DimensiÓn Zombi

Capítulos 3 y 4

3

A pesar de estar protegido de momento, no podía dejar de temblar. Las ratas son animales voraces, están dentro de las plagas más dañinas para la humanidad, así como los animales más peligrosos. Además de las enfermedades propias que transmiten esas alimañas, ellas hacen agujeros en las paredes para poder vivir en las casas, lo que me hizo entender de inmediato que no estaba a salvo del todo. ¿Devorarían la casa conmigo dentro? Estaba consciente de que si se tratara de un ejército de ratas vivas, seguiría siendo una jauría voraz, peligrosa e incontenible. El ensordecedor sonido de sus chillidos no tardó en materializarse y todos los vellos del cuerpo se erizaron sobre mi carne de gallina.

Se escucharon muchos golpes a la casa mientras las ratas pasaban violentamente, acabando con todo a su paso. La casa tembló como si se tratara de un sismo menor y las cosas de los estantes se tambalearon. Asustado, me coloqué debajo de la mesita del centro, con un cuchillo que había encontrado entre la estantería. Estaba asustado, pero listo para atacar en caso de que cualquier criatura se colara entre las paredes o por las ventanas.

La casa era increíblemente oscura. A pesar de que había dejado una persiana a medio abrir para poder observar el exterior, no parecía entrar luz alguna ni de la luna ni de las estrellas, lo que acrecentó el suspenso en el que me encontraba.

Entonces hubo un silencio repentino.

Me salí de debajo de la mesita para ver mejor y me acerqué para ver por el agujerito de la persiana. Podía ver aún el suelo moviéndose, las ratas seguían ahí, pero habían dejado de acercarse a la casa. Ninguna había tratado de entrar. Aparentemente me había salvado.

Suspiré con alivio, pensando que era un milagro que no me hubieran escuchado. Las ratas habían marchado en su feroz jauría con gran velocidad sin prestar atención a la vieja casa de madera olvidada en medio del campo, pasando de largo sin intentar entrar, como si hubiera algo más importante que lo que pudieran encontrar explorando un poco o intentando hacer destrozos como las ratas vivas habitualmente lo hacen. A pesar de mi suerte, mis manos no dejaban de temblar. Había estado demasiado cerca. De haber estado afuera cuando ellas llegaran, habría terminado convertido en un esqueleto como los demás profesores.

¡Pero qué suerte la mía que no consideraran hacer una parada para inspeccionar la casa en busca de alimento! Me dije a mí mismo. No tenía idea de que no habían dejado la casa en paz porque no consideraran que podía haber alguien a quién devorar en ella, sino porque dentro de la casa había algo tan siniestro que ni siquiera los zombis querían tener algo que ver con ello.

Pero no me adelantaré a los hechos. De momento me sentí tranquilizado, mientras seguía contemplando cómo el mar de pútridas bestias se alejaba lentamente. Algunas más, un poco más lentas que las otras, también pasaban de largo sin mirar la casa, por lo que di por hecho que no me encontrarían y me recosté en el suelo, sin dejar de dar gracias a mi suerte.

Hecho esto, por primera vez prendí mi encendedor y me detuve a observar la casa en la que me había metido. A primera vista, cuando me encontraba tratando de atrancar las puertas y tapar cualquier posible agujero en el suelo y paredes, no noté los muebles rústicos de apariencia antigua, ni los extraños pergaminos sobre la mesa del comedor, ni los estantes llenos de libros de apariencia antigua. Distinguí lo que parecía ser una vieja chimenea, pero no me atrevería a encenderla y arriesgarme a que los muertos supieran que había alguien en la casa.

Miré también algo que llamó mi atención: una extraña cabeza disecada de venado. No me habría alarmado sin no hubiera sido porque sus cuernos estaban retorcidos de una manera que nunca en mi vida había visto. Parecían unos cuernos de chivo alargados que terminaban en astas parecidas a las de un alce. Era un hermoso ejemplar, pero no estaba seguro de que fuera real.

Para intentar calmar mis nervios, abrí uno de los libros pero lo que descubrí me pareció tan extraño como los cuernos de la cabeza del venado: el libro que tomé tenía símbolos desconocidos, incomprensibles para mí, e imposibles de identificar como alguna lengua conocida.

Tomé otro libro y encontré que estaba escrito en la misma lengua. Tomé un tercero y me di cuenta de que cada uno estaba escrito en aquél extraño idioma. Empecé a preguntarme qué clase de persona vivía en esta casa tan extraña, pero aquello no era importante para mí. Lo único que me importaba era llegar por mi hija cuanto antes.

Me disponía a salir por la puerta, pero antes me aseguré de volver a mirar por la ventana. Aún había algunos roedores arrastrándose, y uno o dos cuerpos muertos caminando hacia la misma dirección que la jauría. Salir aún no era seguro, pero cada minuto que perdía me era insoportable.

Entonces pensé que si había una cabeza de venado, esta cabaña debía pertenecer a alguien que practicara la cacería, lo que significaba que en algún lugar de la casa debía haber un arma.

Busqué entre los estantes buscando un rifle o al menos una pistola. Hurgué en los cajones, sin encontrar nada más que algunas plumas y tinta. Me dirigí a donde me imaginé debía estar la cocina, pero no encontré nada que se pareciera a un refrigerador, estufa o alacena y viendo bien que me encontraba en una cabaña rústica en medio de un terreno baldío, hubiera sido tonto pensar que efectivamente hubiera una toma de corriente por aquí.




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