Dominar el Engaño

Cumpleaños número 18

Capítulo 1

El melodioso canto de unos pájaros azul pardo despertó a Adira. Era extraño, ya que en aquella parte del pueblo no había ese tipo de cuervos tan hermosos. Adira lo admiró. Hoy era su decimoctavo cumpleaños, estaba emocionada. Quería pasarla con sus amigas Chloe y Ginger, comiendo pasteles y rebanadas de las más exóticas frutas del mercado, degustar de los más caros vinos y bailar, bailar hasta que le duelan los pies. Sin embargo, ella no era una princesa, así que le tocaba nada más, probar un par de golosinas de la tienda del padre de Ginger, bailar en el festival que se celebra todos los años por coincidencia de su cumpleaños y beber el vino que le había sacado a escondidas a su tía.

Adira vivía con su tía. La tía Mei, más conocida como la Señora Cerrajera. La niña era muy escurridiza con su tía, era rebelde, pero le debía sus respetos a su tutora, ya que sin ella no podría haber salido adelante. Ella acogió a su sobrina en su tienda de llaves después de la misteriosa desaparición de sus padres. La señora quedó afligida, pero creía que ya no había nada que pudiese hacer, más que cuidar de la pobre niña. Adira extrañaba a sus padres, como nadie se lo imaginaba. Y ahora que ya se estaba volviendo mayor, quería resolver el misterio detrás de la desaparición de sus queridísimos padres. Ella tan solo tenía siete años cuando se esfumaron como polvo de hadas; sin embargo, se decía a sí misma que no olvidaría ni un detalle del último recuerdo que le quedaba de ellos.

La niña había heredado la astucia del padre, o así creía la Señora Cerrajera. También la belleza de la madre, tan bella que la tía sintió celos por un momento, pero fueron remplazados por melancolía, al ver reflejada a su hermana en la niña. Mei Halton llevaba un buen rato en el umbral del cuarto de Adira, viéndola como si se tratase de un cuadro aún no pintado, pero decidió salir de su ensoñación y atraer la atención de la joven de la ventana a ella.

—Adira, querida. Feliz día. —La joven, al percatarse de su tía, la abrazó. La Señora Cerrajera se apartó con lentitud y sacó debajo de su falda un paquete bien adornado— ¡No lo abras aún!

—Tía Mei, no debías...—Adira tomó el objeto envuelto, ansiosa y feliz a la vez.

Había oído que en el Norte se tenía esa tradición de esconder los regalos detrás de un lienzo como el que tocaban sus dedos.

—Nada, Adira, es mi deber como tía darte un regalo que alegre tus días. —La niña ocultó una sonrisa—. Debes abrirlo a la media noche, cuando el cambio de estación se haya oficializado. Ya verás que me lo agradecerás más tarde. Ahora levántate y ve a la sala, te esperan tus amigas.

El rostro de Adira se iluminó, sus amigas estaban allí. Iba a pasar todo el día con ellas y se divertiría como nunca. Cuando su tía se retiró, la joven aprovechó para desenredarse con los dedos sus rizos de color del oro. A ella le gustaba el tono de su cabello, pero lo que más le gustaba de ella eran sus ojos grisáceos, le recordaban a una tormenta. Tal como a veces se sentía antes de dormir por las noches, o las veces de júbilo pensando en sus padres. Su desaparición era un misterio, uno que no le agradaba en absoluto, pero que no dudará en resolver.

Tic, tac. Tic, tac.

Adira sentía que el tiempo se le escapaba de las manos. Ella empezaría su búsqueda al día siguiente, ya que hoy iba a disfrutar su juventud. No obstante, la joven de los rizos de oro sabía lo que conllevaba investigar el paradero de sus padres, sabía que debía sacrificar. Sacrificar la confianza de su tía Mei, la de sus amigas. No quería arriesgar a los demás, si alguien debía salir herido sería ella. Nadie más.

—¿Qué pasa? ¿Por qué esa cara larga? ¡Es tu cumpleaños! —exclamó Ginger, Adira no recordaba cómo había llegado, ya que sus pensamientos la habían invadido. Ambas jóvenes se abrazaron y Ginger aprovechó poniéndole un broche en el cabello a su amiga—. Para que se te pase la cara de duende.

—La cara de duende la tienes tú, Gingi —dijo Adira, olvidando lo que la tenía angustiada— ¿Y Chloe?

La chica observó a sus lados, como si no se hubiera dado cuenta de que faltaba su amiga.

—Debe haber ido por bocadillos, ya sabes cómo es con la picada antes del mediodía. Parece una desquiciad...

—Me pica la oreja ¿Quién ha hablado mal de mí? —. Chloe era la hija del Amo de los Dulces. La joven era digna de ser su hija, poseía un rostro tan dulce que tranquilamente se podría confundir con los pasteles encantados de amor. A sus mejillas nunca les faltaba su peculiar rubor, haciéndola ver joven y risueña. Lástima para quienes la juzgasen por su físico, ya que parecía un ciervo, pero Chloe era la muchacha más inteligente del pueblo. Por eso era amiga de Adira, quien tenía la habilidad de colarse a donde quisiese.

Y Ginger no se quedaba atrás. La jovencita era conocida por ser la bruja de los secretos, los guardaba y sabía toda alma en vida que se le cruzase por el camino. Juntas las tres, formaban un trío peculiar, peligroso y encantador. Adira sabía escabullirse hasta por el palacio del príncipe Rainer, dejando atrás una sombra dorada. Chloe podía descifrar el acertijo más antiguo y adentrarse en la polvorienta historia de las profecías, se la reconocía por sus llamativos atributos, las mujeres matarían por verse como la jovencita. Ginger te atrapaba con sus versos, endulzaba tus oídos y luego ¡Zass! Ya te tenía debiéndole un favor, además de que sus hechizos no se comparaban con ninguno, eran cien por ciento eficientes. La identificaban por su melena oscura y sus ojos a juego, eran encantadores, pero a la vez peligrosos.

—Dejémonos de juegos Chloe, dile que haremos hoy —habló la joven con ojos oscuros, casi desesperada.

Aquellas palabras despertaron en Adira una curiosidad que picaba. Ambas amigas miraron a la rubia con ojos entornados, hasta que la más inteligente habló:

—Nada de tradiciones de cumpleaños aburridas ¡Hoy iremos al Baile del príncipe Rainer!




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