Dominus Tecum

Primeras impresiones

Un día, hace poco y mucho tiempo a la vez, amé y fui amada. Hoy sólo quedan cenizas, sombras y pesadillas oscuras. Mis padres murieron en un terrible accidente automovilístico cuando yo tenía 19 años. No recuerdo muchos detalles, pero no son relevantes para lo que quiero contar.

"No vale la pena cargar con recuerdos dolorosos", fue lo que dijo mi tía, "piensa que estás viva y puedes reconstruir tu vida". Después se quedó la casa donde vivía, alegando que mi papá le debía dinero. Puta vieja. No le importó que no tuviera un lugar para pasar la noche. Por fortuna, mi madre tenía buenos amigos y uno de ellos, sin preguntar, sin protestar, me tomó bajo su protección durante mi proceso de duelo.

Pasé varias semanas en la parroquia de Miguel, el sacerdote que era amigo de mi madre, hasta que un día me habló de un lugar especial para pasar la Semana Santa, un pequeño pueblo llamado "Valle de las Ánimas". Me dijo que había muchas cosas que ver y que, aún si no era religiosa, me la pasaría bien en esas fechas. Además, decía que ese lugar tenía un aire místico, que allí ocurrían milagros poderosos y que un conocido suyo, el párroco de ese pueblo, le había jurado en varias cartas que la Virgen se aparecía y les cumplía todo aquello que pedían, sin importar lo imposible que fuera. Pienso que, tal vez lo hacía porque estaba harto de escuchar mi llanto todas las noches y necesitaba descansar un poco de mí. Entonces, para hacerlo más fácil, metió en mi mente la idea de "pedir un milagro" para recuperar mis cosas y vengarme de los malditos buitres que me habían quitado lo que me correspondía tras la muerte de mis padres.

Entre esa promesa del milagro y que entendía bien su cansancio, subí a este autobús, con apenas una maleta y el dinero justo para pasar la Semana Mayor en ese lugar. Mientras avanzaba el bus, vi cómo los árboles y las casas se quedaban atrás, pero el dolor en mi pecho, la tristeza, el odio y el rencor seguían conmigo, ya no me dejaban respirar. Todo me recordaba la soledad y la miseria de mi existencia. Quería encontrar paz y ese se convirtió en el verdadero propósito de mi viaje. Aunque no fuera cierto, aunque no hubiera tales apariciones ni el mentado milagro que decía el padre Miguel: necesitaba un nuevo lugar para estar y aprender a vivir lejos de esa ciudad que ya me había quitado tanto.

Al bajar del autobús me esperaba el padre Néstor, amigo del padre Miguel y su contacto en ese pueblo. Me saludó con una sonrisa, un apretón de manos, cargó mi maleta y emprendimos el viaje en una carreta jalada por una mula. Justo en ese momento comprendí que aún no llegábamos al Valle de las Ánimas y, en palabras del padre Néstor, faltaba una hora de viaje para llegar. Mucho tiempo para mi gusto, pero era perfecto para conocer ese lugar que podría ser mi nuevo hogar.

El viaje en una carretilla y por un camino lleno pedregoso fue toda una experiencia. Vi mariposas de muchos colores y varios colibríes que se acercaban a besar las orquídeas que invadían las ramas de los árboles y daban cierto nivel de color al camino. El cielo azul, las nubes blancas, el verde de la hierba, algunos conejos y ardillas yendo de un lado a otro, el canto de los pájaros... Todo logró que me olvidara un poco de mi desdicha ¿Qué otro milagro podría pedir?

—Miguel me dijo que eras callada, pero no tanto —la voz del padre Néstor era grave, imponente, pero con un constante tono juguetón, algo que te invitaba a no tomarte las cosas tan en serio y a siempre esperar la siguiente broma—. El camino es muy bonito, pero es más bonito ver a la Virgen frente a frente. La vida te cambia al estar ante su magnífica presencia.

—Con todo respeto, Padre...

—No, no me digas nada. Ya me adelantó mi amigo que eres como santo Tomás: tienes que ver para creer —suspiró, miró al cielo y continuó—. Pero llegas justo a tiempo. La Virgen nos prometió volver este domingo.

—¿Cuándo fue la primera vez que la vieron?

El semblante del padre Néstor cambió. Su sonrisa, cálida y bonachona, se apagó para transformarse en una mueca de desprecio, tristeza, rabia y dolor. Me miró de reojo y guardó silencio. Y, aún ante la belleza del camino, todo se volvió incómodo y oscuro: el aire era más pesado, los sonidos parecían golpear la piel y hacer pequeñas heridas que no sangraban, pero ardían con el simple contacto del viento:

—El día de la muerte de Luisa.

—¿De quién?

—Luisa era una señora muy viejita que se dedicaba a la brujería. Era muy temida por todo el pueblo y... —el padre Néstor jaló las riendas de la mula, indicando al animal que debía detenerse— ¿Sabes? Ella no era tan mala. Acudió a confesarse justo antes de morir y confesó todas sus atrocidades. Pero el día que murió doña Luisa... Ese día fue diferente —noté cómo tembló, en una especie de espasmo de terror. Además, tenía la mirada perdida y su rostro reflejaba el pánico que le daba recordar esa situación—. Yo quise detenerlos, pero no pude. Creo que la Virgen me protegió y nos encerró en la iglesia y, después de que Satanás reclamara el cuerpo de Luisa como suyo, nos dejó salir.

—A ver si entendí ¿La supuesta Virgen los salvó de una vieja bruja que, además de vieja y bruja, estaba muerta?

—Lo dices muy tranquila, pero fue una pesadilla. Luisa hacía cosas terribles. Las personas del pueblo vivían con miedo y evitaban salir al pueblo cuando ella salía para ir a la ciudad a hacer sus compras. Y la Virgen nos salvó. Ella ahora nos protege.

—Supongamos que es cierto ¿Qué pruebas tiene de que eso sea cierto?




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