Mi tío Tacho compraba los cigarrillos por paquete y a veces, sin darse cuenta, encendía dos o tres al mismo tiempo.
Siempre criticaba a las personas que caían en excesos y se disgustaba consigo mismo por cometer éste.
Además, estaba seguro de que el abuso del cigarro era la causa de su insomnio.
Se puso a investigar métodos para dejar de fumar.
Leía artículos sobre el tema, escuchaba consejos y trataba de seguidos, pero era inútil, fumaba muchísimo y cada vez dormía menos.
Un amigo suyo le platicó sobre un hipnólogo que lo podía ayudar a dejar el cigarro y tenía un método buenísimo para el insomnio.
“Acompáñeme, Panchito, vamos a verlo.”
Me dijo una tarde.
Llegamos al consultorio.
La recepcionista nos hizo pasar de inmediato.
“Bienvenido, doctor.”
Dijo el hipólogo.
“Póngase cómodo.”
Le señaló un diván.
“Tú, niño, siéntate allá para que no lo distraigas.”
Había una silla al fondo de la habitación.
Mi tío se quitó la bata, se aflojó la corbata y se recostó.
El hipnólogo se dirigió hacia una parte del cuarto que estaba separada con un biombo.
Hablaba sobre la técnica para el insomnio, asegurándole que era bastante sencilla, pero mi tío no lo escuchaba: se había quedado profundamente dormido.
El hombre salió del apartado llevando un libro en la mano y se sorprendió al verlo así.
“Debe estar muy cansado.”
Me dijo quedito.
“Dejémoslo dormir unos minutos.”
Yo asentí con la cabeza.
Después de un rato, comenzó a hablarle en voz baja tratando de despertarlo, pero mi tío se volteó de ladito y empezó a roncar.
Al principio, los ronquidos eran leves, pero a medida que pasaba el tiempo iban subiendo de intensidad, hasta volverse insoportables.
Lo movió con brusquedad, pero fue inútil, sólo cambió de posición y siguió roncando a pierna suelta.
La recepcionista se asomó, junto con varios clientes, tratando de averiguar qué era lo que pasaba.
El hipnólogo, muy molesto, les ordenó retirarse y cerrar la puerta.
Hizo un segundo intento por despertarlo.
No hubo modo.
Después otro; tampoco.
Luego otro, otro y otro, hasta que se dio por vencido.
Pasó como hora y media.
De repente, mi tío se incorporó de un salto, asustando al hipnólogo, y dijo:
“Creo que me dormí.”
“Sí, doctor, creo que sí."
Le respondió disgustado.
“Pero no se preocupe.”
Suavizó la voz.
“Se nota que estaba usted muy cansado; de todos modos dormir le hizo mucho bien, aunque no pudimos realizar la sesión.”
Mi tío miró el reloj.
“¡Qué barbaridad, es tardísimo! ¡Vámonos, Panchito!”
Quedó de regresar al día siguiente.
Llegamos puntuales.
“Puedes sentarte, niño.”
Me dijo el hipnólogo.
Me fui a mi lugar.
El hipnólogo lo hizo recostar pero esta vez no se retiró, pues ya tenía en la mano el libro que iba a leerle.
Más, en lo que buscaba el párrafo de la técnica para el insomnio, mi tío se quedó dormido, roncando sin consideración.
El hipnólogo me miró con disgusto, como si yo tuviera la culpa.
Yo clavé la mirada en el piso y no la levanté hasta que mi tío despertó:
“¡Qué barbaridad! ¡Me dormí otra vez!”
“Así es, doctor…”
Dijo el hipnólogo con fastidio.
Mi tío saltó del diván.
“Nos vemos mañana.”
Dijo, se puso la bata y miró el reloj.
“¡Es tardísimo! ¡Vámonos, Panchito!”
Volvimos al día siguiente.
Mi tío saludó a la recepcionista y a los pacientes que nos veían entre divertidos y burlones.
Pasamos al consultorio.
El hipnólogo le señaló el díván.
Yo iba rumbo a la silla pero me dijo que me sentara junto a mi tío y que no lo dejara dormir.
Mi tío acomodó la cabeza en mis piernas y antes de que el hipnólogo empezara a leer el párrafo de la técnica para el insomnio, que ya tenía señalado, cayó en profundo sueño y empezó a roncar molesta y ruidosamente.
Yo me quedé muy quieto.
Cerré los ojos y me tapé los oídos.
Aún así, pude percibir la mirada del hipnólogo, llena de coraje, fija en nosotros.
Sentí las piernas dormidas.
Me moví y mi tío despertó.
Apenas abrió los ojos, el hipnólogo arrancó una hoja del libro y se la dio:
“Doctor, ya no es necesario que regrese. Aquí está el párrafo que le iba yo a leer. Aunque, pensándolo bien, ya no es necesario que lo lea.”
Le quitó la hoja.
“Usted maneja perfectamente la técnica para el insomnio. Por lo demás, trate de no fumar. Adiós, doctor.”
Ni siquiera le dio tiempo de volverse a poner la bata.
Lo tomó del brazo, a mí de los hombros, nos llevó hasta la salida dándonos un ligero empujón y cerró la puerta con llave.
Nos subimos al coche.
Mi tío se acomodó en el asiento.
Parecía muy satisfecho.
“¿Cómo le fue, dotor?”
Lino le preguntó.
“¡Perfectamente!”
Le dijo mi tío con optimismo.
“¡No cabe duda que la hipnosis es algo maravilloso! ¿Verdad, Panchito?”
“Ajá…”
Desde ese día no volvió a fumar y despertaba muy contento diciendo que había dormido de maravilla.
Nunca entendí su reacción.