Mis pasos retumban en el corredor.
Las casas vacías exageran los sonidos.
Y más todavía las que extrañan a sus
dueños.
Las que están tristes.
Las que están de luto.
Me detengo.
El silencio es tanto que se puede escuchar.
La casa parece más grande.
Enorme.
¿Será que la tristeza nos hace empequeñecer?...
Tengo miedo.
Necesito un abrazo de mis tíos.
Su consuelo.
Su compañía.
Su amor.
Me siento como aquel niño indefenso y atolondrado que llegó aquí de vacaciones hace dieciocho años, sin siquiera sospechar que esta ciudad se convertiría en su ciudad, esta casa en su casa, y estos tíos abuelos en sus padres.