Domus"La maldición de la bruja"(2do libro de una saga)

Cap 9

El trono no tardó en tambalear ante la incapacidad de Francisco para portar la corona. Desde regiones distantes, el príncipe, acompañado por su consorte, la reina entrante, acudió presto para ostentar las riendas del reino. En la estancia regia, Francisco reposaba, su figura consumida por el cansancio y su voz, reducida a un leve murmullo, resonando con dificultad entre los muros del aposento.
—Elena, protege a nuestro hijo. Ayúdalo a ser un buen rey y a guiar nuestro reino. Prométeme que lo harás— ruega Francisco, dirigiendo una mirada suplicante hacia Asia.
—Te lo prometo— responde Asia, tomando la mano del rey con ternura.
—Moriré feliz sabiendo que fui un buen rey— murmura Francisco, su rostro reflejando el peso del deber incumplido.
—No digas eso, Majestad. No permitiré que mueras— dice Asia, luchando contra las lágrimas que amenazan con desbordarse.
—La muerte se acerca. Ella me está reclamando. Espero que no sea un espectro negro el que me espera del otro lado para acompañarme, como leí una vez en un libro— expresa Francisco, con un dejo de miedo en sus ojos cansados.
—Seguro que no— responde Asia con voz entrecortada, mientras las lágrimas caen sin contención por sus mejillas.

El rey acepta su destino con resignación, y la muerte, con un abrazo frío, lo lleva lejos de su reino hacia un descanso eterno, dejando atrás un vacío que parece llenar el castillo.

La villa mostraba tristeza y desolación mientras el duelo por la pérdida del rey Francisco embargaba a todos los habitantes. El castillo, antes bullicioso y lleno de vida, ahora yacía en silencio, como si hubiera perdido su alma con la partida de su amado monarca.

Mientras el príncipe Samuel, hombro con hombro junto a su esposa, la reina consorte por derecho, se vestía con la urdimbre de liderazgo para gobernar, en una lejana provincia, Gisel, leal vasalla, era agasajada con dominios en señal de gratitud por su inquebrantable fidelidad al monarca difunto. El matrimonio con Turner selló su fortuna días más tarde. La serenidad del período, no obstante, se vió abruptamente perturbada. Como una tormenta súbita, los guardias estallaron dentro del salón, presentando a Asia con rudimentaria premura ante el príncipe Samuel, su silueta delineada por la tensión de un drama inminente.

— ¡Traed a la chica!— ordenó Samuel con firmeza.
— ¿Qué sucede, Majestad?— preguntó Asia, visiblemente consternada por la repentina convocatoria.
—Te quedarás a vivir en el castillo, hasta que yo lo vea conveniente. Este será tu castigo por entrometerte en asuntos de la familia real— declaró Samuel con rostro severo.
—Samuel, por favor.. — rogó pero fue interrumpida abruptamente.
—Ahora soy tu rey, trátame como tal— exigía Samuel, con una mirada desafiante.
El momento se tensó aún más cuando Gisel, hermana del futuro rey se interpuso valientemente.
—Samuel, ¿qué estás haciendo con Asia? Ella siempre estuvo al lado de tu padre, tratándolo con amor y respeto. Estás siendo injusto— exclamó Gisel, mientras de repente rompía aguas, señalando que el momento del nacimiento de su sobrino estaba cerca.
Un hermoso bebé nació, Gisel había logrado tener una familia, la familia que siempre deseo, a pesar d que su esposo no le permitiera ver a su padre podía tener a este bebé entre sus manos, hasta que Turner negro ebrio a ver por primera vez el rostro de su hijo
—Debería morir, es sólo otro estorbo, como tú.
— Turner ven a saludar a tu hijo, deja de ser así
— Yo no tengo hijo, si me amabas lo matarías por mí.
— ¿Qué dices?, es tu hijo
— ¡Yo no tengo hijos! —demuestran que me amas, demuéstramelo aunque sea una vez, podemos ser felices, pero desde aquí se que venía esa pequeña desgracia a este mundo estoy con otras mujeres porque esa cosa me apartó de ti, me alejó, es el culpable de que todo esto esté sucediendo, ¿Qué esperas? hazlo, demuestran cuanto te importó, nunca lo has hecho
— ¿Qué dices?, yo te amo
—Vamos demuéstramelo
— ¿Estás borracho?,  le pregunto mirándolo de arriba abajo.
—Pero es nuestro hijo
— ¿Vamos que esperas?
Gisel en un arrebato tomó una almohada y afición al pequeño hasta que dejó de respirar, Turner se regocijaba mientras vio como el niño no mostraba señales de vida, se acercó y beso a Gisel con pasión mientras ella comenzaba a sentir remordimiento y pesar.
A la mañana siguiente Gisel había bebido veneno, su boca salpicada en sangre mostraba la evidencia, ella sostenía entre sus piernas a aquel pequeño bebé al cual le dio y le quitó la vida. 
Afligido hasta la médula, se encontró el príncipe ante la lacerante revelación de la desaparición terrenal de su hermana. Sus pensamientos iniciaron una danza caótica y un vacío laberíntico se expandió en su pecho al asimilar la magnitud de su pérdida. Gisel, su roca, su aliada eterna cuyo eco de risas y sabios consejos había impregnado los corredores de su existencia, sería ahora ausencia pura.

Hernán, cuyos ojos eran espejos del luto más profundo, se hizo eco de la fatalidad, su voz un puente de duelo que unía dos almas en pena. La sospecha y la herida abierta por la partida tan súbita de su hermana y su sobrino señalaban a Turner como su causante. Y, sin embargo, el imperativo de justicia se topaba con un muro de impotencia, pues Turner era un pilar de la nobleza en la corte y la ley sólo les concedía castigarlo con breves sombras tras los barrotes. El respeto por su rango ataba las manos de quienes más anhelaban mover los hilos del castigo.

Asia se cobijaba en la fortaleza de Hernán, buscando en su abrazo un santuario para su alma atribulada. En ese contacto, encontraba un fugaz alivio a su aflicción. Hernán, a su vez, se veía asaltado por la imagen indeleble de su dulce hermanita, a quien había resguardado y amado en secreto, sin nunca poder revelar su vínculo fraternal, una verdad arrebatada por los caprichos del destino, el poder y la riqueza. Cada mirada de Hernán era un espejo donde se proyectaba la congoja, un eco visible de la tormenta que asolaba a Samuel, ambos compartiendo el mismo tormento inenarrable en lo más profundo de sus seres.




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