Mi primo Chucho, muy preocupado, le platicó a mi tío Tacho su problema:
“Y no quiere venir a pedirla, tío... no sé qué hacer.”
“Parece mentira que su padre esté actuando así... déjame ir a hablar con él, a ver si puedo arreglar las cosas.”
“Gracias, tío.”
Dijo mi primo.
Esa misma tarde, Lino y yo lo acompañamos al pueblo.
En el camino iba hablando solo:
"Qué peros le pone mi sobrino Juan a Marianita muchos padres estarían deseosos de tener una nuera como ella."
Mis tíos, Coty y Juan, nos recibieron con gusto.
Para la merienda mi tía sacó las obleas y el queso de tuna que guardaba para los invitados especiales.
Al final de la merienda, dijo mi tío Tacho:
“Juan, quiero hablar con usted sobre Chucho y Marianita.”
Mi tía Coty se levantó de la mesa y desapareció.
“Ya me imaginaba que a eso se debía su visita, tío.”
Respondió molesto mi tío Juan.
“Chucho está muy preocupado por la actitud que usted ha tomado.”
“Creo que es la correcta. No pienso cambiarla.”
Dijo mi tío Juan y se levantó de la mesa.
“¡Es injusto, Juan!”
Mi tío Tacho subió la voz.
“¿Cómo voy a aceptar que mi hijo se case con una muchacha sin apellido?”
Mi tío Juan se volvió a sentar.
“¿Cómo voy a aceptar que mi hijo tome por esposa a una muchacha que no tuvo padre?”
“¿Que no tuvo padre?”
Preguntó mi tío Tacho, exagerando extrañeza.
“¡Oiga, sobrino, eso es increíble! ¿Quiere decir, acaso, que Marianita es un monstruo? ¿Una mutante que ha nacido sólo de una madre, sin padre?”
“No se burle, tío.”
Dijo muy disgustado.
“Sabe a qué me refiero.”
“No lo sé.”
“¡Pues a que su padre nunca se casó con su madre y, por si fuera poco, ni siquiera la reconoció!”
“Juan, ¿Cómo puede culparla de eso?... Creo que usted está muy mal.”
“Yo no lo creo.”
Respondió cortante mi tío Juan.
“Mire, tío, no aspiro a que mi hijo se case con una dama de la realeza, pero sí con una muchacha que tenga como respaldo una familia respetable, no con una que sólo tiene detrás de ella a una pobre mujer como su madre.”
“¡Así es!”
Gritó mi tío Tacho.
“¡A una pobre mujer que ha dedicado su vida a cuidar a su hija!”
Ya más tranquilo prosiguió:
“Ella fue víctima de las circunstancias; su único pecado fue haberse enamorado de un hombre irresponsable... Por lo que veo, para gente como usted eso es un pecado imperdonable. Seguramente, preferiría que Chucho se casara con una mujer tan fina y elegante como la de Neto; ella sí que tiene un apellido rimbombante como respaldo. Creo que sus problemas conyugales se deben, casi siempre, a que gasta más de lo que Neto puede darle en ropa, salones de belleza, comidas con las amigas y todo lo que implica pertenecer a tan alta esfera social. Por lo demás, es buena esposa, siempre y cuando Neto esté dispuesto a comer comida de lata, a no descomponerle el peinado con una caricia, a no besarla espontáneamente para no estropearle el maquillaje y a no tocarla hasta que el barniz de uñas se haya secado. Luego, mire a sus hijitos, tan bonitos como insoportables; unos pobres niños repletos de objetos caros pero vacíos de atención y de afecto, porque su mamá lleva una vida social tan intensa que nunca puede estar con ellos y su papá trabaja como negro para poder mantener ese nivel de vida que, por cierto, es muy chico ¿No es cierto? Pero, bueno, eso no importa. Tal vez fue el precio que Neto tuvo que pagar por el flamante apellido de su mujer, ¿No le parece?”
“Tío.”
Dijo mi tío Juan.
“Creo que está exagerando... dramatiza tanto que me confunde…”
“Juan.”
Concluyó mi tío Tacho.
“Debemos pensar en la felicidad de Chucho. Olvide los prejuicios. Piense en lo feliz que va a ser con una mujer como Mariana; tan alegre, tan inteligente y, sobre todo, tan enamorada. Chucho merece lo mejor. Siempre ha sido un excelente hijo... para usted y para mí.”
Nos despedimos y volvimos en silencio a San Miguel.