El viento golpeaba su rostro, la lluvia caía a cantaros sobre su cuerpo, las llantas chillaban en la carretera mojada.
La meta.
Era su único objetivo. La adrenalina fluía por sus venas, de pies a cabeza. Estaba cegado por el enojo que llevaba dentro. Dejándose controlar por el.
Y ese fué su error, dejarse llevar por la furía y la tristeza que lo embarcaba en ese momento.
Porque las consecuencias le impidieron llegar a su otra meta, una más importante, y era poder hacerla feliz. Poder ser lo que ella deseaba.
Él lo intentó, y fracaso.
Ella lo esperó y se cansó. Observando el cielo oscurecido, las estrellas brillando, susurró a la luna.
—Lo esperé incluso desde hace mucho tiempo, y no llegó, él no llegará —lágrimas de decepción rodaban por su rostro. Se levantó y siguió su camino sin mirar atrás. Se prometió no volver a pensar en él, a dejar el pasado donde pertenecía, en el pasado.
Ambos tenían un límite, y ella ya lo había sobre pasado, todos tenemos un limite, es el momento en el que dices ya basta, ya no más. Sus muros volvieron, su frialdad se intensificó con mas ganas, enterrando todo lo que ella veía como peligroso en un cofre muy dentro de si misma.
Pero el destino no tenía planeado para ellos un final en el que ambos esten separados.
Estaban a una carretera de distancia sin saberlo. Pero la realidad es que los separaba un abismo. Uno en el que si dabas un paso al frente, caías, y ambos cayeron, juntos.
Allí en esa carretera llena de personas iguales a ellos, se miraron como dos enemigos, desafiando el uno al otro, en ese momento eran desconocidos que iban hacia la meta, que llegarían allí sin importar el precio.
Lo que ambos no sabían era que en el pasado fueron algo más que dos contrincantes, y que en el presente serían más de lo que alguna vez fueron.
Una energía para nada sana los unía, los atraía sin poder poner objeción alguna, un circulo vicioso que, al final del día, los destruiría.
Editado: 16.03.2021