Diosa Oscura

Capítulo 6: Marqués D'Hoffryn

Tristan

El verano es inclemente en Flamewood. Los vientos costeros arrastran el calor del Mar de Lava, que se mezcla con la humedad del bosque Ardán, haciendo que la capital de Firetown, justo en medio de ambos, se vuelva un hervidero. El sol brilla en el cielo con una intensidad asfixiante y los ciudadanos caminan exhaustos bajo esa bola de fuego. No quisiera estar en otro lugar en estos momentos que en el palacio, el que desde la cima de la colina negra y con sus altos muros de piedra y ventanales enormes, permite que la brisa corra ligera, refrescando las inmediaciones.

Me encuentro de pie frente a una de las ventanas de mi habitación viendo en silencio cómo se mueven las hojas de los árboles del jardín trasero. Un vaso de licor endulza mis labios y la vista se me pierde en la forma en que los rayos del sol se mezclan con la vida silvestre, haciendo brillar con fuerza los colores de ese pequeño paraíso que la última reina de Firetown se encargó de legal. No cabe duda de que la época favorita del año de mi madre ya está aquí.

Lotus está terminando de vestirse, la siento caminar a mi espalda y acercarse poco a poco. Lo hace lento, con pasos ligeros, casi pareciera levitar cuando camina a mi encuentro. Cree que no soy consciente de su cercanía, se imagina que mis sentidos están tan perdidos en el horizonte como mis ojos, pero tantos años en batallas han entrenado mis reflejos haciendo que sea prácticamente imposible tomarme desprevenido.

— Espero que ya hayas terminado de vestirte — pronuncio luego de llevarme otro trago de mi bebida a los labios y siento sus pasos detenerse, sus manos a pocos centímetros de mi piel, no volteo, mis ojos siguen fijos en el horizonte de mi jardín, más allá del puente que cruza el pequeño lago, perdidos en la visión del mar de lava, cuyas costas desembocan en mi capital.

— Pensé que podría…

Sus palabras se cortan cuando me giro, capta la expresión de mis ojos y rápidamente baja la cabeza. Sabe que no permito que me miren ni me hablen sin mi consentimiento. Sin embargo, su mirada repasa con cautela mi torso desnudo y se detiene en el borde de mi pantalón negro. La piel se le eriza visiblemente y puedo adivinar lo que está pensando, ladeo una comisura de los labios y corto la distancia entre ambos.

— No eleves la cabeza — ordeno cuando estoy frente a ella y obedece. — ¿Qué te dije que hicieras hace unos minutos? — mi aliento le roza la nuca cuando me agacho para hablarle cerca y puedo ver cómo los vellos de esta zona también se le ponen de punta.

— Que me vistiera, majestad.

— ¿Entonces por qué aún no lo has terminado de hacer?

— Solo me faltan los zapatos y la capa, señor.

— ¿Me estás contradiciendo?

— No, señor, lo lamento.

Su mirada sigue en el piso y la voz le sale débil, entrecortada.

— Tampoco me llames señor, sabes que lo detesto. Soy el rey, no un simple noble.

— Lo lamento señ… majestad, no lo volveré a hacer.

— Buena chica — cambio el tono a uno más amable y subo los dedos de mi mano libre por su brazo derecho con la suavidad de la pluma de un ave. Su piel no pierde el estado sensible en el que estaba y de un momento a otro agarro su cabello desde atrás con fuerza y tiro para que me observe.

El cambio es abrupto y la siento estremecerse, ya no de placer sino de miedo. Permito que sus ojos busquen los míos cuando le hablo.

— Sabes que no me gusta la irreverencia en ti. Te quiero sumisa en todo momento. Has desobedecido una orden e intentado acercarte a mí por la espalda cuando sabes que está prohibido. ¿Qué intentabas hacer?

— Quería darle un último abrazo antes de marcharme, majestad.

Su tono es demasiado bajo, como si se negara a dejar salir esas palabras de su boca.

— ¿Un abrazo? ¿Acaso crees que somos novios? ¿Qué tipo de relación crees que tenemos, niña?

El escarlata cubre sus mejillas, avergonzada.

— No me gustan las demostraciones de amor, son ridículas, patéticas viniendo de alguien como tú. Si quieres llamar mi atención ponte de rodillas frente a mí y baja la cremallera de mi pantalón, pero no me abraces, nunca me abraces. ¿Entendido?

Asiente con ojos brillosos intentando no hacer contacto visual con los míos.

— ¿Entendido?

— Sí, majestad. Mi deber es complacerlo siempre, estoy única y exclusivamente para proporcionarle placer.

Su sumisión inmediata provoca una reacción visceral en mí, entonces tomo el fondo del licor que queda en mi vaso y lo vierto en su cuello, haciendo que el frío del líquido en contraste con su piel caliente, sensibilice la zona. Acerco mis labios y lamo con fuerza, luego chupo, succionando, buscando marcar su piel. Disfruto sabiendo que yo y solo yo puedo hacerlo, no me gusta compartir y mientras Lotus no me aburra, su posición como meretriz será privilegiada.

Sus dedos comienzan a danzar inseguros hacia mi pecho, rozándome con pequeños toquecitos superficiales que se vuelven más profundos y posesivos cuando le dejo claro mi consentimiento. Ella va deslizando de forma lenta las manos a lo largo de todo mi torso y abdomen, como si intentara grabarse la forma de mi anatomía en la punta de los dedos. Acerco con el pie la silla que tengo a la derecha y tomo asiento, llevándola conmigo a mi regazo.




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