Nada es imposible para Dios
“Porque nada hay imposible para Dios.”
—Lucas 1:37 (RVR1960)
Por más cerca que vivíamos, mi hermano y yo estábamos lejos.
No por kilómetros, sino por heridas. Por silencio. Por orgullo.
Más de dos años sin hablarnos, compartiendo el mismo país, respirando el mismo aire, pero con un muro entre nosotros que parecía imposible de derribar.
Un día, inesperadamente, me envió un mensaje. Su tono era débil, apagado. Algo no andaba bien. No lo decía con palabras, pero su corazón gritaba ayuda.
No sabía todo lo que estaba viviendo, pero sí supe que Dios estaba comenzando algo. Tiempo después supe que, desde nuestro país de origen, una amiga suya lo llamaba constantemente. Le hablaba con firmeza, con ternura, y con dirección. Era una mujer usada por Dios. Ella lo aconsejaba, lo guiaba y, finalmente, le dijo algo que cambiaría todo:
“Tienes que buscar a tu hermana.
Y él obedeció. Nos volvimos a hablar. Primero con distancia, con cuidado, con emociones contenidas. Pero paso a paso, Dios fue trayendo luz. Comencé a hablar con él, y también con su amiga. Y en esa conexión divina, Dios comenzó a usarnos para lo que no sabíamos que sería una misión de rescate.
Mi hermano estaba en un lugar oscuro. No solo en lo físico, sino en lo espiritual y emocional. Se sentía solo, atrapado, sin salida. Pero Dios nos usó a mí, a su amiga, y más adelante a nuestro hermano menor —quien viajó a reunirse con nosotros — para rodearlo con amor. Para hablarle verdad. Para acompañarlo en medio de su dolor.
Nunca fue nuestra intención que regresara a nuestro país. Esa no era la meta. Nuestra única petición era que Dios hiciera su voluntad, que se revelara a su corazón, que él pudiera sentir cuánto lo ama el Padre… y cuánto lo amamos nosotros también.
Dios nos guió en cada paso. Nos dio las palabras. Nos sostuvo en el proceso. Y poco a poco, vimos cómo mi hermano empezaba a salir de ese lugar oscuro. Lo vimos volver a sonreír. Volver a confiar. Volver a respirar con esperanza.
Fue un proceso que nos sanó a todos.
A él, que necesitaba redención.
A mí, que necesitaba perdonar.
A nuestra familia, que necesitaba reencontrarse.
Dios nos restauró sin que lo esperáramos. Usó lo roto para mostrar su gloria. Y nos enseñó que para Él no hay imposibles. Que cuando su amor se manifiesta, todo cambia. Y que no importa cuán lejos estemos o cuán quebrado parezca todo… Él puede unir lo que el mundo ya había dado por perdido.
Ser familia también es una misión
Dios me mostró algo claro en ese proceso:
Ser familia no es solo compartir sangre, es estar dispuesto a amar activamente, a interceder, a actuar.
Fue un tiempo duro, con decisiones difíciles, con momentos en los que no sabíamos si todo saldría bien.
Pero Dios fue con nosotros.
Él abrió caminos donde no los había, tocó corazones cerrados, y puso Su poder en nuestra debilidad.
Y cuando mi hermano regresó con mi madre, no solo volvió a un país:
volvió al amor, volvió a la cobertura, volvió al diseño de Dios.
Restauración: la especialidad de Dios
Lo que parecía perdido, fue restaurado.
Lo que parecía hundido, fue levantado.
Lo que dolía, ahora da testimonio.
Hoy entiendo que Dios no solo trabaja en nosotros, también quiere trabajar a través de nosotros.
Él puede usar tu historia, tus pasos, tu fe y tu obediencia para alcanzar a otros,
incluso cuando esos “otros” están dentro de tu propia casa.
“El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para anunciar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón…”
— Lucas 4:18
Dios aún rescata
Si tú también tienes un ser querido atrapado en un lugar oscuro, no pierdas la fe.
Dios aún salva, aún llama, aún rescata.
Y muchas veces, lo hace a través de ti.
Hoy le doy gracias a Dios porque nos permitió ver ese milagro en nuestra familia.
Y porque nos mostró que el amor, unido a la fe, puede romper cualquier cadena.
#1103 en Otros
#11 en No ficción
amor a dios, este libro contiene sentimientos, este libro es sobre amor
Editado: 09.08.2025