Dónde Habitan Los Ángeles - Claudia Celis

Capítulo 28 - La Rana

Yo estaba en la casa disfrutando de las vacaciones del quinto semestre de preparatoria.

Un lunes, mientras comíamos, mi primo Chucho nos dijo que se había encontrado con un antiguo compañero de la prepa que también estudiaba veterinaria pero que iba un poco atrasado, que apenas estaba en primer año.

“¿Y quién es él?”

Preguntó mi tío.

“Ángel Rodríguez, tío.”

Respondió Chucho.

“¿No se acuerda de él?, al que le decíamos la Rana; una vez vino conmigo a San Miguel…”

“Ángel... Ángel... ¡Ah, ya recuerdo, la Rana! ... era simpático. Pero, dígame, Chuchito, ¿Por qué está cursando apenas el primer año si usted ya tiene de recibido más de seis meses?”

“No sé exactamente, creo que dejó de estudiar un tiempo... pero ya nos contará él los motivos porque lo invité a cenar.”

“Pues hizo usted bien, Chuchito, así no nos quedaremos con la duda.”

Dijo mi tío complacido.

Como a las ocho de la noche llegó la Rana.

“¡Pasa, pasa!”

Mi tía Chabela lo recibió con gusto.

“Chuchito te está esperando.”

Cenamos riquísimo, como siempre.

Durante la sobremesa, mi tío empezó a bombardear a la Rana con preguntas sobre su retraso en la escuela.

La Rana respondió con evasivas y no nos sacó de dudas.

Cuando mi tío se dio cuenta de la hora y vio que la Rana no tenía para cuándo retirarse, se levantó de la mesa y dio las buenas noches.

Al ver que la Rana no se movía, le tendió la mano como para despedirse, lo jaló de la mano y lo llevó hasta la puerta, lo sacó y cerró ruidosamente.

Al día siguiente, cuando nos disponíamos a desayunar, llegó la Rana y desayunó con nosotros; al terminar, se ofreció para levantar la mesa y se puso a lavar los trastes.

Luego, se fue a sentar a la sala de espera del consultorio de Chucho llevando un libro de anatomía de animales.

“¡Qué muchacho tan estudioso!”

Comentó mi tío muy contento; adoraba a los aplicados.

Al poco rato, mi tío fue a ver cómo iba en sus estudios de anatomía y lo encontró dormido con el libro abierto sobre las piernas.

Nos lo fue a platicar muy enojado.

Antes de la comida, la Rana se despidió.

Al día siguiente regresó a la hora del desayuno; desayunó con nosotros, se levantó antes que nadie de la mesa, y volvió a lavar los trastes.

Iba rumbo al consultorio de Chucho, con su libro de anatomía bajo el brazo y mi tío lo interceptó en el corredor.

“¿Y usted dónde estudia, joven Rana?”

“¡En la Universidad de México, doctor!”

Dijo con orgullo.

“¿Y ahora está de vacaciones?”

“Pues... no precisamente.”

Le respondió.

“Lo que pasa es que me sentí un poco desorientado y quise venir a ver a Chucho para observar la práctica de la carrera. Por un amigo me enteré de que Chucho es muy buen veterinario.”

“¿Y no cree que debería concluir primero sus estudios y después venir a observar la práctica? “

“Pues sí, doctor; lo que pasa es que así, desorientado, no me puedo concentrar en los exámenes…”

“¡Ah!, ¡Está usted en exámenes!”

Le dijo a gritos.

“Pues... sssí.”

Contestó asustado.

Mi tío le dirigió una mirada fulminante, le dio la espalda violentamente y se retiró.

La Rana bajó la cabeza y con tristeza se acercó a donde estaba el Rorro, quien empezó a gritar.

";Buurro!, ¡Burro!"

Y se alejó volando muy bajo.

Mi tío entró a la sala de espera del consultorio de Chucho y encontró a la Rana dormido, con su libro de anatomía abierto sobre las piernas.

“¡Siempre en la página trece!”

Gritó.

La Rana saltó del asiento, cerró su libro y se despidió.

Durante varios días la Rana llegaba cuando empezábamos a desayunar.

Después, comenzó a llegar más temprano; alguien le abría y cuando llegábamos al comedor, ya estaba la mesa puesta y el desayuno preparado.

A continuación, sus llegadas se volvieron más tempraneras; cuando nos levantábamos el patio estaba limpísimo, las plantas de mi tía regadas, la comida del Rorro servida y el desayuno preparado.

Mi tía lo saludaba de beso y le decía.

"Ranita preciosa."

Después de dos semanas, mi tío quiso hablar con él.

La Rana entró en la sala con su libro de anatomía bajo el brazo, mi tío se lo pidió y lo abrió en la página trece.

“Dígame, Rana, ¿Cuáles son las partes del aparato digestivo del borrego?”

Le preguntó.

En la cara de la Rana se reflejó la duda.

“¿No me puede dar más datos?”

“¡Lo que le voy a dar es un librazo!”

Gritó mi tío fuera de sí.

“Mire, muchacho.”

Le dijo más calmado.

“Creo que está equivocando su profesión... su vocación está clara. Si está usted de acuerdo, desde hoy tiene trabajo... claro que también tendría que lavar y planchar... descansaría los domingos y…”

La Rana no lo dejó terminar.

Le arrebató el libro de anatomía y, muy ofendido, salió de la casa sin despedirse de nadie.



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En el texto hay: ficcion

Editado: 17.08.2024

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