Dónde Habitan Los Ángeles - Claudia Celis

Capítulo 12 - El Valor De La Intención

Mis primos habían regresado a su casa y yo, curiosamente, ya no había sentido ninguna angustia al ir a despedirlos a la estación.

La compañía de mis tíos era muy divertida.

¡Los quería tanto...!

Eran los tíos abuelos más jóvenes del mundo.

Parecían novios.

Una de mis diversiones favoritas era oír sus conversaciones:

“Anastasio, quiero hablar contigo seriamente.”

Le dijo mi tía.

“Sí, Chabelita, estoy a tus órdenes.”

Le respondió él, cuadrándose como soldado.

“Nada más que no sea demasiado serio el asunto.”

Agregó suavemente, haciéndole un cariño.

“Sabes bien que me conquistaste por tu sonrisa.”

Mi tía retrocedió y fingió una sonrisa.

“Pues sonriendo te diré que estoy enterada de que ayer no fuiste a Celaya como me habías dicho.”

“No, siempre no fui.”

Contestó él con naturalidad.

‘¿Entonces por qué no me lo dijiste cuando llegaste?”

Le reclamó.

“Toda la tarde pensé que te encontrabas en Celaya, y luego, por pura casualidad, me entero de que estuviste jugando dominó en casa de los Barrera.”

“Bueno, amorcito, eso es cierto dijo mi tío con una voz exageradamente dulce, pero toda mi intención era haber ido a Celaya, así que no te mentí.”

Luego su voz se volvió acusadora.

“Además, tú no me preguntaste en dónde había estado.”

“Pues no.”

Admitió mi tía.

“Porque antes de irte me dijiste que irías a Celaya y yo lo di por hecho.”

Mi tío se quedó pensativo un momento, y luego dijo:

“Pues te diré que un cincuenta por ciento estuve ayer en Celaya.”

*¿Qué dices, Anastasio?”

Mi tía lo miró sorprendida

“¿Cómo que un cincuenta por ciento?”

“Sí, Chabelita.”

Le explicó:

“Cuando uno tiene la intención de hacer algo, ya sólo por ese simple hecho, se tiene el cincuenta por ciento realizado, así es que ayer estuve un cincuenta por ciento en casa de los Barrera y el otro cincuenta en Celaya.”

“¡Muy bien!”

Mi tía dio por terminada la conversación.

“Ya va a ser hora de merendar. Voy a prepararte un mole de olla.”

Mi tía se fue a la cocina y él hacia su despacho, saboreándose:

“¡Molito de olla! ¡Mhhhh!”

Cuando mi tía nos llamó a merendar, mi tío llegó corriendo al comedor.

Yo me senté a su lado.

Miró con extrañeza el platón de frijoles.

Mi tía le sirvió dos cucharadas:

“Estos frijolitos son un cincuenta por ciento mole de olla. ¡Buen provecho, mi amor!”

“¡Qué buena lección le diste, tía!”

Se me salió decir.

Mi tío me miró furioso y, acercando su cara a la mía, hasta quedar nariz con nariz, me preguntó:

“¿A qué lección se refiere, Panchito?”

Yo temblé.

Había metido la pata hasta el fondo.

¿Cómo salir de ésta?

Dije las primeras palabras que se me vinieron a la mente:

“Le decía yo a mi tía de una lección de rezos que le dio al Rorro…”

“Al Rorro... Al Rorro…”

Repetía él, furioso.

Mi tía se sentó a mi lado y me abrazó.

Como por arte de magia, la tensión desapareció y los tres empezamos a comer los ricos frijolitos.



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En el texto hay: ficcion

Editado: 17.08.2024

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