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Durante el frenesí zombi que azotó repentinamente a todo el mundo una oscura noche de domingo, ocurrieron muchas cosas terribles, pero hay una en especial que fue no sólo escalofriante, sino además extraña y puso en peligro a más de un mundo.
Mi nombre es Josué Guzmán y soy profesor de Historia en la secundaria Antonio Caso, donde estaba precisamente, trabajando junto con un grupo de alumnos en un evento de olimpiadas de padres e hijos, el cual había terminado ya muy tarde. Se veían sonrisas por todas partes, había sido un día muy satisfactorio y mientras algunos niños nos ayudaban a meter las mesas a sus respectivos salones y otros más nos auxiliaban a barrer la plaza cívica, fue que tuve los primeros indicios de lo que sería el horror más extravagante de mi vida.
Durante muchos años me consideré un hombre escéptico. Las cosas sobrenaturales me parecían puras charlatanerías y no estaba de humor para que mi hija o yo creyéramos en alguna de esas cosas. Durante años crecí en un hogar estricto donde cosas como las caricaturas, la fantasía y los chistes estaban prohibidos. Con mucha más razón las películas de terror, que mi mamá decía, tan sólo servían para divertir a los delincuentes y potenciales homicidas.
Nunca esperé que en mi vida fuera a suceder algo tan terrible como lo que describiré a continuación, pero debo decirlo, ninguna película o historia de terror me hubiera preparado para lo que sea que apareció esa noche.
Mientras un par de alumnas reía a mi lado, charlando sobre asuntos respectivos de su juventud e ingenuidad, noté que a espaldas de ellas, un par de aves guerreaban. Eso en un principio no se me hizo extraño, pues las aves suelen competir por un buen insecto o un buen pedazo de comida. Además, nunca he gozado de buena vista y estaba más interesado en disfrutar las risas de mis acompañantes que en lo que pudieran estar haciendo dos animales llenos de parásitos como ellos. Sin embargo, su constante forcejeo me obligó a voltear para tratar de espantarlas, y fue en ese momento que el espanto me lo llevé yo.
Una de ellas no tenía cabeza, y sus garras estaban fuertemente sujetas al pecho descarnado de la otra ave, que luchaba por zafarse con terror.
Y los chillidos de éste se volvieron más violentos. Tanto que las niñas no pudieron evitar voltear y asombrarse tanto o más que yo ante la desagradable escena.
Entonces hubo otro grito más a la lejanía y dirigimos nuestros ojos al laboratorio de química que estaba en el edificio contiguo. Un grupo de estudiantes corriendo aterrorizados. ¿Qué podía haber en aquél aula como para hacerlos escapar de esa manera? ¿Algún derrame químico? ¿Un incendio? ¿O tenía que ver con los gruñidos afónicos que se escuchaban desde afuera?
Me encontraba alarmado, alerta pero con los sentidos dormidos como si todo esto estuviera ocurriendo dentro de mi cabeza. Vino a mis oídos el sonido de varios cláxones, un choque y algunas nubes de humo se formaron en el cielo. Más gritos, algo grande estaba ocurriendo afuera de la escuela.
Mi primera reacción fue la más acertada, aunque no la llevé a cabo de inmediato: algo raro está sucediendo en la ciudad, lo mejor sería ir por mi hija a la casa y quedarnos juntos hasta averiguar lo que está sucediendo.
Tan sólo había visto un par de aves en ese momento. No estaba seguro de que estuviera realmente sucediendo algo y a decir verdad, no entendía el alcance total de lo que estaba por suceder.
Más gritos me helaron la sangre mientras me dirigía al estacionamiento de la escuela.
Cuando llegué a mi auto, descubrí con espanto que la salida estaba obstruida por toda la gente que intentaba salir del lugar tan pronto como fuera posible. Aún así me apresuré a subir y empecé a formarme en la fila de autos que pitaban con desesperación para escapar. ¿Qué era lo que habían visto los padres de familia y alumnos en ese laboratorio?
Entonces escuché un crac y me sobresalté. El ralo cabello de mi cabeza se erizó cuando vi el suelo de asfalto de la carretera quebrándose lentamente frente a mí y los demás vehículos que pitaban sin darse cuenta de ello. Algo rosa comenzó a brotar de la tierra, algo que se movía lentamente como un pequeño arroyo. Eran cientos, quizás miles de gusanos que precedieron a un grupo de manos esqueléticas abriéndose paso entre las rocas partidas. ¡Esqueletos vivientes! ¡Brotando del suelo del estacionamiento de la escuela!
Desesperado, salí del auto y contemplé cómo las criaturas acorralaban a las personas que estaban estancadas en la carretera, forcejeando para abrir las puertas de los vehículos. Hubo más gritos y algunos autos de la parte de atrás embistieron a toda velocidad tratando de abrirse paso pero fue inútil. Mi auto quedó destrozado, al igual que los autos de atrás, cuyas puertas quedaron deformadas de manera que los esqueletos pudieron abrirlas y entrar. Las ventanas se llenaron rápidamente de sangre y los autos del frente aceleraron, pero la carretera se abrió frente a ellos y algo más grande brotó de la tierra. No podía creerlo, una gigantesca cabeza marrón hecha de hueso escapó de la tierra abriendo sus enormes fauces y bajo ella salieron más cadáveres de ratas del drenaje y gusanos. Pronto me di cuenta que por ahí sería inútil escapar.
Decidí abrirme paso por la entrada de la escuela, para encontrarme con lo que había asustado a los chicos del laboratorio: una manada de pequeñas ranas despedazadas saltando derramando sangre y vísceras mientras croaban ruidosamente. Apreté el paso para perderlas de vista y llegué a la entrada de la escuela, donde muchas personas empujaban para salir.