Dime "¡sí!"

CAPÍTULO 22. Terapia de baile real

CAPÍTULO 22. Terapia de baile real

De pronto, Rozía notó que había alguien nuevo en la habitación. Ignorando a la Sombra Dianea, saltó vivamente de la cama y corrió hacia mí.

—¿Quién eres tú? —preguntó con sospecha, entornando los ojos—. ¿Una nueva sanadora? ¿Has venido a recetarme una poción que me hará feliz? ¿O una píldora milagrosa que mejorará mi ánimo? ¿Baños de hierbas o de sales? ¿Terapia con picaduras de abejas o escorpiones? ¿Por qué no hablas? ¡Ya me hartaron todos ustedes! ¡Me tienen cansada, fastidiada, abrumada! ¡No quiero tomar nada, hacer nada, déjenme morir en paz! ¡Todos ustedes son sirvientes de los futuros muertos! ¡Preparan el cuerpo para la muerte, para que esté más intacto, para que ella se sienta complacida!

Su voz fue creciendo, volviéndose cada vez más fuerte, hasta que al final me gritaba directamente a la cara.

—No, no he venido a curarte —dije con calma. Me dio pena aquella muchacha, que a primera vista parecía completamente sana. ¿Qué enfermedad tenía?

Aparté la mirada del rostro lleno de desprecio de Rozía y miré de reojo las paredes. ¡No había ningún espejo! Una idea fulminante cruzó por mi mente y decidí arriesgarlo todo:

—He venido a invitarte al baile real, princesa Rozía.

La joven se quedó inmóvil, con la boca entreabierta, y se quedó petrificada; sus ojos se abrieron con asombro.

—¿Q-qué?

—A invitarte al baile real. Después de todo, el baile está cerca, ¿verdad, Sombra Dianea? —la miré exigente a la mujer detrás de Rozía, que escuchaba nuestro diálogo con asombro.

Ella se repuso de inmediato del impacto causado por mis inesperadas palabras y confirmó secamente:

—Sí, dentro de tres días tendrá lugar el tradicional baile estacional, dedicado al inicio del verano.

Bien, mis esperanzas no me habían fallado. En el palacio real siempre pasaba algo: fiestas o bailes; era natural suponer que habría alguno pronto. Rozía comenzó a recobrarse poco a poco. Dijo:

—Pero... yo... no puedo... ir al baile.

—¿Por qué? —pregunté con firmeza.

—Porque los sanadores... ellos lo prohíben, y estoy enferma, y me cuesta... supongo.

—Yo también soy sanadora. Me llamo Mara y soy de las que hacen que tu cuerpo esté más íntegro —hice énfasis en la última palabra, y Rozía se encogió ligeramente—. Pero no para la muerte, sino para la vida. Te prescribo una terapia de baile.

La Sombra Dianea carraspeó, insinuando quizá que eso era demasiado. Pero yo ya no podía parar. No sabía cuál era el diagnóstico de aquella chica, pero la forma en que había saltado de la cama, lo agresiva y enérgica que se mostraba al protestar, no indicaba que fuera una enferma postrada. Mi abuela Froza, una de las sanadoras más reconocidas de Salixia, me había enseñado mucho. Había leído sus libros y tenía cierta idea sobre diversas enfermedades. Aquello parecía más bien un caso en el que alguien había convencido a la princesa Rozía de que estaba enferma, confinándola por alguna razón. Porque no veía, al menos a simple vista, ningún signo de dolencia. Tal vez ella misma se había aislado por voluntad propia, pero no lo parecía.

Adopté un aire altanero y arrogante, pasé con deliberación junto a Rozía y me dirigí hacia la ventana.



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En el texto hay: verdadero amor, magia, aventuras

Editado: 23.06.2025

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