Después de la reunión, empecé a investigar a la conserje. Necesitaba saber su ubicación. Dimitri ya había tenido su merecido, pero ella no. A pesar de ser la causante directa de mi secuestro, seguía libre.
El castillo ha estado más vigilado últimamente, pero aún así logré contratar a alguien para que descubriera el paradero de Drizella. Me gustaría hacerlo yo misma, pero salir de aquí no es tan sencillo. Pasaron semanas. Demasiadas. Y aún no he obtenido ninguna respuesta. Es insoportable la demora.
Mis días se repiten como una pesadilla disfrazada de rutina: me levanto, desayuno, me alisto, doy un paseo breve y sin sentido, almuerzo, veo a Vladimir —en ocasiones, cuando tengo la desgracia—, y luego paso el resto del día en mi habitación hasta la cena. Sofocante. Como vivir en una prisión dorada.
Por eso hoy voy a salir. Con o sin pistas. Voy a buscar a Drizella. Hasta su nombre me causa asco.
Mientras me estoy preparando para salir, tocan la puerta. Cruzo los dedos. Que no sea un compromiso. Pero mi suerte, como de costumbre, no funciona.
—Hija, ¿cómo te encuentras? No bajaste a almorzar, por lo tanto, te traje la comida —dice mi madre.
Unos empleados entran con bandejas, platos cubiertos y aromas pesados. Justo lo que faltaba.
—Me encuentro bien. No tengo hambre. No era necesario esto.
—Necesitas comer, ocupas fuerzas.
Suspiro.
—¿Para qué? Ya sé… para ir a ver a la visita.
—Te pido que comas algo. Vladimir no va a venir, tiene asuntos que atender.
Gracias al cielo. Verle la cara casi todos los días es un martirio constante.
—Está bien… con una condición: déjenme salir. Solo con un guardia. Necesito privacidad. Es incómodo salir con una jauría de personas siguiéndome como si fuera un objeto valioso en exposición.
—Hablaré con tu padre. Veré qué puedo hacer, no te prometo nada.
—Gracias.
Se retiran. Finalmente puedo comer algo. Sí tengo hambre, pero odio hacerlo en el salón, con mi padre parloteando sobre mi secuestro y cómo fue una vergüenza para el apellido. Como si la vergüenza fuera lo único importante en este maldito lugar.
Por la tarde, decido salir a buscar respuestas. Para mi alegría, me lo han permitido. Una pequeña victoria.
En la calle, me cruzo con mi informante. Me entrega un sobre mientras mi guardia se distrae mirando a una mujer pasar. Me meto al baño más cercano y lo abro.
Ahí está. El paradero de Drizella. Por fin. Tengo que ir de inmediato…
Pero joder. Mis cosas están en el castillo.
Tengo que volver.
Suspiro y salgo.
En mi mente aparece Thair. Solo espero que Vladimir haya dicho aquello para molestarme, y no porque sea cierto. Sé que torturó a Dimitri. Es despiadado. Tan cruel que hacerle algo a Thair no sería ninguna novedad.
Al volver al castillo, escucho voces en el salón del trono. No. Otra vez no. Mi madre había dicho que Volkov no vendría. Espero que no me haya mentido.
Entro al salón y, para mi sorpresa, no es Vladimir. Son sus padres. Discutiendo con los míos.
Todos voltean a verme. Me detengo, hago una reverencia y sonrío.
—Majestades, un gusto volver a verlos. ¿Qué los trae por aquí?
—Solo estamos discutiendo sobre el viaje a nuestro hogar —responde su madre, con ese tono amargo que ni siquiera intenta disfrazar—. Lamento informarle que tendrá que esperar. El viaje se ha atrasado hasta nuevo aviso. A petición de su padre.
Le miro a él. Sonrío para mis adentros. Claro que lo harías.
—Lamentable noticia. Pero mi padre debe tener sus motivos… motivos que nunca cuestionaré. En esta ocasión.
Los padres de Vladimir se retiran. Camino hacia mis progenitores.
—¿Por qué atrasaste el viaje? Pensé que lo esperabas con ansias. No veo razón alguna para frenarlo.
—Soy el rey. Y tu padre. Además, te contradices: no que no ibas a cuestionarme.
—Era una farsa que dije delante de ellos. No iba a decir que estoy más que encantada.
—Hija, mejor ve a tu habitación. Tu padre y yo tenemos que discutir. No queremos más problemas.
Asiento y salgo. Con rapidez. Con decisión.
En mi habitación, me preparo para escaparme. Ya tengo la ubicación de la conserje. No puedo desperdiciar más tiempo.
Con mis cosas listas, cierro la puerta con llave, salgo por la ventana y me deslizo entre las sombras. Los guardias están atentos, pero no lo suficiente. La noche me cubre como una aliada silenciosa. Camino con cuidado por el pueblo, manteniéndome en calles oscuras.
A Drizella la vieron cerca del lugar donde me secuestraron. Qué poética su estupidez. Volver al mismo lugar. Eso no fue investigado… porque a nadie le importó buscarla.
Pero a mí sí. Yo me encargaré.
El cielo se tiñe de negro y la brisa acaricia mis brazos con una frialdad suave, como una advertencia. Llego a la dirección. Y para mi alivio… ahí está. Drizella. Más decadente que antes.
Estoy a punto de acercarme, lista para cortar ese cuello como corté flores en mi infancia, cuando alguien me agarra por la cintura y me tira al suelo. Saco mi daga, lista para degollarlo.
Hasta que veo quién es.
—¿Thair? ¡¿Qué rayos estás haciendo?!
Me tapa la boca con rapidez.
—Shhh… princesa, no queremos que nos encuentren. ¿O sí?
Le aparto la mano de un manotazo.
—¿Qué haces aquí?
Él sonríe. Con ese descaro que solo él puede tener.
—Estaba investigando a Drizella. ¿Quién crees que le dio la información a tu empleado?
—¡¿Tú?! ¿Por qué?
—Venganza, por supuesto. Los rumores vuelan. Me enteré de lo que te hicieron. Y lo detesté. Por eso te tiré: Drizella tiene guardias ocultos entre las sombras. Si te hubieras acercado, estarías muerta. De nada.
—Gracias… supongo. Pero aún no veo el motivo. ¿Necesitabas dinero?
—No me subestimes, princesa. No lo hago por dinero. Lo hago por ti. Nadie más va a vengarte. ¿Tu inútil prometido? Lo dudo.
—Tienes razón… ¿y ahora qué? ¿Cómo llegamos hasta ella?