Donde el amor podría existir...

Capítulo 6: La Fachada Persiste

Las semanas pasaban, y yo seguía interpretando mi papel con una precisión calculada. Cada momento con Elena era una oportunidad para reforzar mi control, para asegurarme de que ella se apegara cada vez más a mí. La fachada de sinceridad que mostraba parecía funcionar a la perfección, pero en el fondo, yo sabía exactamente lo que quería.

Una tarde, mientras nos encontrábamos una vez más en el café, Elena parecía más relajada, casi despreocupada. Sonreía más y sus ojos brillaban con un destello de confianza recién adquirida. Hablábamos de todo y de nada, temas ligeros que hacían surgir sus risas sinceras.

—Pareces feliz hoy —le dije con una sonrisa, asegurándome de que mi interés pareciera auténtico.

Ella se encogió de hombros, con una sonrisa tímida en los labios.
—Tal vez estoy empezando a disfrutar estos momentos contigo.

Fingí un ligero sonrojo, como si sus palabras hubieran tocado una fibra sensible en mí.
—Me alegra oír eso.

En realidad, era justo lo que esperaba de ella. Cada confesión, cada momento de vulnerabilidad era una victoria personal, un paso más hacia mi objetivo.

Mientras nuestra conversación derivaba hacia recuerdos de infancia, decidí jugar otra carta, la de la proximidad física.
—¿Te importaría si me siento en tu mesa? —pregunté, manteniendo mi tono controlado.

Ella vaciló un instante, luego asintió.
—No, claro que no, siéntate.

Tomé asiento frente a ella, nuestras rodillas rozándose bajo la mesa. Pude ver en sus ojos un brillo de expectativa, una mezcla de curiosidad y deseo naciente. Perfecto. Era el momento ideal para reforzar nuestra conexión.

—¿Sabes, Elena? —comencé suavemente—. Me doy cuenta de que te hablo mucho sobre mí, pero no sé mucho sobre ti.

En verdad, ya había recopilado una cantidad considerable de información, pero hacer que hablara de sí misma era esencial para profundizar su apego.

Ella sonrió, visiblemente halagada por mi interés.
—¿Qué quieres saber?

Adopté una expresión pensativa, como si dudara qué preguntar.
—Cuéntame un recuerdo que te haya marcado, algo especial para ti.

Ella reflexionó un momento, luego comenzó a contar una historia sobre su primer viaje sola al extranjero. La escuché atentamente, asintiendo en los momentos oportunos, haciendo preguntas para demostrar mi interés. Con cada palabra, podía sentir cómo sus defensas se disolvían un poco más.

—Es increíble lo que este tipo de experiencias nos puede enseñar sobre nosotros mismos —dije cuando terminó—. Eres realmente valiente.

Ella se sonrojó ligeramente, visiblemente conmovida por mi cumplido.
—Gracias, Bastien.

Sabía que era el momento de reforzar nuestro vínculo de manera sutil pero significativa.
—Sabes, siempre he admirado a las personas que se atreven a salir de su zona de confort. Eso demuestra una verdadera fortaleza de carácter.

Sus ojos se iluminaron con mis palabras, y casi podía sentir cómo el muro entre nosotros se derrumbaba por completo. Era exactamente lo que quería: hacerla caer bajo mi encanto, volverla dependiente de mis palabras y gestos.

Mientras seguíamos hablando, decidí ir un poco más lejos, animándola a revelar algo más personal.
—Háblame de una experiencia que realmente te haya marcado, buena o mala.

Dudó, bajando la mirada, antes de levantarla nuevamente para mirarme con una sinceridad conmovedora.
—Hay algo de lo que no he hablado con muchas personas... Viví una relación muy difícil hace algunos años.

Tomó una profunda bocanada de aire antes de continuar.
—Fue con alguien a quien amé profundamente, pero que me hizo mucho daño. Me tomó tiempo superarlo y aprender a confiar de nuevo.

Me sentí sorprendido y conmovido, colocando suavemente mi mano sobre la suya.
—Lamento mucho escuchar eso, Elena. Debió haber sido muy duro para ti.

Ella asintió, sus ojos brillando con lágrimas contenidas.
—Sí, lo fue. Pero también me enseñó a ser más fuerte y a conocerme mejor.

Apreté ligeramente su mano, un gesto calculado para estrechar aún más nuestra conexión.
—Eres increíblemente fuerte. Y me alegra mucho que hayas decidido compartir esto conmigo.

Ella me sonrió entre lágrimas, y supe que había ganado más terreno. Cada revelación, cada instante de vulnerabilidad, era una victoria más en mi misión de conquistarla por completo.

Nos quedamos así, en silencio, saboreando esta nueva cercanía. El café se iba quedando vacío poco a poco, mientras el aire fresco de la noche empezaba a colarse por la puerta entreabierta. La luz dorada del atardecer bañaba el lugar con un resplandor suave y reconfortante.

—Está comenzando a hacerse tarde —dije finalmente—. ¿Te acompaño a casa?

Ella asintió con una sonrisa, y salimos del café lado a lado. La calle estaba tranquila, con los sonidos de la ciudad amortiguados en la distancia. Caminábamos en silencio, nuestras sombras rozándose bajo la tenue luz de los faroles. Cada paso parecía acercarnos más, no solo físicamente, sino también emocionalmente.

Cuando llegamos frente a su puerta, se detuvo y se giró hacia mí, con una pregunta ardiendo en sus ojos.
—Bastien, ¿qué es lo que realmente buscas conmigo?

Tomé una profunda inspiración, eligiendo cuidadosamente las palabras que seguirían.
—¿Cuántas veces más tendré que responder la misma pregunta? —murmuré, con un toque de dulce melancolía en la voz—. Ya te lo he dicho, ¿no? Busco entender qué significa conectar de verdad con alguien. Quiero mirar más allá de las apariencias y descubrir esas verdades ocultas que las almas revelan cuando son sinceras.

Mi voz era tranquila, cada palabra cargada de una falsa sinceridad que, sin embargo, se dibujaba en mi rostro como una melodía hechizante. Una máscara perfecta, ocultando con maestría la realidad de mis intenciones.

Sus ojos se llenaron de ternura, y asintió, visiblemente emocionada.
—Yo también.




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