Dime "¡sí!"

Capítulo 35. Orest se ha herido

Capítulo 35. Orest se ha herido

— De repente, algo crujó sobre nuestras cabezas, las lámparas mágicas comenzaron a parpadear de forma caótica y el ascensor tembló como si se tratara de un terremoto fuerte. Me aferré a la barra lateral. Y menos mal, porque luego el ascensor dio un sacudón tan violento que Orest, cuyas manos estaban ocupadas, no logró mantenerse en pie y cayó al suelo con su aparato. Fue una caída muy desafortunada, porque se golpeó la frente contra un saliente afilado del artefacto. El chico soltó un siseo de dolor y yo grite de la sorpresa al ver que la sangre comenzaba a correr por su rostro. El ascensor descendió un poco más, luego la luz se apagó, el suelo dio un último tirón y todo quedó en silencio. El ascensor se detuvo.

— Ay —dije con cautela en la oscuridad—, parece que el ascensor se ha averiado. ¿Estáis bien, Alteza?

— Así parece —respondió Orest con preocupación—. Un momento.

Sobre el techo aparecieron algunas luciérnagas mágicas que iluminaron el interior del ascensor: en los espejos se reflejaba mi imagen, aferrada al pasamanos, y Orest, sentado en el suelo junto a su aparato, mientras la sangre manaba de la herida en su frente, empapando su rostro, su elegante casaca y la alfombra del piso.

— Curandera Mara, ¿estáis bien?

— Sí, estoy bien. Pero vos necesitáis ayuda.

Tomé el borde de mi manto y lo rasgué con fuerza. El trozo de tela era perfecto para limpiar y tratar de detener la sangre en la frente de Orest. Me arrodillé ante él y comencé a limpiarle la sangre. Él intentó resistirse débilmente, pero le espete:

— ¡Ni lo penséis! ¡Estad quieto! Voy a limpiaros, detener la sangre y luego veremos cómo salir de aquí o pediremos ayuda.

Orest se quedó quieto. Solo parpadeaba y me miraba. Y yo, arrodillada ante él, rezaba porque ese instante durara un poco más.

Tocaba su rostro con suavidad, limpiando la sangre, y me perdía en sus ojos. No quería apartar la mirada ni un segundo. De pronto, el chico dijo:

— Estoy seguro de que os he visto antes. ¿Tal vez en una vida pasada? Sabed que soy originario del reino de Salixia. Pero después del ritual absoluto, la memoria desaparece. Si he venido al Valle, es probable que en Salixia cometiera algún crimen terrible o huyera de algo. Por eso no quiero recordar, quiero empezar de nuevo. Pero vos sois de aquí, ¿verdad?

Asentí, con el corazón a punto de salirse del pecho. Mi cabello estaba despeinado y colgaba en mechones rojizos. De repente, Orest levantó la mano y recogió un mechón rebelde tras mi oreja. Me quedé inmóvil. Pasó sus dedos por mi mejilla, luego otra vez, como si intentara borrar mis incontables pecas, y luego susurró:

— Siento algo extraño cuando estoy cerca de vos. Esas pecas... están por todas partes...

Alguien pasó corriendo fuera del ascensor, y luego escuchamos la voz inquieta de Janía hablando con alguien.

— Ya está —dije con voz ronca, mirando a Orest—, está mejor. Ya casi no sangra. Tomad este trozo limpio de tela y presionadlo sobre la herida. Cuando salgamos de aquí, deberéis lavarla con una infusión curativa.

Me puse de pie (aunque no quería hacerlo), rompí otro pedazo de mi pobre manto destrozado y se lo tendí al príncipe. El movimiento dejó al descubierto mi pierna hasta la mitad del muslo, y de pronto me sonrojé. Porque Orest la miraba con una expresión extraña.

— Perdonadme —dije rápidamente e intenté cubrir el agujero con los restos de la tela.

¡Imposible! Mis muslos eran muslos, mis piernas eran piernas. Nada de pequeñeces. Eso lo decíamos siempre en broma con la abuela Froza.

— No debéis disculparos. Es maravilloso. Sois toda inusual.

Orest también se puso de pie, presionando el trozo de tela contra su frente. Me tomó de la mano y dijo:

— Gracias por salvarme.

— Es mi deber como curandera —respondí con frialdad, porque en ese momento me irritó escuchar la voz de Zoria tras las puertas.

Alguien, al parecer, había traído herramientas, porque desde el techo entre las rendijas de la puerta comenzó a asomar una vara. Se movía de un lado a otro, con cierto ritmo.

Orest, por algún motivo, no soltaba mi mano. Su calor se sentía agudo, implacable.

— Mara, yo quisiera...

De pronto, las puertas del ascensor se abrieron y tras ellas vi a Zoria, que estaba terriblemente furiosa...



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En el texto hay: verdadero amor, magia, aventuras

Editado: 23.06.2025

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