Habían pasado unos meses desde que Chucho y Mariana se casaran cuando nos dieron la noticia de que iban a ser padres.
Chucho nos invitó a la comida que darían en su casa para festejarlo.
Ese domingo, mis tíos y yo fuimos casi los primeros en llegar, allí estaba ya doña Rosa, la mamá de Mariana.
Al poco tiempo, llegaron Lupita y Lucha y, en seguida, mis padrinos Pedro y Sara y la Peque, Loli y la Nena con sus maridos.
Mi padrino dijo a Chucho que sus padres y su hermana Caty no podrían asistir por tener otro compromiso.
En la cara de mi primo se notó la desilusión pero Mariana lo abrazó y él recuperó su alegría.
La comida que Mariana preparó estaba deliciosa; es muy buena cocinera.
Estábamos terminando de comer cuando llamaron a la puerta.
Chucho fue a abrir y nos quedamos sorprendidos al ver a Caty, acompañada por un muchacho muy bien parecido, bastante pasado de copas.
“¡Hola a todos!”
Dijo Caty en la puerta.
“¡Les presento a Valente!”
Entraron y se sentaron.
Su actitud era descortés y altanera.
Mariana se apresuró a servir unos platos y Caty le dijo con petulancia:
“Ni te molestes, chula, no vamos a comer. Sólo sírvenos una copa para brindar contigo ya que vas a ser mamá.”
La mirada de Chucho se iluminó.
“¿Qué te parece, Caty? Pronto serás tía.”
“¿Tía yo?”
Dijo extrañada.
“Mira, hermano, si fueras tú quien estuviera esperando a ese niño, estaría segura de eso, pero como no es así, pues siempre queda la duda…”
“¡Caty!”
Gritó Chucho, poniéndose de pie.
“No creo que sea momento para discutir.”
Intervino mi tío Tacho.
“Y menos para que usted, Caty, haga ese tipo de comentarios.”
Caty se levantó, con actitud retadora, sirvió otras copas para ella y su acompañante y después de dar un buen trago, respondió:
“Mire, tío, con todo respeto, creo que esto no es de su incumbencia. A usted le es fácil aprobar esta situación porque no fue su casa la que se manchó con la llegada de ésta.”
Señaló a Mariana.
“¡Basta, Caty!”
Saltó Chucho.
“¡Haz el favor de salir de mi casa y no vuelvas a poner un pie aquí!”
Le dijo fuera de sí.
Caty sonrió, burlona.
“Sí, hermanito, me voy. Pero no porque tú me corras, sino porque me sale urticaria con esta clase de gente.”
Miró de arriba a abajo a Mariana y a su mamá.
Nos quedamos consternados.
No podíamos dar crédito a lo que había pasado.
Caty y su amigo salieron de la casa, tambaleantes por el efecto del vino.