Doce años y un día

IV

 El expediente

 

—Se trataba de una logia ¿no es verdad? —son las primeras palabras del comisario cuando por fin la tiene delante. Apenas la ha mirado desde que entró, tampoco durante el trayecto en coche que les ha llevado desde la casa hasta la comisaría, él sentado en el asiento de delante junto al chófer y ella detrás, escoltada por dos números de la guardia civil. Algunas miradas furtivas a través del espejo retrovisor consiguen saciar su curiosidad. Ha pasado el tiempo pero todavía reconoce a la Elena que conoce desde siempre, a la que ha visto crecer de forma casi meticulosa constatando los cambios que en ella se operaban a intervalos regulares marcados por el calendario vacacional, cambios que a otros pasaban desapercibidos pero no a él que la observaba a conciencia, desde la distancia, sin que se diera cuenta, pero nadie como Paquito para saber cuántos centímetros había crecido o si su pelo se había vuelto más liso o sus ojos más oscuros.

Salen del coche y los escasos metros que hay hasta la comisaría los atraviesan deprisa con el comisario a la cabeza marcando el paso ligero, no quiere que la detención se convierta en un espectáculo, aunque ya algunos transeúntes se han parado a averiguar la identidad de la detenida a la que ven entrar custodiada por los dos guardias, demasiado pegados a ella para pensar que se trata de una visita de cortesía. Una vez dentro del edificio, el comisario hace un gesto a Elena para que se siente en un banco del pasillo junto a otras dos mujeres que también esperan a ser interrogadas. Don Francisco desaparece tras una puerta donde se puede leer “Sección Político Social” sin decir una palabra. Estos hombres acostumbrados a mandar hacen un uso mínimo del lenguaje y en su lugar se sirven de indicaciones gestuales que todo el mundo a su alrededor debe entender, incluso los que se topan con un poderoso por primera vez conocen su voluntad de inmediato, y es que el poder, cuando procede de una autoridad sólida y bien asentada, no tiene necesidad de explicaciones. O si no que se lo digan a todo este personal, tanto civil como militar, y a los propios detenidos, todos ellos se mueven como si estuvieran activados por el engranaje de un inmenso reloj que un señor bajito y de voz aflautada puso en marcha hace algunos años, de vez en cuando hay que darle cuerda y engrasar la maquinaria, pero por lo demás funciona a la perfección una vez que cada pieza ha asumido cuál es el lugar que le corresponde.

A Elena ahora le corresponde esperar, no sabe a ciencia cierta para qué, pero la espera ya forma parte de la función que ella desempeña en este escenario. Pasados unos minutos comienza a sentir el frío que se cuela en esta sala que en realidad es un pasillo oscuro, amueblado tan solo con algunos bancos adosados a la pared, iluminado por una bombilla y por la escasa luz natural que entra a través de los vanos situados encima de las puertas. Hay un reloj en la pared de enfrente, grande y sonoro como los de las estaciones de tren en los que la aguja de los minutos avanza a trompicones, cada cierto tiempo un salto casi olímpico la sitúa en la marca siguiente y allí se queda hasta que vuelve a dar una zancada que cubre otro tramo. Los ojos de Elena lo saben bien, no se han perdido ni uno solo de los desplazamientos del minutero al que mira fijamente intentando no pensar en nada que no sea el movimiento del reloj, espera y nada más que espera, autónoma, cargada de sentido por sí misma, desprovista de objetivos que la justifiquen.

De vez en cuando alguna puerta se abre, funcionarios vestidos de uniforme y aire de suficiencia atraviesan el pasillo con alguna carpeta debajo del brazo. Hasta la posición que ocupa Elena llega el repiqueteo de alguna máquina de escribir, lento y arrítmico, dedos inexpertos tecleando, sentencia la que fue secretaria y algo sabe al respecto. Sus compañeros de banco han ido desapareciendo, tragados por la boca hambrienta de cualquier despacho que los engulle y nunca más vuelven a aparecer. Al cabo de mucho tiempo repara en ese detalle, ¿adónde irán? Prefiere no lanzarse por la pendiente de las conjeturas, podrían alterar la espera perfecta, la de quien en realidad no espera nada porque todo cuanto le concierne está en este pasillo y esas agujas del reloj ferroviario, seguras y predecibles.

De repente oye su nombre. La primera vez le parece que las palabras proceden de algún lugar inalcanzable al que jamás podrá llegar por mucho que se esfuerce, por esta razón no hace ningún intento de movimiento. La segunda, el tono de voz de quien lo pronuncia suena tan enfadado que ya lo asocia con su presente y es entonces cuando reacciona. En los últimos tiempos las voces enojadas y los imperativos categóricos se han convertido en la forma más frecuente de comunicación humana y por eso su cuerpo solo se mueve como si fuera un resorte ante este tipo de llamadas. Se pone en pie y se dirige hacia la única puerta que está abierta. Dentro encuentra al comisario envuelto en una bruma parecida a la que se divisa a través de la ventana pero de origen muy distinto. Elena entra sin decir una palabra, no está la ocasión para saludos. Llama su atención el cenicero rebosante de colillas y un cigarro todavía humeante descansando sobre el filo del recipiente. Escucha el sonido de la puerta que se cierra violentamente a su espalda. Permanece de pie, de nuevo a la espera de alguna orden, pero el comisario no levanta la vista de sus papeles, parece que algún documento requiere en ese momento toda su atención, pero no es así, simplemente finge, escenifica un acto de dominación. Considera que es fundamental para su trabajo que los detenidos se hagan una idea clara de que su situación depende absolutamente de él, intenta sentar las bases desde el principio de una completa sumisión a su autoridad que comienza por esta consabida inmovilidad del acusado frente a la puerta. Elena, convertida en estatua, aguarda alguna señal, finalmente la vislumbra entre una espiral de humo, la mano izquierda de don Francisco indicándole la silla donde debe sentarse.



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En el texto hay: feminismo, guerra civil, masonería

Editado: 17.12.2019

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