Dónde arde la nobleza.

Los ojos del reino.

Cuando los guardias nos rodearon completamente,Thair los distrajo y eso nos dio un tiempo para correr.

El crujir de las hojas secas bajo mis pies era el único sonido constante, un latido sordo en la penumbra del bosque que nos rodeaba. Sentía cada músculo agotado, la piel herida por ramas y rocas, y el miedo apretándome la garganta con cada sombra que se movía a nuestro alrededor.

Thair caminaba a mi lado, firme y vigilante, y detrás de nosotros, el grupo se mantenía alerta, en silencio tenso. No había espacio para dudas: los guardias de Dimitri nos tenían rodeados y el enfrentamiento directo era una sentencia segura.

Observé el terreno una vez más. El río serpenteaba cerca, su murmullo apenas audible, una barrera natural que podíamos usar a nuestro favor. La vegetación densa y los senderos tortuosos podían ser trampas o refugios. Teníamos que dividirnos, dispersar a nuestros perseguidores y aprovechar la confusión para escapar.

Thair alzó la voz, firme.

—Nos dividiremos en tres grupos. El primero hará ruido a la derecha, lanzando piedras y ramas para atraer a los guardias. El segundo avanzará hacia la izquierda, preparado para tender trampas con las raíces y las ramas caídas. El tercero, liderado por Helena y por mí, avanzará sigilosamente hacia la ruta que conozco, rumbo a las afueras del reino.

Sentí el peso de la responsabilidad al escuchar mi nombre. Miré a los que me rodeaban: rostros agotados, pero decididos. No iba a rendirme.

Acordamos señales rápidas: silbidos cortos y golpes secos en la tierra, para coordinar movimientos y alertar de peligros.

La operación comenzó. Desde el flanco derecho, las piedras rebotaban contra los árboles, y las ramas crujían con intensidad. Los guardias, alertados, se movieron en esa dirección, dejando el camino despejado para nosotros.

Avanzamos con cautela. Cada paso podía ser descubierto. Un guardia apareció de la nada, su figura recortada contra la luna. Contuve el aliento, y gracias a un rápido movimiento, nos ocultamos tras un arbusto.

—Casi nos descubren —susurré.

Thair asintió, tenso, y continuamos hasta que la maleza se abrió y el bosque comenzó a aclararse.

El aire cambió. El olor a humo, a vida cotidiana, nos golpeó con fuerza. Frente a nosotros, la silueta del reino se alzaba, imponente y fría, bajo un cielo estrellado.

—Ahí están las murallas —dije, con un nudo en la garganta—. Estamos cerca.

Pero Thair no parecía aliviado.

—No bajes la guardia —advirtió—. Dimitri tiene ojos en todas partes. Aquí nadie es quien parece.

Nos refugiamos en un claro oculto por las sombras. Los otros, agotados y heridos, se recargaban unos en otros.

Thair se dirigió a todos con voz firme:

—Desde ahora, solo Helena y yo seguiremos adelante. Para ser más discretos y evitar llamar la atención.

Los murmullos se mezclaron con miradas de alivio y resignación.

—¿Y nosotros? —preguntó uno, con voz quebrada.

—Volveremos por otro camino —respondió Thair—. No queremos ponerlos en peligro.

Me miró, y en su mirada vi el peso de una verdad que no quería decir.

Respiré profundo, consciente de que la soledad venidera sería dura, pero necesaria.

—Está bien. Vamos —dije con decisión.

Nos adentramos en el camino hacia el reino, con la oscuridad envolviéndonos, conscientes de que el verdadero desafío apenas comenzaba.

Mientras avanzábamos en silencio, me atreví a romper la tensión.

—Thair, ¿hace cuánto no vienes al reino de Velenor?

Él se detuvo un momento, mirando hacia las murallas a lo lejos.

—Hace mucho tiempo —respondió, con voz grave—. Demasiado para mi gusto.

Sentí que esas palabras encerraban historias que aún no conocía. Pero no era momento de preguntar.

El camino nos esperaba, y con él, nuestro destino.

---

La niebla matinal apenas dejaba ver las siluetas del reino de Velenor a la distancia. El frío calaba los huesos, pero era mejor que las llamas de la noche anterior. Caminábamos en silencio, rodeados por el crujir suave de las ramas bajo nuestros pies. Cada paso nos acercaba al castillo… y a todo lo que había intentado dejar atrás.

Thair rompió el silencio primero:

—No pareces muy entusiasmada por volver a tu hogar.

Me reí, una risa seca.

—¿Hogar? —negué con la cabeza—. Estoy obligada a casarme con un narcisista estúpido. ¿Tú crees que eso es hogar?

Él se giró para verme, una ceja alzada.

—¿Obligada?

—Sí —respondí sin rodeos—. Se llama Vladimir. Hijo perfecto, futuro rey, sonrisa de hielo. Y lo peor… es que le encanta controlar todo. Incluso a mí.

Thair frunció el ceño con una mueca de asco.

—Qué asco de tipo. Ya con ese nombre suena como alguien al que me encantaría romperle la nariz.

Solté una risa sincera por primera vez en días.

—Pensé lo mismo cuando lo conocí.

Vacilé un momento, luego añadí con amargura:

—Y como si no fuera suficiente, me engaña. Con una conserje. Sí, aunque estamos comprometidos… se mete con ella como si mi humillación fuera parte del trato.

Thair se quedó en silencio unos segundos, su expresión endureciéndose.

—¿Y nadie dice nada?

—Todos lo saben. Solo que nadie se atreve a mencionarlo. ¿Cómo vas a hablar mal del futuro rey, verdad?

Él negó con la cabeza, incrédulo.

—Maldito. Merece más que un golpe… merece una guerra.

Caminamos un poco más. Luego fue él quien habló, con una calma que no había mostrado antes.

—Yo… nunca conocí a mis padres. Murieron cuando era muy pequeño, así que no los recuerdo. Me crié entre vagabundos, en callejones donde la comida se robaba y el afecto también. Pensé que me perdería en esa vida, pero por esas vueltas raras del destino… terminé siendo líder de una banda rebelde. No es la vida que soñé, pero ellos me respetan. Me siguen. Son como una familia para mí.

Me detuve un segundo, mirándolo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.