Capítulo 31. La sombra en mí
Me quedé paralizada, esperando que Orest recordara esa palabra mia—“percances”—con la que describía mis torpezas y desventuras. Zoria tiraba de su brazo, y nosotros nos mirábamos intensamente a los ojos. Y me pareció, por un instante, que en la profundidad de su mirada brilló una chispa de reconocimiento. Pero justo en ese momento, la Sombra Dianea le pasó una toalla, él la miró, y ese hilo frágil de entendimiento entre nosotros se rompió. De pronto volvió en sí y comenzó a agradecer y secarse la mancha de té con preocupación. Me disculpé y salí de la habitación la primera. No quería seguir viendo al “Orest” que ya no era el mío, cambiado radicalmente: suave, dócil, obediente a cada orden. El Orest que yo amaba era burlón, escéptico, fuerte e ingenioso; veía la verdadera esencia de las cosas, de las personas y de los eventos. Y, por supuesto, me amaba a mí.
“Es el mismo chico que amas, simplemente está… enfermo”—me decía—. Por eso estás aquí, Marta, para curarlo, sacarlo de esa trampa mágica en la que, en parte, tú misma lo atrapaste. O al menos esa fue la causa”. Uy, demasiadas “enfermedades” por aquí. Y yo, la “sanadora”, sin quererlo, no sabía cómo manejar todo esto.
¡Y esa sombra inesperada! Yo ni siquiera toqué la taza cuando se volcó sobre Orest. Pareció que alguien decidió por mí cómo llamar su atención, tomó la iniciativa cuando yo entré en shock.
¿Será esa la sombra salvaje que vive en mí? ¿Pero cómo entenderlo todo? ¿Me ayuda? ¿Por qué? Esa bailarina oscura e impredecible no me inspira confianza. No me gusta perder el control, como seguramente a nadie le gusta.
Al llegar a mi habitación, me paré frente al espejo y me quedé mirando mi reflejo, pero no vi nada nuevo. Una joven de veinte años, bajita, pelirroja y pecosa, con una larga túnica blanca que acentuaba aún más mi figura, que, dicho sea de paso, distaba mucho de ser perfecta. Eso era lo que veía. La sombra seguía oculta, no aparecía ni en el espejo ni a mi lado.
— Bueno, bueno —me dije—. Ya basta de esto. Tienes que recuperar a Orest por ti misma. O él, o nada. Si tú pierdes esta batalla por él, entonces puedes tomar mi cuerpo. Yo no viviré sin él.
¿O acaso lo imaginé? Una sombra fugaz cruzó ante mis ojos, solo por un instante.
Exhausta tras ese día tan intenso, me acosté y dormí profundamente hasta la mañana, sin sueños ni despertares.
Editado: 23.06.2025