Y ahí está, el horror humano, el torturador y mi captor.
Estoy loca, pero él más. La única diferencia es que yo estoy amarrada, y él libre, viéndome sufrir.
Su risa tan amarga, un veneno que me da asco, llena de arrogancia, porque estoy vulnerable y él lo disfruta.
—¿Quieres verme sufrir?
Él se queda apoyado en el marco de la puerta.
—Sí, pero más que todo, ser yo el responsable de ese sufrimiento. No una princesa que está loca, tanto como para matarse. No. Si disfruto verte sufrir, será por mi propia mano.
Lo veo con enojo, con un coraje, con ganas de destruirlo, de tomar una daga y cortarle la yugular, verlo desangrarse, ver cómo sus ojos pierden el brillo de la vida.
—Claro, quieres ser el responsable. Pero, aun así, estás aquí viéndome. A pesar de que no me causaste este sufrimiento, estoy así por otros. Hasta por mí. Jamás sufriría por causa tuya.
Sus ojos se oscurecieron, pero no se me acercó, no se movió ni un centímetro, solo me vio directamente a los ojos con una frialdad que te paraliza. Pero no, no me voy a congelar. No le tengo miedo.
—Princesa, eres una desquiciada. Deberías agradecer que te salvé. Estás viva por mí. Si yo quisiera que murieras, ya estarías enterrada, encerrada en un ataúd. Dudo que te moleste, ya que así ha sido tu vida:
encerrada, como un animal, sin elección. Otros deciden por ti. Tu vida no es tuya, era de la sociedad y de tus padres.
Ahora va a ser mía, y haré lo que me plazca. Nunca has sido libre, y esta no es la excepción.
Pensé que su corazón se había ablandado, pero me equivoqué. Tal vez fueron alucinaciones mías.
Y tiene razón. Nunca he sido libre y tal vez nunca lo sea.
Empiezo a tratar de quitarme lo que me mantiene atada.
Muevo mis brazos en un ataque de ira. No quiero estar aquí. Mis manos sangran bajo la tela, mi piel casi viva por el roce, pero no me detengo. Sigo y sigo. Quiero vivir, ser libre, sin Vladimir, sin estas cadenas que tengo desde que nací. Voy a liberarme cueste lo que cueste.
Grito maldiciones mientras mis manos se están destruyendo, mis muñecas ya no pueden más.
Pero yo sí.
Él solo se queda viéndome con la misma expresión fría.
Llama a Kerry, y en segundos ella aparece. Se alarma por mi estado, busca algo, pero ya sé qué es: un sedante. Me quiere tranquilizar, controlar. Pero no me quiero detener.
Justo cuando el dolor incrementa, siento una punzada en mi brazo. No como las de las muñecas, sino una de aguja. Siento cómo me debilito, y lo último que veo es a Kerry con cara de lástima y a Vladimir cerrando la puerta.
–––
Abro poco a poco mis ojos, escuchando la voz de Kerry.
La luz me molesta, pero no los cierro. Me obligo a abrirlos y verla. Me sonríe. No sé si será falsa o real. Tal vez ella sí tenga corazón... o no.
Si ayuda a Vladimir, será por algo, aunque sea solo una enfermera.
—Perdóname, pero era lo mejor. Te estabas lastimando y tenía que seguir órdenes.
No hablo. Ya no le veo sentido. Porque aunque lo haga, no me escucharán. Solo tengo que pase, que me recupere...
y hacer arder este reino, a Vladimir con él. Verlo sufrir. Verlo hecho trizas por mí.
Kerry asiente. Ahora sabe que no le hablaré. Quiero saber qué hora es, pero me niego a hablar. No voy a abrir la boca.
—Son las 10:30. Pronto te traerán la comida. Tú solo espera.
Me sorprendo. ¿Cómo supo que quería saber la hora? Seguro que es normal para ella esta situación.
Veo mis muñecas. Las punzadas se hacen más fuertes con cada segundo, pero no me inmuto. Este dolor es mejor que el emocional. Mi cabeza deja de pensar en lo que me hace daño.
En... en Drizella. Siento cómo mi corazón se acelera como la sangre abandona mi cuerpo.
Muevo un poco mis manos, y el dolor aparece, siendo una distracción. Me alivia.
Tal vez si el daño físico aleja las emociones dolorosas, los pensamientos que me consumen, debería tener más.
Pero no quiero otro sedante. Lo haré cuando esté sola.
Pasan las horas. Kerry sale. Lo cual hace que desconfíe.
Pero solo fueron dos minutos. Seguro que no me dejaran sola.
Llega la hora de la comida. No quiero comer, aunque mi estómago diga lo contrario.
Seguro que tiene algo para calmarme.
Además, no me quitarán las correas, y no pienso dejar que Kerry me alimente.
—Te voy a quitar una correa. No trates de hacer nada. Pero come. Te va a hacer bien. No tiene nada. Si desconfías, puedo probarla primero.
Niego con la cabeza.
—¿No quieres comer?
Lo pienso. Entre más rápido me recupere, más rápido podré salir de aquí.
—Sí quiero...
Me zafa la mano derecha y veo mi piel. Sigue un poco menos mal que antes, pero aún en carne viva.
Empiezo a comer. Saboreo la comida. Me la acabo en pocos minutos. Siendo sincera, sí tenía hambre. ¿Quién no en estas circunstancias?
Kerry llama a unas empleadas para que se lleven la comida, mientras me pasa un vaso de agua.
Le agradezco. Tengo modales, que no dejaré solo por esta situación.
Llega la tarde. Me siento mal, pero no quiero lastimarme por el momento. Solo deseo hablar.
—Kerry...
—¿Sí, princesa?
—¿Por qué no me ayudas? Él es un monstruo. Un ser detestable. Alguien que solo quiere el control.
—Sí la ayudo. Le doy atención médica... No conozco al príncipe Volkov lo suficiente, pero si fuera como lo describes, ¿por qué te salvaría?
Me echo a reír. De esas risas que solo los locos tienen.
—Porque quiere verme sufrir. Ver que me tiene a su merced. Que puede dañarme más de lo que ya estoy. Si fuera diferente a como digo, no hubiera provocado que me hiciera daño, ¿no crees?
Ella se queda callada y se levanta.
—Me tengo que ir. Que descanses. Pronto será hora de la cena. Por favor, coma algo. Solo espere unas horas y podrá dormir.
No le respondo. Es como todas las personas que conozco. Escuchan la verdad, pero la niegan.