Capítulo 3 – El primer juego
"El enemigo no es el que te odia, sino el que te seduce."
El sonido de las campanadas de las diez de la mañana resonaba en la ciudad, marcando el comienzo de un nuevo día. Pero Aria aún no había logrado encontrar paz. Al levantarse de la cama, sintió una sensación extraña en su estómago, como si todo su cuerpo supiera que nada volvería a ser igual. Mientras se vestía, el silencio de su apartamento parecía pesado, como si las paredes mismas intentaran retener sus pensamientos. Sus manos, aunque aparentemente tranquilas, temblaban ligeramente.
Anoche, las palabras de Lucca De Santis no la habían dejado dormir. La amenaza que se encontraba bajo su tono de voz era clara, aunque disimulada tras la fachada de un "juego". Pero Aria sabía que, para él, todo esto no era un juego. Era un contrato, una forma de control, y ella era solo una pieza en su tablero. Lo peor de todo era que no sabía cómo jugar, ni cuáles serían las consecuencias si decidía romper las reglas. En su cabeza, las posibilidades y escenarios se chocaban entre sí, pero aún no podía encontrar una solución.
Se miró en el espejo mientras se ponía su abrigo, ajustándose la bufanda alrededor del cuello con precisión. Su rostro estaba imperturbable, pero por dentro, la batalla seguía sin descanso. A medida que se acercaba a la puerta, sus pensamientos la abrumaban. ¿Cómo había llegado hasta aquí? ¿Qué tan lejos estaría dispuesta a llegar para recuperar el control de su vida, o al menos, su independencia? Sabía que no podría enfrentarse a Lucca con una actitud sumisa. Si tenía alguna esperanza de salir de esto sin perderse en el camino, necesitaba mantener su poder, su dignidad, aunque fuera lo último que le quedara.
El trayecto hasta la mansión De Santis fue largo, y cada kilómetro parecía sentirse más pesado que el anterior. Su mente no dejaba de regresar a las palabras de Lucca: "Tú eres la clave". ¿Qué significaba eso? ¿Por qué ella? Sabía que su padre tenía deudas con los De Santis, pero la forma en que Lucca hablaba de ella... había algo más, algo personal. Algo que la inquietaba profundamente.
Cuando llegó a la mansión, el portón se abrió sin previo aviso. Un simple gesto, pero en él, Aria sintió el peso de todo lo que se estaba jugando. La mansión era tan majestuosa como siempre, pero hoy, parecía más opresiva que nunca. Cada paso que daba sobre el suelo empedrado resonaba en sus oídos, y la enorme puerta de entrada se cerró tras ella con un ruido sordo, como si el destino la hubiera encerrado dentro.
La mansión estaba igual de imponente, igual de fría. Los pasillos oscuros y los cuadros antiguos parecían observarla a medida que avanzaba, y una sensación de claustrofobia comenzó a apoderarse de ella. Aria se obligó a concentrarse, a mantener su compostura. La mente era su único refugio ahora, el único campo de batalla que podría controlar. Pero aún así, no podía evitar la creciente incomodidad que sentía bajo la mirada penetrante de los empleados que la saludaban en el camino. Todos sabían quién era ella, todos la observaban como una intrusa. Y, sin embargo, la verdadera amenaza no estaba en ellos. La verdadera amenaza estaba al final de ese largo pasillo, esperándola con una calma peligrosa.
Lucca estaba en su estudio, como siempre, con esa atmósfera de autoridad que lo rodeaba. Su presencia era tan aplastante que Aria casi podía sentir el peso de su mirada incluso antes de entrar. Cuando cruzó la puerta, él estaba de espaldas, mirando por una ventana que daba a los jardines perfectamente cuidados, una vista que parecía simbolizar el control absoluto que él ejercía sobre todo lo que tocaba.
—Aria, qué puntualidad —dijo Lucca, sin volverse, su tono suave pero cargado de una autoridad inquebrantable. Al escucharlo, Aria sintió una mezcla de ira y curiosidad. ¿Qué quería de ella? ¿Qué juego estaba a punto de comenzar?
—No estoy aquí para hacer una cortesía —respondió Aria con firmeza, aunque sabía que su voz sonaba más tensa de lo que pretendía. De todas formas, no podía permitirse perder la compostura frente a él.
Lucca se giró lentamente, su mirada de acero fija en la suya. No había ni un atisbo de duda en sus ojos. Era como si él ya hubiera anticipado cada uno de sus movimientos, como si todo lo que estaba pasando fuera parte de un plan mucho mayor que ella aún no lograba entender.
—Lo que tú hagas aquí, Aria, no es una cortesía —dijo él con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos—. Es una oportunidad. Una oportunidad para jugar a un nivel más alto de lo que jamás imaginaste. Y, créeme, estás aquí porque tienes mucho más que ofrecer de lo que piensas.
Aria sintió un escalofrío recorriéndole la espalda, pero no cedió. No podía. Si cedía, perdería el control de su propia vida.
—No estoy aquí para que me "uses", De Santis —respondió, apretando los dientes. Su orgullo no se lo permitiría. Si quería usarla, tendría que hacerlo a su manera. A su precio.
Lucca se acercó a ella, su presencia envolviéndola con una fuerza que la hizo sentir más pequeña, más vulnerable de lo que deseaba admitir. Su perfume, un aroma profundo, masculino, llenó sus sentidos. Cada paso que daba parecía hacer que la distancia entre ellos se redujera aún más.
—Eso ya lo sabes, Aria. —La voz de Lucca se tornó más grave, más personal—. Nadie entra en este mundo sin ser usado. Eso es lo que el poder hace. Toma y toma hasta que no queda nada más que dar. Y cuando llegues a ese punto, solo serás otra víctima del sistema.
Aria intentó mantener su postura, pero la forma en que Lucca la miraba, como si pudiera leer cada pensamiento que pasaba por su mente, la desconcertó. No estaba acostumbrada a sentirse tan expuesta. No de esa manera.
—Entonces, ¿cuál es el siguiente paso en tu plan? —preguntó ella, tentando el terreno, buscando una salida en sus palabras. No quería aceptar que su vida, de alguna manera, ya estaba entre las garras de este hombre. Pero lo estaba. Y eso la enfurecía.
#420 en Detective
#79 en Novela policíaca
#5254 en Novela romántica
#1499 en Chick lit
#amor-odio, #dolor#perdida #sufrimiento, #mafia #muerte #drogas
Editado: 05.05.2025