Domic Dragon y el mundo cuantico.

Capítulo 7: El Despertar de un Monstruo Cuántico

El día transcurría con su rutina monótona. El tráfico, caótico como siempre, entremezclaba bocinazos y el rugir de los motores con el murmullo constante de la ciudad. Árboles bien alineados a ambos lados de las calles mecían sus hojas con la brisa, aportando un contraste sereno al ir y venir de miles de personas.

En el corazón de la metrópoli, una estructura colosal dominaba el paisaje: la Corporación Dragón. El edificio, imponente y vanguardista, estaba custodiado con un nivel de seguridad que recordaba más a una base militar que a un simple laboratorio. Científicos con batas blancas iban y venían en un flujo incesante, sumidos en proyectos que trascendían la comprensión de la mayoría.

Entonces, sin previo aviso, algo despertó.

El aire se volvió denso, cargado de electricidad estática. Un escalofrío recorrió la ciudad cuando una figura descomunal emergió de las entrañas del laboratorio, rasgando la realidad misma con su sola presencia. La alarma resonó en un eco ensordecedor, y en cuestión de segundos, escuadrones militares se desplegaron, armas en mano, apuntando a la abominación.

Las balas llovieron sobre el monstruo, pero no todas surtieron efecto. Algunas atravesaban su cuerpo como si dispararan al viento. Sin embargo, aquellas que lograban impactarlo rebotaban contra su piel: una coraza semejante a escamas de acero, forjada en un abismo insondable. Con cada paso, el titán hacía retumbar la tierra bajo sus pies.

Desde lo alto de la Corporación, un haz de energía fue disparado con precisión quirúrgica. El impacto fue devastador. La criatura rugió con una furia primigenia mientras era arrastrada al suelo, destruyendo edificios en su caída. Pero antes de que pudieran cantar victoria... se levantó nuevamente.

Algo había cambiado.

El rayo, lejos de debilitarlo, pareció alterar su naturaleza. Un vórtice de energía se arremolinó a su alrededor y, en un abrir y cerrar de ojos, su cuerpo se disipó en un colosal tornado. El viento rugió con la fuerza de una tormenta infernal, arrasando todo a su paso. El imponente edificio de la Corporación Dragón, símbolo de poder e innovación, cedió ante la furia del monstruo.

Pero entonces, desde lo alto del cielo, cayó un segundo rayo.

No era un simple relámpago. Su luz púrpura teñía el horizonte con un resplandor espectral. Impactó directamente sobre la criatura, cubriéndola por completo en una luminiscencia vibrante. El aire se volvió frío, denso, cargado de una energía desconocida. Por un instante, la criatura se paralizó, su silueta distorsionándose entre la bruma violácea.

Y entonces ocurrió lo impensable:

Desde el ojo del huracán, la criatura se transformó en un hombre.

Alto, con una silueta imposible de definir, se quedó de pie entre los escombros, con una expresión indescifrable en su rostro. Luego, con una sonrisa siniestra, su cuerpo se desvaneció como niebla disipándose al amanecer.

El horror quedó esculpido en los rostros de quienes presenciaron el suceso.

El Juicio de Domic

A poca distancia del desastre, en un parque que hasta minutos antes era un remanso de paz, Domic y Leiash observaban la escena con el alma encogida.

El terror les atenazaba la garganta.

Domic rodeó a Leiash con sus brazos, tratando de calmarla. Pero él mismo temblaba. Sabía que debía mantenerse firme, pero por dentro, el miedo lo consumía. Su mente era un torbellino de preguntas sin respuesta:

¿Por qué estaban atacando la Corporación de su familia?

¿Quién o qué era esa criatura?

¿Sus amigos y familiares habrían logrado salir con vida?

Los ojos de Domic se llenaron de lágrimas. No de miedo, sino de impotencia. Vio cómo aquel monstruo destruía el legado de su familia como si fuera un simple castillo de arena. Todo por lo que su padre había luchado… ahora reducido a cenizas.

Y entonces, llegó el segundo golpe.

Una explosión rugió con una fuerza sobrecogedora, sacudiendo la tierra y enviando ondas de choque en todas direcciones. El cielo se tornó dorado y púrpura, iluminando el desastre con un fulgor apocalíptico.

Desde el epicentro de la destrucción, una onda de energía dorada comenzó a extenderse, devorándolo todo a su paso. Parecía un juicio divino, una purga que no dejaría nada en pie.

Leiash sollozó, aferrándose con fuerza a Domic.

—Nosotros... ¿vamos a morir aquí? —susurró.

Domic cerró los ojos un instante, obligándose a encontrar las palabras correctas.

—No —murmuró, sin saber si era una promesa o una súplica—. No aquí. No ahora.

Pero antes de que pudieran moverse, un tercer rayo cayó desde el cielo.

Un resplandor púrpura los envolvió por completo, cubriéndolos con una burbuja de luz etérea. El rugido del caos exterior se desvaneció, como si estuvieran fuera del tiempo y del espacio.

Domic y Leiash se miraron, sus rostros reflejando la incertidumbre absoluta.

Y en un parpadeo... desaparecieron.

El mundo continuó su espiral de destrucción, pero ellos ya no estaban allí.




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