El gobernador del estado iba a venir a San Miguel.
Mi tío Tacho, como presidente municipal, recibiría una felicitación del alto funcionario por su buena administración, y el municipio, una aportación económica para la terminación de las obras de electrificación y drenaje.
Mi tío estaba muy nervioso, quería que todo saliera a la perfección.
Supervisó meticulosamente hasta el último detalle.
Después de la ceremonia oficial, se haría un recorrido por el municipio y al final una comida en la casa.
Mis primos, los chicos, estaban con nosotros de visita.
Todos ayudábamos en lo que podíamos.
Mi tío estaba en su consultorio haciendo el discurso que iba a leer.
“Panchito, cuídeme la puerta. Que nadie me moleste para que pueda inspirarme.”
“Sí, tío.”
Le respondí y me puse a hacer guardia.
Después de casi dos horas se abrió la puerta del consultorio y salió mi tío fingiendo quitarse el sudor de la frente con la mano.
“¡Uf!, ¡Ya estuvo!”
“¿Cómo le salió?”
Le pregunté.
“¡Genial, Panchito, genial! Ahora, véngase para acá; necesito que me cuide la puerta de la sala porque voy a hacer unas llamadas. Que no me interrumpan.”
Tenía ya un buen rato en la puerta de la sala, cuando oí el timbre de la puerta.
Agustín vino a decirme que buscaban a mi tío.
“No podemos molestado, está hablando por teléfono.”
Le dije.
“Es que le traen un pedido del laboratorio.
Insistió.
“Pues diles que te lo den.’
Le sugerí y se dirigió a la puerta.
Regresó con una caja y una nota en la mano.
“Que tiene que firmar de recibido.”
Me dijo.
“Si lo interrumpimos nos va a regañar. Firma tú.”
Le propuse.
“¡Cómo crees!”
Dijo asustado.
“Tiene que ser la firma de mi tío.”
“Haz cualquier garabato, ¿No has visto su firma?”
Le recordé.
“Sí, ¿Verdad?”
Estuvo de acuerdo.
Estampó una rúbrica bastante rebuscada y se alejó.
Me dijo que revisaron la firma y no le dijeron nada.
Antes de llevar la caja de medicinas al consultorio me dio un papel.
“Se lo entregas a mi tío. Voy a ayudar a mi tía.”
En cuanto salió de la sala le entregué el papel.
“Es del laboratorio.”
Le informé.
Me lo regresó y me pidió que lo guardara en un fólder que estaba en el consultorio.
Sobre el escritorio había varios folders.
¿Cuál sería el indicado para guardar el papel?
Lo dejé a la suerte.
Cerré los ojos y lo puse en el primero que tocó mi mano.
En el salón del palacio municipal nos acomodamos en nuestros respectivos lugares y dio principio la ceremonia.
Mi tío fue al palco de oratoria y comenzó la lectura de su discurso:
“Señor gobernador: damos a usted la más cordial bienvenida... bla bla bla bla... Nos sentimos honrados por su presencia y... bla bla bla bla bla... Hemos trabajado con ahínco para... bla bla bla bla... un futuro más prometedor... bla bla bla bla…”
Dio vuelta a la hoja:
“Ativán, Valium, Mogadón, Paciflorina…”
Lo miramos sorprendidos.
Él se aclaró la garganta y siguió:
“¿Para qué nos sirven estos medicamentos? Para dormir, para tranquilizamos, pero no es el camino correcto; con ellos sólo conseguiremos una paz interior momentánea, pasajera, artificial... ¡No, distinguidos compañeros! Lo único que nos puede llevar a la tranquilidad verdadera es el actuar con justicia y honestidad en todo momento... bla bla bla bla…”
Volvió la hoja, me echó una mirada fulminante, y siguió leyendo el discurso.
Al terminar la ceremonia, fuimos al recorrido y luego a la casa a comer.
En cuanto entramos, mi tío me llamó aparte:
“¡Qué bueno es usted para guardar papeles!”
Pensé que si no inventaba algo rápido, me iba a ir muy mal.
“Lo hice a propósito, tío.”
“¿Cómo dice?”
Se sorprendió.
“Quería ver cómo salía usted del paso... ¡Qué bárbaro, tío! ¡Lo felicito! ¡De veras lo felicito!”
Puso cara de presunción y habló con voz petulante:
“Claro, niño... ¿Qué esperaba? ¡Écheme sus toritos cuando quiera!... ¡Aquí está su torero maravilla!”
Mi tía le hizo la seña de que todo estaba listo.
Fuimos al comedor.
Al terminar la comida, el gobernador le comentó de ciertas molestias estomacales que tenía.
“¡Ah! Quiere consulta…”
Dijo mi tío.
“En efecto, doctor, quiero consulta.”
Respondió el gobernador.
“Pues pasemos a revisarlo.”
Fueron al consultorio.
Cuando regresaban, mi tío le venía diciendo:
“...y quiero que me disculpe por haberle cobrado, es que tengo la certeza de que si no cobro no se alivian... y no piense que fue abuso, lo que pasa es que yo tengo la costumbre de cobrar según los recursos del cliente…”
Mi tía puso los ojos en blanco y se tuvo que detener de una silla para no caerse.