Damir
Creo y no lo creo. Mi Yasia...
Apareció...
Quiero cogerla en brazos, darle vueltas y gritar con todas mis fuerzas: "¡Yasia mía! ¡Te encontré!"
Pero me tropiezo con una mirada congelada y sin parpadear y me detengo. Como si a todo correr mi frente hubiera chocado con una pared de cristal.
Su mirada es tan suplicante que no tengo valor para superar su muda prohibición. Todo lo que me permito es decir en voz baja:
— Yasia. Mi pequeña Yasia...
A mí mismo me sorprende lo tranquila que suena mi voz. Y que estoy exteriormente tan tranquilo. Se ha desencadenado un huracán dentro de mí, un torbellino de sentimientos y emociones, pero nadie verá nada si ella no quiere. Incluso ella misma.
Ya ella ha tenido suficiente. Se estremece, como si al menos miles de voltios pasaran por ella. Su cabeza se mueve, en sus ojos hay una súplica, y como en realidad escucho: "no, Damir, por favor... "
Lo sé, lo sé... Trago en seco, cierro los ojos por un momento.
Aquí está tu "no lo hagas" frente a mí. ¡Helmoso!... Me llega a las rodillas.
No entiendo mucho en cosas de niños, pero la niña parece ser una niña lo suficientemente mayor. Pronuncia las letras claramente a excepción de "r" y un par de otras más. No tiene ni un año ni dos. Y eso significa...
¿Qué significa eso Yasia? Que no sufriste mucho después de nuestro divorcio. Te casaste, ¿verdad? ¿Aquí en Izmir?
Con solo pensar que Yasia se casó, algo oscuro y frío surge en mi interior y se ata en un apretado nudo marino.
Te pido que no estés casada, gatita. Aunque es estúpido y egoísta, pero no quiero que estés casada. ¿Es imposible dar a luz de forma independiente? Quedaste embarazada, tuviste una hija. Le puede suceder a cualquiera.
Una hija maravillosa, por cierto, increíble. ¿Cómo no me dí cuenta de inmediato? Probablemente porque no lo esperaba. Jamás pensé que te encontraría aquí.
Es por eso que necesitaba tanto esta fábrica, es por eso que actué tan decidido. ¿Lo sentía? ¿Realmente lo sentí?
Yasmina pestañea, interrumpiendo nuestro diálogo silencioso. O monólogo, ella no pronunció ni una palabra. Sale de mí a borbotones... ¿cómo decirlo correctamente?, ni siquiera verbal. Un flujo mental.
— Señor Batmanov, usted tiene una reunión a las doce, — la voz insinuadora de Marina me saca a la superficie desde el sumidero de autoflagelación donde estaba sumergido. — Y luego planeaba hablar con los jefes de Departamentos.
— ¿Por qué con los jefes? — la interrumpo, sin apartar la mirada de Yasmina, y paso al idioma turco. Para que todos me entiendan. — Hablaré con todos. Personalmente. Quiero saber personalmente con quién me quedo a trabajar.
Sí, no arquees las cejas así, gatita, mi turco sigue siendo horrible. No puedo evitarlo. Nunca llegué a asistir a clases de turco, hablo como puedo y así está bien.
Yasmina parpadea, atrapo accidentalmente la mirada de una mujer alta con ojos grandes. No tan hermosos como los de Yasmina, por supuesto, pero nadie más tiene unos ojos así.
En cinco años no pude encontrar...
— ¿Usted es Damla Aydin? — el cerebro está sobrecalentado, pero aún no ha perdido la capacidad de pensar. — ¿El diseñador principal de la fábrica?
— Sí, Señor Batmanov, — la señora Aydin responde con dignidad, ella claramente sabe su valor.
Kaan la cuidaba como a la niña de los ojos. Y a juzgar por las últimas colecciones, eso fue lo único que hizo que valiera la pena para la fábrica.
— Me gustaría entrevistar personalmente a los empleados, señora Damla, — digo, pero sé exactamente qué es lo que tengo entre manos. — Quiero que prepare lo antes posible una lista de los empleados de su departamento con la fecha de nacimiento y el estado civil de cada uno.
Que los niños deben ser incluidos allí, con su edad y fecha de nacimiento, lo diré más adelante.
Damla pone los ojos redondos, mira sin poder comprender al jefe de recursos humanos, quien, si adivina hasta qué punto está comprometido, no lo demuestra.
Es él quien ahora tendrá que preparar tales listas para cada jefe de departamento. Pero esta será una excelente prueba de idoneidad profesional y de la capacidad de trabajar en el modo circunstancias de fuerza mayor eternas y plazos de cumplimiento reducidos. Si quiere quedarse, que se acostumbre.
Que se acostumbren todos.
— Usted iba a comenzar por el Departamento de ventas, Señor Batmanov, — se inclina hacia mí Marina y susurra en silencio casi al oído.
— He cambiado de opinión, susurro en respuesta, — comenzaré por los diseñadores.
Y me dirijo a la delegación que me acompaña.
— Vamos a la sala de conferencias, caballeros.
Antes de salir del departamento, le echo una mirada larga a Yasmina. Quiero absorber todo lo que veo. En mí, en lo más profundo. Me la comería toda y no me atoraría.
Mis ojos se deslizan más abajo por la cincelada figura y tropiezan con el botón Lale, que se ha pegado a su madre. De repente me doy cuenta de que, si no hubiera arruinado todo yo mismo, esta podría haber sido mi hija. Mi propia hija. La-le.