Donde habitan mis pesadillas

Una pesadilla sobre odio y una escuela

Bajo el perpetuo anochecer de un cielo nublado descansaba un edificio abandonado, solitario, en un paramo que se extendía hasta donde alcanza la vista. Las nubes, imbuidas en odio soplaban ferozmente una tormenta de arena rojiza con aroma a hierro obligando a encontrar refugio en el oscuro interior que las ventanas del lugar dejaban ver.

No había puerta que evitara la entrada. La placentera curiosidad dio un recorrido por mi espina dorsal erizando mi piel aún cuando mi estómago se retorcía por dentro, apretando mis entrañas e invadiendome de miedo. Qué me había llevado ahí me era desconocido, no había un recuerdo de un antes o tan siquiera de haber dormido, solo “aparecí” ahí, pero contra toda razón mi instinto exigía aventurarme en lo profundo de aquel cadáver de concreto, sin ninguna otra opción que no fuera morir de hambre en el desierto, decidí obedecer su voluntad.

Al igual que un apagón antes de la noche, la iluminación del interior era tenue. Carente de luz e invada por polvo, los pasillos del edificio se extendían cual espacio liminal, a medida que seguí mi andar la identidad de aquel cadáver se reveló, un edificio escolar. Las aulas carentes de toda alma, el polvo invadía cada rincón y la humedad extendía su paso como venas que invadían hasta el último hueco marchito. Papeles sucios, viejos y algunos ensangrentados estaban repartidos en todos los pasillos, lo más destacable eran las butacas y sillas, apiladas de tal manera que sus patas apuntaban al exterior como alambres de púas, que aún sin filo, su metal oxidado y pintado de sangre seca eran prueba de que eran capaces de atravesar a cualquiera.

Las letras escritas en cada hoja vibraban sobre el papel haciendo imposible su lectura, pero a pesar de ello entendía intuitivamente el concepto de sus escritos, imbuidos en emociones, al contener lo que parecían ser almas en sus oraciones estas decían una sola cosa.

Odio.

Aquel odio ahogaba el edificio por completo al punto que se escribió así mismo. Aquel odio escondía en el rabillo del ojo cadáveres descompuestos imposibles de ver si una los buscaba con la mirada. Aquel odio solo dejo manchas en sus paredes de lo que alguna vez fueron humanos.

Cada que subía un piso el alambre de sillas hacia más de su presencia, pronto entre ellas, rejas comenzaron a bloquear el paso, un jardín de óxido, pensé. Por cada piso, más de estás, cada vez más amenazantes y estrechas, parecían advertir a cualquiera que se acercara que detuviera su paso, desesperadas por mantener oculto aquello encerrado en su interior. Mi llegada al duodécimo piso fue guiada por el único cable del lugar, sin saber su comienzo solo podía buscar su final. La oscuridad, se sentía viva, cada vez que tenía que bañarme en ella para moverme entre los estrechos bloqueos del alambre de sillas podía sentir el frío calando mis huesos, mi sien sentía que la cortaban con una mirada y en los ínfimos rastros de luz de los ventanales abiertos, hebras eran consumidas por completo en su interior.

Llegando el décimo octavo piso, apenas salí de las escaleras el cable había encontrado su final destruido violentamente. A lo largo del pasillo, antes de siquiera dar un paso, solo había oscuridad junto a las escaleras que me llevaban al siguiente nivel, bloqueadas por el alambre de sillas. Tuve un mal presentimiento. Mi piernas se enfriaron de la nada, se sentían incapaces de soportar mi peso, al darme la vuelta para regresar, contemple horrorizado un montaña de sillas que parecían apuntar sus patas contra mí bloqueando mi entrada y salida más que por una ruta al costado que requería meterme entre ellas y la oscuridad.

Fue entonces, que a mis espaldas pude escuchar el eco de la carne cuando choca contra el concreto, de la oscuridad, un brazo, grisáceo, de más de un metro se extendió hasta aferrarse a la pared que tenía por la izquierda, otro brazo lo hizo en el techo, uno más por el barandal de la escalera bloqueada por las sillas y el último en el suelo. La cabeza de una mujer joven salió, a pesar de su cabello corto, este incluso cubría su rostro por completo, moviéndose al igual que una araña, reveló un cuerpo enorme y juvenil, una camisa blanca escolar impregnada de sangre seca de hace ya mucho tiempo y su falda roja emulaba un abdomen arácnido.

No hubo nada más que silencio, me mantuve quieto unos segundos por la parálisis que sentí en ese momento y ella, igualmente, quieta como una estatua. Aún sin decir nada pude saber todo lo que sentía, su mirada sobre mí sin poder verla, la sensación de que me odiaba sin motivo alguno. Una de las hojas en medio de nosotros cambió sus letras y de estás, solo pude entender una sola cosa.

Corre.

Aceleré en dirección al alambre de escaleras que exigía meterme en su interior para huir. Aceleraba mi paso sintiendo roces que arrancaban pedazos de mi piel, las puntas de las patas de las sillas penetrando mis extremidades en dolorosas punzadas buscando empalarme a la mínima posibilidad. Cada que salía de una barricada debía entrar a otra, y ella, pasaba entre las esquinas, a pesar de su gran tamaño se escurría entre los estrechos como un insecto acompañada del ruido de sus huesos destrozados y sus músculos reventando, cuando su cuerpo deformado salía recuperaba su forma, solo para ser destruido otra vez únicamente para alcanzarme.

Corrí tan desesperado, tan asustado que en algún punto me bañe en la oscuridad por completo y caí en su vacío, fue solo así que antes de una inminente caída desperté agitado. Mientras recuperaba mi aliento, la imagen de ella, hundiéndose calmada en la oscuridad al ver perdida su presa se grabó en mi memoria. Nunca sabré quien era ni porque estaba ahí, solo tenía certeza de que odiaba, los odiaba a todos, los mato a todos y nunca los dejaría ir.



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En el texto hay: horror, paranornal, terror suspenso

Editado: 26.07.2025

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