Sin mi tía Chabela, en la casa y en nuestras vidas, todo era desolación.
Junto con el ramito de rosas, que mi tío puso en sus manos antes de trasladarla a su última morada, se habían ido nuestra alegría y nuestras ganas de vivir.
Una tarde, mi tío y yo estábamos sentados en una banquita del corredor cuando algo nos llamó la atención: una figura verde y lustrosa se elevó con rapidez y se alejó a toda prisa hacia el cielo, hasta perderse de vista.
“Siempre creí que ese perico tenía las alas cortadas.”
Me dijo pensativo.
“Y, ya lo ve, Panchito, hoy comprobamos que no es así. Toda su vida estuvo aquí por amor. Bien hubiera podido haberse ido.”
“Sí, tío.”
Respondí.
“¿Sabe?”
Continuó.
“Muchos de los que me conocen pensaban que yo tenía las alas cortadas, pero eso no es cierto. Mi hermosa Chabelita nunca me tuvo a la fuerza. Si viví pegado a ella y siempre le fui fiel, fue por amor. Ahora yo quisiera salir volando tras ella, igual que el tal Rorro.
Su voz se quebró.
“Fíjese, Panchito, lo que es la vida; tan sin gracia que siempre me pareció ese perico, y resulta que ahora lo envidio…”