La primera vez que se encontraron con una bestia durante su viaje, Suéh había pensado que la sombra de Timo era detener el tiempo: él mató a la bestia apenas un segundo después de que desapareciera frente a Laia. Eso no explicaba por qué dejó que el dardo envenenado de Mille la matara, pero era lo más lógico.
La madrugada que Thyna huyó él estaba cazando, sin ninguna ayuda, a dos bestias; no era algo difícil, pero en el conteo de armas descubrió que Timo no cargaba más que una daga para degollar, así que para haber usado solo eso (ya que ninguna otra arma había sido sacada de su lugar) era necesario un comodín con el tiempo.
En su plática en el bosque ella parpadeó y en ese microsegundo se encontraba frente al campamento. Para Suéh tenía todo el sentido del mundo que parara el tiempo... Hasta esa mañana. Ella estaba en la ventana y luego acostada, ¿cómo era eso posible si estaba encerrada y él estaba fuera?; sin mencionar que pudo haberlos sacado fácilmente si su sombra fuera parar el tiempo. Sí, tendría que cargarlos y llevarlos unos metros más allá de la micro-alianza, pero era parte del equipo, se tenían que ayudar ¿o estaba siendo Suéh demasiado ingenua?
De cualquier manera estaba equivocada. Tristemente no sería ese día cuando descubriría la sombra de aquel engañoso joven.
Cuando recuperó el conocimiento no tenía cadenas en los pies y tres hombres yacían degollados en el cuarto donde la habían metido; solo estaba segura de una cosa: recordaba todo. Al apoyarse en sus manos para ponerse de pie descubrió que en su mano izquierda tenía una daga con sangre, se sintió muy desorientada, porque si ella había matado a esos hombres tendría la daga en la derecha: era diestra. ¿Qué había pasado?
Escuchó pasos apresurados dirigirse a donde estaba, así que se colocó junto a la puerta y en guardia para recibir a quien quisiera entrar. Una figura cruzó el umbral y ella se apresuró a jalarle del brazo y, colocándoselo en la espalda, le empujó contra la pared.
—¡Maldición! —exclamó una voz conocida y lo soltó en seguida.
Loryen se volvió y la miró sorprendido, toda ella estaba cubierta de sangre, parecía que se había dado una ducha con los cuerpos de sus víctimas. Aunque él no se quedaba atrás, estaba bastante sucio, solo que parecía tierra y sus ropas estaban desgarradas.
—¿Dónde…? —iba a preguntar por la otras chicas, pero Loryen la interrumpió impaciente.
—Tenemos que irnos, vamos.
La tomó del brazo, guiándola por unos pasillos estrechos, oscuros y húmedos; todo estaba hecho de piedra. A juzgar por la luz que entraba por las rendijas en lo alto de la pared, ya era de noche ¿cuántas horas habrían pasado?
Salieron y frente a ellos la noche se abría expectante. Parecían una pareja huyendo juntos para vivir su amor sin límites; solo le sobraba la sangre en la ropa y sus compañeros esperando a que se acercaran.
Suéh reconoció a Ollen en su caballo, vió a Kena y Pawla montadas en una yegua y otro caballo, el de Loryen, esperaba a unos metros de distancia. Quiso preguntar por su yegua, pero la urgencia en la mirada y pasos de Loryen la contuvieron. Ambos montaron al corsel y a pusieron en marcha.
Conforme se alejaban Suéh se dió cuenta que la estructura de dónde habían salido era alta, aunque parecía destrozada, su sombra se cernía sobre ellos aún cuando descendían.
Al llegar al pie del montecito descubrió a Sett y Añu esperándolos con las mulas a un lado. De la mano de Añu salían llamaradas de fuego; confundida intentó pensar qué dios tendría un poder así. No sé le ocurrió ninguno.
Suéh, que iba en la parte de atrás del caballo, no pudo evitar girarse para observar la estructura donde, posiblemente, había matado tres hombres y no lo recordaba. Una pregunta murió en sus labios, ya que Loryen le dijo: —Es un castillo.
—¿Castillo? —repitió sin poder evitarlo, no le sonaba esa palabra de nada.
—Sí. Antes existían reinos y ahí habitaban…
—Los reyes —adivinó Suéh.
Loryen volteó la cabeza para mirarla, encontró sus ojos por unos segundos: al parecer no era de conocimiento popular todo lo que respecta al mundo cuando los dioses estaban. Se abstuvo de preguntar cómo sabía sobre ello y regresó la vista al frente.
—¿Qué dios era el patrón de estas tierras? —le preguntó la joven después de unos minutos.
—Nadie —dijo con tono amargo—. Estas tierras no son de ninguno.
—¿Entonces por qué…?
—No lo sé —suspiró—. Eso no lo enseñaron en la Escuela. Pregúntame algo más fácil.
Suéh se sorprendió que le diera vía libre para platicar, pero no quería desperdiciar su pregunta en cualquier cosa, en caso de que fuera la única.
—¿Puedo guardar la pregunta para otro día?
—Por supuesto.
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—¿Qué ha pasado? —cuestionó Pawla cuando redujeron la marcha. La expresión de Kena y Suéh dejaba claro que tenían la misma duda.
—¿Qué recuerdan ustedes? —les preguntó Loryen.
—Nos encadenaron en un cuarto y cuando nos quitaron las vendas dijeron que seríamos las esposas de tres hombres —Suéh omitió que uno de ellos era Timo, por alguna razón prefirió que no se supiera—. Un tal Gonzo nos borraría los recuerdos y ahí acaba, todo se vuelve negro.