El Padre que siempre soñé
“Deléitate asimismo en Jehová, y Él te concederá las peticiones de tu corazón.”
—Salmo 37:4
Cuando era niña, soñaba con tener un padre.
Alguien que me cuidara, que me dijera lo valiosa que era, que me protegiera del mundo y me mirara con esos ojos de orgullo que veía en otras niñas.
Ese abrazo fuerte, esa voz que defendiera, ese amor que afirmara mi identidad… lo soñaba tanto que a veces dolía.
Pero ese padre nunca estuvo.
Mi infancia fue marcada por esa ausencia. Y aunque aprendí a vivir con ese vacío, algo en mí seguía deseando formar una familia distinta algún día.
Soñaba con tener hijas, con darles lo que a mí me faltó. Soñaba con tener un hogar donde reinara el amor, y con un esposo que fuera lo que yo no conocí: un verdadero padre.
Y Dios, en su misericordia, escuchó cada uno de esos anhelos silenciosos.
Conocí a mi esposo cuando tenía apenas 16 años. Éramos dos jóvenes inexpertos, pero Dios ya estaba escribiendo nuestra historia. A pesar de los años difíciles, de las caídas, de los momentos en que todo tembló, él permaneció.
Fuimos creciendo juntos. Nuestro amor pasó por temporadas de viento fuerte, pero también por estaciones de cosecha. Y cada vez que parecía que no íbamos a resistir, Dios nos sostenía. Porque Él era quien nos unía.
Con el tiempo llegaron nuestras dos hijas. Dos promesas vivas de que Dios no se olvida de lo que soñamos de niños.
Y ahí lo vi a él, a mi esposo, convertirse en ese padre que yo tanto necesité: protector, presente, amoroso.
Vi cómo abrazaba a nuestras hijas con la ternura que yo alguna vez deseé. Cómo las aconsejaba, cómo las afirmaba, cómo estaba para ellas sin condición.
Y entendí que Dios, en su forma perfecta de sanar, me dio a través de él ese padre que no tuve.
No para reemplazar lo que faltó, sino para mostrarme que su amor sana, restaura y cumple sueños en formas inesperadas.
Mi esposo ha sido más que mi pareja. Ha sido mi amigo, mi refugio, mi compañero de vida.
No ha sido fácil. Hemos tenido momentos de silencio, de lucha, de decisiones difíciles.
Pero también hemos tenido risa, esperanza, fe y una profunda conexión que solo Dios puede mantener viva.
Hoy, al mirar a mi familia, solo puedo decir: Dios me dio más de lo que pedí.
Él no solo me dio una familia. Me dio una segunda oportunidad.
Sanó mi corazón de niña, reconstruyó lo que otros quebraron, y me entregó un amor real, imperfecto pero verdadero.
#1090 en Otros
#9 en No ficción
amor a dios, este libro contiene sentimientos, este libro es sobre amor
Editado: 09.08.2025