Capítulo 33. "Debajo de la máscara soy feo"
Me ofrecí voluntariamente para asistir a la primera clase entre Rozía y Barmuto, porque intuía que la Sombra Dianea no me acariciaría la cabeza si se enteraba de que dejé a Rozía a solas con un desconocido. No sé por qué, pero lo sentí así. La Sombra Dianea mostraba un afecto muy especial y cálido hacia Rozía, mientras que hacia Zoria su actitud era completamente distinta: recelosa y sospechosa. No podía ser una simple coincidencia. ¡Oh, no podía serlo! Me senté en la butaca junto a la ventana, en el mismo lugar donde la sombra se había instalado el día anterior con su labor de costura, y observé la lección.
Rozía se equivocaba, se confundía, se quejaba del dolor en los dedos, pero luego volvía a acariciar las cuerdas del arpa. Y cada vez miraba con curiosidad la máscara de su maestro, como si contuviera una pregunta que apenas lograba retener en la lengua. Barmuto, paciente y sereno, fingía no notar esas miradas llenas de interés. Estudiaron la escala, la repitieron varias veces en distintas tonalidades. Y al finalizar la clase, Barmuto dijo:
—Princesa Rozía, sois una alumna muy talentosa. Lo lograréis, sólo debéis practicar todos los días. Así vuestras manos se acostumbrarán, y las cosas más complejas os serán más fáciles de aprender. Mañana al mediodía tendremos otra lección. Y ahora, podéis hacerme cualquier pregunta, que ya veo que estáis deseando hablar —sonrió bajo la máscara.
—¿Por qué usáis máscara? —preguntó Rozía sin pensarlo.
—Porque debajo de ella tengo un rostro muy feo y repugnante. Debajo de la máscara soy feo —dijo Barmuto con seriedad.
Me quedé inmóvil. Nunca antes lo había dicho así, al menos no abiertamente. Aunque en Ledum y Salixia todos lo sabían. Rozía soltó una risita.
—¿Y si hablamos en serio?
—Es la verdad —respondió Arsen con la misma calma.
—Oh, perdón, si os he ofendido —dijo la joven de pronto, avergonzada—. No era mi intención.
—No pasa nada —respondió el bufón—. No me siento ofendido. Mi fealdad es consecuencia de un accidente desafortunado relacionado con la magia. Por eso busco un mago sanador que pueda ayudarme.
Sentí que Barmuto decía eso a propósito, pues ¿quién mejor que una princesa para conocer a todos los magos del reino?
—Os comprendo muy bien —asintió Rozía—. Cuando estuve gravemente enferma, habría dado todo por sanar. Qué afortunada fui de que la sanadora Mara apareciera en mi vida. Gracias a sus cuidados me siento mucho mejor y tengo esperanza de curarme por completo.
—Así será, Alteza —confirmó Barmuto—. Aunque yo no estoy enfermo, simplemente he perdido mi rostro habitual.
—El mago Patígar, que fue mago principal de la corte, sabía de esas cosas —dijo Rozía—. Todas las damas de compañía se le acercaban con la esperanza de mejorar un poco su apariencia. Él rara vez accedía a alterar mágicamente el aspecto físico, ya que tales procedimientos requerían una gran destreza y un inmenso poder mágico. Además, el precio por intervenir en los flujos mágicos del destino es muy alto.
—¿Y cuál es ese precio? —pregunté de pronto. Barmuto y Rozía se sobresaltaron, probablemente porque habían olvidado que yo seguía en la habitación.
Editado: 23.06.2025