Era la tercera vez que Loryen captaba las miradas de los demás clavadas en su espalda.
Por un breve segundo sintió el impulso de tocarlos, sabía que con el simple contacto de su piel pasarían de querer asesinarlo a adorarlo. Pero entonces el breve segundo se acababa.
Aún no era la hora de utilizar su sombra con ellos, a decir verdad, esperaba que nunca llegara.
La única persona que en ese momento no lo odiaba (porque no podía) era Suéh. Aunque tampoco estaba contenta le demostraba su apoyo con constancia.
Loryen se preguntó cómo sería su trato con él si no hubiera tenido que estrechar su mano.
Aunque no le gustara admitirlo, una parte suya, aquel niño fácil de complacer que algún día fue, disfrutaba ver cómo la mirada de las personas cambiaba de desacuerdo a condescendencia con uno solo de sus toques. Su parte racional, a la que le prometió que nunca más utilizaría su sombra de manera inconsciente, no hacía más que reprocharle cada vez que alguien se mostraba de acuerdo con él.
Porque el asunto era ese: ¿estaban de verdad de acuerdo? ¿O solo se encontraban bajo el efecto de su sombra?
¿Suéh querría en realidad darle ánimos con su deslumbrante sonrisa? ¿Era real la estima que se veía en los ojos de la chica?
Sabía que no. Que todo el cariño que recibía era gratuito, que nadie le seguiría si no fuera porque Quilme le había dado ese legado. Suspiró cuando volvió a sentir el agua cayendo entre las hojas y mojándolos sin piedad.
—Aknuz es también dios del agua, ¿no tienes una sombra que evite que llueva con tanta frecuencia?
Suéh lo miró con algo parecido al desagrado, pero en seguida su rostro cambió por uno sonriente y empezó a reír. A Loryen se le revolvió el estómago, no creyó que la afectación de su sombra ya habría avanzado tanto en ella, intentó recordar en qué momento Rebba había dejado de molestarse por algo referente a él y lo tomaba como algo tierno o gracioso.
—Mi sombra es relacionada con la tierra, más que nada, así que no creo poder evitar que llueva.
El resto del camino evitó hablar con ella y los demás evitaron escucharlo a él, así que el descarado repiqueteo de las gruesas gotas de lluvia, golpeando contra el cuero con el que cubrían sus cuerpos y el de los equinos, era el único sonido que los acompañó durante casi veinte kilómetros que avanzaron.
Fue la persona menos esperada quien rompió la densa quietud que se tenía en el ambiente.
—Es mi mamá —se escuchó la suave voz de Añu, a quien pocos si no es que nadie habían escuchado hablar. De inmediato la miraron con incertidumbre y sorpresa, más porque había hablado que por lo que dijo. Loryen fue el único que entendía a lo que se refería, casi agradeció su intervención, aún cuando sabía que tanto ella como Sett tenían derecho a reclamarle después por haber contado cosas que les concernían más a ellos que a ningún otro. Tardó unos segundos en hablar de nuevo—. Una de esas diosas es mi mamá.
Y no dijo nada más. Ni un nombre o explicación, volvió a ser la reservada chica a la que estaban acostumbrados, pero Suéh no pudo evitar preguntarse quién era y a que se refería con "su madre", quizá otros como ella intentaban unir cabos.
La noche anterior, apenas medio día atrás, solo se mencionaron algunos de los dioses extranjeros que llegaron a su mundo cuando Xetta se fue. Nadie sabía nada del Etéreo que los había traído, pero por lo que Rebba le había contado a Loryen y este a ella, era preferible no conocerlo.
Suéh empezó a enlistar los dioses extranjeros de los que hablaron, descartó a las deidades que se identificaban como masculinas y a las que quedaron las relacionó con la sombra de Añu. No había ninguna diosa del fuego, así que lo más parecido de dónde provenía sería la diosa del sol.
Aunque lo importante en ese momento no era de dónde venía, sino en qué situación los ponía a ellos con respecto a la guerra.
Si Añu, pensó Suéh conociendo únicamente lo que la chica acababa de decir, era hija de la diosa del sol, una deidad extranjera, enemiga, ¿por qué estaba con ellos? ¿Loryen era demasiado confiado para tenerla cerca? ¿Sett también era de los otros? En tal caso, ¿prefería tener vigilados a los posibles peligros?
De repente, recordando el tema que dejó a medias con Kena, se giró hacia atrás en busca de su amiga. Para su sorpresa ella la estaba mirando con un detenimiento preocupante.
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El llanto amargo de diez mil almas los acompañaba desde que dejaron tierra firme, aunque ninguno lo podía notar.
Cuando dejaron de ver la orilla comenzaron a preocuparse, si bien no se arrepentían de haber zarpado ya que cruzar el desierto era incluso peor, ahora dudaban de llegar con vida a la costa, ni hablar de regresar a salvo a su casa.
Habían tenido que dejar a la mula y los caballos, por eso, aún si el barco los llevaba a dónde esperaban, el camino se haría más difícil que cuando partieron. Sin embargo, ahora estaban varados en la inmensidad oscura del océano, amenazados con ser tragados por aquél universo líquido en el que flotaban desde una semana atrás, perdidos entre un sin fin de estrellas que se asomaban desde el cielo y otras tantas desde las entrañas de la tierra.
Los muertos y dioses extranjeros los observaban con burla y expectación. Porque aunque sabían el desenlace de la historia les emocionaba cómo se estaba desarrollando.