Dime "¡sí!"

CAPÍTULO 14. El camino a la capital

CAPÍTULO 14. El camino a la capital

El granjero que viajaba a la capital se llamaba Valdiy. Llevaba leche en grandes barriles tallados en troncos enteros y encantados para que no se agriaran, miel en pequeños frascos de vidrio con tapas decoradas, tapices tejidos para colgar en la pared, mantas gruesas pero muy livianas hechas de lana de oveja, y muchas otras mercancías. Yo pensaba que sería simplemente un carro cargado de productos, pero me equivoqué. No era un carro, eran tres grandes carretas cubiertas, conducidas por el propio Valdiy y dos de sus trabajadores contratados. En una de las carretas íbamos nosotros con Barmuto y el hijo de Valdiy, Musiyko, un muchacho de unos quince años. Durante todo el viaje, nos hablaba con entusiasmo sobre lo maravillosa que era la capital, lo deliciosos que eran los dulces allí, y lo increíbles que eran los veloces bestianos.

Barmuto, a propósito, hizo hablar al chico, elogiando su agilidad, sentido práctico, observación y astucia. En las pocas horas que pasamos en la carreta de Valdiy, aprendimos muchísima información útil.

La capital era una gran ciudad rodeada por una muralla alta y fuerte. Se podía entrar por varias puertas de la ciudad, donde se cobraba una pequeña tarifa de entrada. Pero si querías ingresar con tu bestiano, no se podía pasar por las puertas, sino que se debía volar a través de grandes arcos de entrada llamados kolobramos, que cobraban automáticamente una cuota en forma de energía mágica, destinada a las necesidades de la ciudad. Para no levantar sospechas en el chico de que no sabíamos qué eran los bestianos, Barmuto preguntó:

—¿Y a ti te gustan los bestianos?

—¡Oh sí! ¡Son enormes, casi como dragones! ¡Y sus alas! Me gustan los rojos, son los más fuertes y resistentes. Los verdes y azules no son tan grandes. Sé todo sobre ellos, porque sueño con ser un jinete guardián. Pero los rojos solo los tienen el rey y los nobles ricos —dijo, cabizbajo.

—No te preocupes, Musiyko —lo consoló Barmuto—. Si tienes un sueño, y haces todo lo posible para cumplirlo, seguro lo lograrás.

—¿De verdad? —preguntó el chico, incrédulo—. Mi padre dice que debo continuar con su trabajo, también ser granjero y llevar productos al comerciante de la capital. Pero yo no sueño con eso.

—Todo depende solo de ti. Es tu vida —le sonrió Barmuto.

Lo mejor, como nos contó Musiyko, era alojarse en la ciudad en hoteles que tienen hexágonos dibujados en la puerta, y que se llaman "seises". “Allí los espejos en las doshabitaciones son grandes y cómodos, la comida es buena, y hay establos para bestianos. Pero en los de cinco y cuatro estrellas, los espejos son pequeños, incómodos para las sombras, y la gente que se hospeda allí es sospechosa”, nos explicaba. Barmuto y yo asentíamos con gratitud y memorizábamos cada detalle. La moneda del Valle de las Sombras se llamaba “svitlyks”, hechas de oro puro, pequeñas como granos, ideales para caber en las bolsitas locales que usaban como monederos.

Así, aprendiendo cada vez más detalles sobre la vida en este mundo, llegamos a Umbra, la capital del Valle de las Sombras. Tras pagar la tasa de entrada, nos despedimos de Valdiy y Musiyko, y nos fuimos a buscar el hotel “seis” que nos habían recomendado...



#485 en Fantasía
#81 en Magia

En el texto hay: verdadero amor, magia, aventuras

Editado: 01.06.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.