Capítulo 1 – Perfección agrietada
"El precio del poder es la soledad que nadie ve." – Unknown
La copa de champán burbujeaba entre sus dedos, pero Aria Moretti no sentía nada.
Ni la euforia del éxito.
Ni el dulce sabor de la victoria.
Solo ese vacío elegante que se disfrazaba con vestidos de diseñador y sonrisas medidas.
El brillo de la sala privada del restaurante más exclusivo de Bogotá se reflejaba en su piel impecablemente maquillada, y sin embargo, no podía escapar de la sensación de estar atrapada. Su última victoria en la corte, un caso mediático que había logrado ganar contra una de las farmacéuticas más poderosas del país, era solo otra ficha en su reino personal de logros. Pero no había satisfacción.
No la había desde hacía meses. Quizás más.
—Brindemos por la reina del juicio —dijo uno de sus colegas, levantando su copa en un gesto exagerado y pomposo.
Aria levantó la suya, dejando que sus labios rojos rozaran el cristal sin beber. Era una cortesía. Nada más.
La sala estaba llena de figuras importantes del derecho, de la política, de la prensa. Todos querían un pedazo de ella esa noche. Todos querían esa chispa de su éxito para compartirla y, por un breve momento, lucir un poco de su resplandor. Todos... menos ella.
Sin decir una palabra más, Aria se excusó con una sonrisa educada y se dirigió hacia la terraza. El aire nocturno le revolvió el cabello oscuro, perfectamente peinado. Solo allí, a solas, se permitió cerrar los ojos y soltar el suspiro que contenía desde la mañana. La gente podría seguir aplaudiendo, pero dentro de ella, todo estaba en silencio.
La perfección era una prisión cuando no sabías cómo escapar de ella.
Sacó su celular. Lo miró con la esperanza de que no fuera él, pero la pantalla mostró lo inevitable: una llamada perdida de su padre.
Cuatro mensajes. Ninguno decía lo que realmente importaba.
Él no la felicitaba por sus logros. Solo aparecía cuando algo estaba mal. Y esa noche, lo presentía: algo estaba muy mal.
—Señorita Moretti —dijo una voz detrás de ella, su tono demasiado formal, incluso para un asistente—. Su padre solicita que lo vea. Es urgente.
Aria giró lentamente sobre sus tacones, el vestido de seda roja ondulando a su alrededor como una capa.
Sebastián, el asistente de su padre, no era más que un joven con traje caro y alma vendida desde el primer día. Su sonrisa era vacía, y su mirada evitaba la de Aria.
Ella lo estudió un segundo, sintiendo la presión aumentar en su pecho. Sebastián no estaba allí para traer buenas noticias.
—¿Ahora? —preguntó, sabiendo ya la respuesta—. Estoy en medio de una celebración.
—Él insistió. Es sobre la familia De Santis.
El nombre la golpeó como una descarga eléctrica.
Lucca De Santis.
Una leyenda urbana entre abogados y criminales.
Un hombre que operaba en la sombra de los grandes negocios, dueño de un imperio que pocos se atrevían a nombrar, un imperio que tocaba los rincones más oscuros de la política, los negocios y las finanzas.
El rumor decía que si De Santis te tocaba... ya estabas marcado.
Aria lo sabía. Todos lo sabían. Pero nunca había tenido que enfrentar a alguien tan cerca.
—Dile que iré. Pero será la última vez que me saque de una victoria por sus problemas sucios.
La mansión Moretti estaba envuelta en sombras, solo iluminada por la luz artificial que siempre había rodeado su familia. El mármol blanco del vestíbulo parecía frío y distante, como el propio hogar. Aria cruzó el pasillo con pasos firmes, como si nada pudiera quebrantar su equilibrio, aunque dentro de ella comenzaba a formarse una inquietud que no podía ignorar.
El miedo nunca llegaba con gritos. Solo con silencios que te arrastraban.
Entró en el despacho de su padre. Él estaba sentado detrás de su escritorio, fumando, la ceniza cayendo lentamente en el cenicero. Las cortinas cerradas no dejaban ver el exterior, pero la penumbra dentro de la habitación parecía igual de opresiva.
—¿Qué hiciste ahora? —preguntó Aria, sin rodeos. Su tono era frío, pero su corazón no dejaba de latir más rápido.
Su padre la miró desde detrás de sus gafas oscuras, sin una pizca de remordimiento.
—Es complicado —respondió, tomando una calada del cigarro antes de exhalar una espesa nube de humo. Era lo único que hacía cuando sabía que las cosas se estaban complicando.
Aria frunció el ceño. Era siempre lo mismo. La evasión. La manipulación.
—Siempre lo es contigo —dijo, su paciencia agotándose.
—Necesito que conozcas a alguien —dijo él, y pulsó un botón en el teléfono interno sin esperar más.
Aria lo miró con desconfianza. Cuando su padre pedía algo de manera tan directa, era porque las circunstancias eran aún peores de lo que ella imaginaba. Y la incomodidad en su estómago solo aumentaba.
—¿Aquí? —preguntó, cruzando los brazos. No tenía ganas de jugar sus juegos.
La puerta se abrió.
Y entró él.
Lucca De Santis.
Era un hombre cuya presencia parecía llenar la habitación con cada paso que daba. Un traje negro tan perfectamente cortado que parecía hecho a medida por alguien que entendía el valor de la imagen. Sus ojos grises, fríos como el acero, se posaron sobre Aria con una intensidad que la hizo sentir vulnerable. Inmediatamente, ella notó el silencio en el aire. Un silencio peligroso.
Un silencio que no te dejaba respirar.
—Encantado, señorita Moretti —dijo Lucca, su voz profunda y llena de seguridad, como si todo lo que tocara ya fuera suyo. Sus ojos la estudiaron, meticulosos, como si estuviera observando un rompecabezas que pronto resolvería.
Aria no respondió de inmediato. Solo lo miró.
Había leído sobre hombres peligrosos.
Había defendido a muchos.
Pero ninguno como él.
Ninguno que la hiciera sentir tan pequeña con solo mirarla. Ninguno que la desarmara sin tener que mover un dedo.
#420 en Detective
#79 en Novela policíaca
#5254 en Novela romántica
#1499 en Chick lit
#amor-odio, #dolor#perdida #sufrimiento, #mafia #muerte #drogas
Editado: 05.05.2025