Dónde Habitan Los Ángeles - Claudia Celis

Capítulo 24 - Número Dos

Mi tío decidió que estudiara la preparatoria en el Distrito Federal, en la misma escuela en que él lo había hecho.

Ocupé un cuarto en una casa de huéspedes que recibía estudiantes.

Todos los fines de semana venía a San Miguel.

Desde el primer semestre tuve serios problemas con las matemáticas, así que, a mediados del segundo semestre, después de haber tenido que presentar difíciles y largos exámenes extraordinarios, tomé la decisión de dejar los estudios y buscar un empleo.

Pensé que lo mejor sería enterar a mis tíos de inmediato.

Llegué a San Miguel en la tarde.

Mi tía había salido y mi tío estaba dando consulta.

Aguardé en la sala de espera, repleta de gente.

Puse mi maleta en el piso.

Las manos me sudaban de nervios.

¿Cómo se lo diría?

¿Cómo lo tomaría él?

Me sobrepuse, me di valor:

‘Todos tenemos derecho a decidir nuestra vida.’

Repetía para mis adentros.

Salió mi tío a despedir al paciente que acababa de atender y me vio.

“¡Hola, Panchito!”

Me saludó con gusto.

“¿Qué anda haciendo por acá con todo y maleta? ¿Acaso suspendieron las clases?”

“No, tío. Vine a hablar con usted.”

Le dije tratando de disimular mi nerviosismo.

“Pásele, pásele.”

Me invitó gustoso.

“Es mi sobrino.”

Dijo a los pacientes a modo de disculpa por no hacerme esperar.

Dentro del consultorio me preguntó:

“¿Qué cosa es tan urgente que tuvo que venir entre semana?”

“Tío.”

Le dije envalentonado.

“¡He decidido dejar la escuela!”

“¿Dejarla?”

Se sorprendió.

“Sí.”

La seguridad en mí mismo iba en aumento.

“Voy a buscar un empleo.”

Se hizo un silencio tan denso que se hubiera podido cortar con un cuchillo.

Él se puso de pie, entró al baño, y después de un largo tiempo que a mí me pareció eterno, regresó con la cabeza y la cara empapadas, escurriendo agua sobre el cuello de su camisa.

Volvió a instalarse en la silla giratoria de su escritorio y me preguntó:

“¿Y puedo saber por qué ha tomado esa decisión?”

Yo recité el parlamento que tenía tan ensayado:

“Me he puesto a pensar que no todo el mundo debe ser profesionista. Creo tener la preparación necesaria para enfrentar cualquier situación que se me presente. Además, he llegado a la conclusión de que a la escuela sólo se va a perder el tiempo y que las matemáticas no sirven para nada…”

Se quedó pensativo.

Luego se levantó, me tomó bruscamente de un brazo y me llevó a la puerta.

“Espere a que termine mi consulta y después hablamos.”

Me dijo antes de echarme con un empujón.

Me senté en la sala de espera y aguardé.

El tiempo se me hizo eterno.

Cuando salió el último paciente, me dirigí hacia la puerta del consultorio pero mi tío la cerró bruscamente; casi me da en las narices.

“¡Espere a que lo llame!”

Gritó desde adentro.

Extrañado por su actitud regresé al sillón.

Después de mucho rato, apareció en la puerta y me hizo señas para que pasara.

“Siéntese, muchacho.”

Me indicó.

“¿De qué me estaba hablando?”

“Era acerca de la escuela…”

“¡Ah, sí!”

Me interrumpió.

“Me estaba comunicando sus intenciones de abandonar los estudios, ¿No es cierto?, pues, casualmente, necesito un ayudante en la farmacia, así es que su brillante decisión me cayó como anillo al dedo.”

Me alegré por su comprensión, aunque, francamente, no esperaba que fuera así de sencillo.

“¿Habla en serio?”

Le pregunté.

“¡Claro!”

Me dijo.

“Desde hoy tiene usted empleo.”

Emocionado exclamé:

“¡Gracias, tío!”

“¡Nada de tío!”

Gritó.

“¡No sea usted igualado! ¡De ahora en adelante llámeme doctor!”

“¿Cómo?”

La sorpresa no cabía en mí.

“¡Así como lo oye! ¡Desde este momento yo soy el patrón y usted sólo un empleado! ¿Entendido?”

“Sí, doctor.”

Respondí con un nudo en la garganta.

En ese momento llegó mi tía.

Tocó la puerta.

“¡Adelante!”

Dijo mi tío.

“¡Mi cielo!”

Exclamó mi tía al verme y corrió hacia mí con los brazos extendidos.

“¿Qué andas haciendo por aquí?”

Me abrazó.

“¿Qué tienes, mi amor? Estás temblando. ¿Te sientes mal?”

“No, Chabelita.”

Respondió mi tío.

“Está perfectamente; ha venido a darnos la nueva de que va a dejar la escuela…”

“¿Cómo?”

Preguntó sorprendida.

“Así es.”

Continuó mi tío.

“Ha decidido que estudiar es perder el tiempo y que lo mejor será ponerse a trabajar; por tanto, desde hoy, será mi nuevo ayudante en la farmacia.”

“¿En serio?”

Me miró incrédula.

“Sí, tía pero…”

Iba a darle una explicación más detallada sobre mi forma de pensar y de las serias reflexiones que me habían llevado a tomar esta decisión, pero mi tío no me dejó hablar.

“¡No la llame tía! ¡Dígale señora y háblele de usted!”

Vociferó.

“Pero, Anastasio…”

Mi tía iba a empezar a protestar pero él la interrumpió:

“Sí, Chabelita, así debe ser.”

Dijo tajante.

“En la vida cada quien escoge su lugar. Se le va a acondicionar el cuarto de servicio y va a comer en la cocina…”

“¡Anastasio!”

Exclamó mi tía.

“¡Las cosas se harán como yo digo!”

Gritó enojado.

Mi tía se quedó muy sorprendida; él nunca le hablaba así.

Mi tío pareció reflexionar, se acercó a ella y la abrazó con cariño:

“Te aseguro que así es como debe ser, preciosa; hazme caso…”

Ella asintió y salió del consultorio.

Al día siguiente, mi tío fue al cuarto de servicio;

“¡Arriba, muchacho! ¡No sea perezoso!”

Abrí los ojos.

Aún estaba oscuro.

“¿Qué hora es?”

Le pregunté.

“¡Hora de trabajar!”

Me respondió.

“¡No quiero ir a la farmacia y encontrarme con que usted no ha hecho el aseo! ¿Entendió?”



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En el texto hay: ficcion

Editado: 17.08.2024

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