Mi tía Chabela entró en la sala.
“Ya duérmete, Panchito, ya es muy tarde. ¿No estás cansado? Tus primos ya se acostaron.”
“Ahorita, tía.”
“¿Quieres que te lea un poco para que te dé sueño?”
“No. Todavía no me quiero ir a mi cuarto.”
Le dije con la vista fija en el teléfono.
“Mi amor.”
Dijo con cariño y cogió mi mano.
“Seguramente tu mamita estuvo muy ocupada y no te pudo hablar.”
Yo retiré la mano y me puse tenso.
“Mira, mi niño.”
Me abrazó.
“A veces uno no puede hacer todo lo que quiere; te apuesto a que todo el día estuvo pensando en ti, pero no tuvo ni un ratito libre ni para coger el teléfono. Tú sabes que tu mami tiene mucho trabajo y…”
La interrumpí:
“Todas las mamás quieren a sus hijos, ¿Verdad, tía?”
“Claro que sí, mi amor.”
“La mía también me quiere, ¿Verdad?”
“¡Por supuesto!”
“Aunque se olvide de mi cumpleaños, ¿Verdad?”
Se acercó a mí.
“No se olvidó, mi cielo; te aseguro que no. Mira, Panchito.”
“Me dijo con seriedad, a tu mami le tocó vivir cosas muy difíciles. Cuando se quedó sola, sin tu papá, ella tuvo que salir a trabajar. Tu mami es una mujer muy buena, pero no tiene tiempo para quedarse en la casa contigo, como quisiera…”
Me apreté a ella.
“¡Qué bueno que tú si te puedes quedar conmigo! ¡Te quiero!”
Le dije.
En brazos de mi tía me sentía seguro, protegido; pero cuando estaba en ellos deseaba con toda el alma que fueran los de mi mamá.
Quería creer que ella también me extrañaba, que se pasaba el día pensando en mí, como decía mi tía, pero que no tenía tiempo para hablarme ni para venir a verme de vez en cuando.
A veces reflexionaba en ello, y sacaba en conclusión que ningún trabajo podía ser tan absorbente como para tener a alguien ocupado las veinticuatro horas del día, pero como esta idea me entristecía hasta hacerme sentir enfermo, prefería pensar que el trabajo de mi mamá era la excepción.
Mi tía me llevó a la cama y se sentó a mi lado.
“Tía.”
Le dije.
“¿Crees que ella esté pensando en mí?”
“Seguramente, mi amor, seguramente.”
Me respondió...
Ya muy tarde, con su mano entre las mías, el sueño acudió.
Al día siguiente, mi tío Tacho, Chucho, Caty y Lupita entraron a mi recámara.
Mi tío traía una caja de regalo, enorme.
“¡Mire, niño, lo que acaba de llegar por correo!”
Yo salté de la cama.
“¿Es para mí?”
“Pues solamente que haya otro Panchito en la casa…”
Me dio un sobre rotulado con mi nombre.
No sabía qué abrir primero, si la carta o el regalo.
Me decidí por el regalo.
Mis primos me rodearon, ansiosos por mirar el contenido.
¡El barco que siempre había deseado!
¡Qué felicidad!
“¡Qué padre!”
Dijo Chucho.
“Ah... es un barco.”
Dijo Lupita y salió de la recámara.
“¿Me lo vas a prestar? ¡Mire, tío, no me lo quiere prestar!”
Dijo Caty al tiempo que lo sacaba de la caja.
A mí me dieron muchas ansias, yo hubiera querido ser el primero en cogerlo.
“Déselo a Panchito.”
Dijo mi tío.
“Luego se lo va a prestar.”
“Sí, Caty, al rato jugamos todos.”
Dijo Chucho.
Caty hizo un puchero.
Mi tío se acercó a ella y le dijo que lo pellizcara a él mientras yo leía mi carta.
La carta era de mi mamá.
Me decía que no había olvidado mi cumpleaños, que le había sido imposible llamarme, pero que me quería mucho.
Me sentí feliz.
Leí esa carta una y otra vez.
Siempre que lo hacía pensaba en lo parecidas que eran la letra de mi mamá y la de mi tío Tacho.