
Cuando Aiden llegó, se detuvo en la cocina y me sonrió, con esa sonrisa de hoyuelos que no cambiaba y que, para mí, cada día era más bonita. Se detuvo en el umbral, con su cuerpo apoyado, sus brazos cruzados y sus ojos puestos en mí.
— ¿Te he dicho que uno de mis momentos favoritos del día es llegar a casa y verte aquí? —preguntó viéndome como quien mira una obra de arte en un museo.
— Me lo has dicho —respondí bajándole la llama a la hornilla.
Aiden se acercó para darme un beso antes de sentarse en un asiento
— Sabes a whisky —le dije distinguiendo el alcohol en el beso.
Él río
— Estaba con Mitch en Medialuna tomándome un trago, luego llegó un amigo de él y ya sabes. Ellos siguen allá
Miré el reloj en la pared, todavía era temprano
— ¿Y por qué no te quedaste?
— Porque mi mujer me esperaba en casa y si algo sé, es que a tu esposa no se le hace esperar.
Solté una risa y lo señalé con la cucharilla
— Espero que le hayas dicho eso a ellos también
— Claro que lo hice. —respondió y viniendo de él, se lo creía.
Sacudí mi cabeza y volví mi atención a la cocina, antes de hacerme una coleta
— ¿Puedes encender el aire? —pregunté, últimamente pasar tanto tiempo en la cocina hacía que me acalorase
— No está haciendo calor —comentó mirándome con curiosidad
— Cocinar me tiene acalorada
— ¿Como te has sentido últimamente? ¿Has tenido mareos o... ¿Te sientes bien?
Fruncí mi ceño, girándome de nuevo hacia él, no entendía a qué venia su pregunta
— ¿Ah?
— Es que siempre estas al día y tienes un retraso, es raro que lo tengas.
Parpadeé sorprendida del giro que dio nuestra conversación
Si, era cierto lo que decía Aiden, tenía un retraso y era extraño porque siempre estaba al día con mi menstruación, pero los últimos días estuve tan ocupada con el trabajo, y la nueva decoración de la que me estaba encargando que no tuve tiempo ni para pensar en que la menstruación ya tuvo que llegar para estas alturas.
— ¿cómo sabes que tengo un retraso? —pregunté sorprendida porque él supiese.
Aiden me miró como si yo acabase de hacer una pregunta estúpida
— ¿Por que no lo sabría? Tengo permitido llevar la cuenta ¿no? Sobre todo si soy yo el que luego se carga tu mal humor.