Donde habitan mis pesadillas

Una pesadilla sobre la infancia en cenizas

En ocasiones, los sueños son atrevidos. Latentes, casi vivos, parecen desear escapar y por ello replican la realidad en un intento por huir de nuestra mente. Uno lo cree, uno piensa que esta en casa.

El escenario frente a mí era ese afán por querer escapar de la ensoñación, mi habitación por la madrugada. Los recuerdos creados en contra de mi voluntad me decían que mi familia descansaba en el segundo piso, que sencillamente fui el primero en despertar para iniciar el día. Pero la mente no siempre es precisa, falla a través de lo simple, lo que creía mi cuarto se sentía ajeno, por ejemplo la puerta del ropero, más oscuro de lo habitual, la madera era plástica e incluso borrosa, los bordes atrapaban la luz de manera absurda, bien podría tocarla.

La iluminación también era anómala, a diferencia del tono suave del que uno se acostumbra que llena al corazón de cierto confort este parecía saturado, un azul cobrizo que llenaba las esquinas en un intento por recrear esa etapa de la mañana y por consecuencia revelaba su falsedad. La última prueba que necesitaba fue cuando salí de mi cuarto el cual daba directamente con la sala. Al final de esta, estaba la entrada la cual tenía una ventana por encima que permitía ver un pequeño fragmento del cielo, vacío, saturado, por un momento me hizo pensar que me encontraba dentro de una portada de Windows 7 por lo irreal de su color.

Pero lo más notorio, fue que al bajar mi mirada se presentaron ante mi juguetes repartidos por toda la sala. Algunos de estos solo los había visto en películas, muchos otros, eran peluches, muñecos de trapo o de porcelana. Un triciclo, cubos de letras apilados en forma piramidal, muñecos de diferentes especies y tipos sentados sobre los muebles o en el suelo, pero todos compartían una misma característica, me miraban fijamente. Inmediatamente me invadió el pánico, sin una razón clara comencé a sentir incomodidad de los juguetes los cuales evitaba al abrirme paso entre ellos en un tramo que parecían haber creado para mí. Por fuera parecían algodón y tela inerte, pero era su mirada lo que me inquietaba, a través de esos ojos negros de plástico sentía miradas clavadas sobre mí, sentía una fugas necesidad por tocarlos, pero apenas me acercaba un poco a ellos, lo evitaba, pues un humo negro escapaba de cada uno, salía de los poros de algodón de los muñecos o los bordes de los que estaban hechos de madera, de las uniones de aquellos que no eran más que metal, un aura, pensé, hostil la cual veía en mí un objeto, algo que podían consumir para alimentarse. Fue cuando me acerque al peluche de un oso que no note algo inquietante, estaba respirando. Su panza se inflamaba y contraía lentamente, respiraba con dificultad, el humo al ritmo de su respiración probaba la vida en su interior, vida atrapada, vida que deseaba consumirme.

Un escalofrío erizo mi cuerpo por completo mientras retrocedía abruptamente, atacado por un dolor de cabeza sentía las venas de mis sienes apunto de reventar, mi corazón latía con fuerza mientras la paranoia me conquistaba, era la sensación de una presencia a mis espaldas, alguien que saltaría sobre mí en cualquier momento, pero no importa cuánto mirara atrás, los malditos juguetes seguían ahí, quietos, observando, esperando.

El silenció pronto revelo un sonido suave, el ritmo de un corazón que palpita, más no se trataba del mío, sentía la vibración de cada latido a través del suelo, resonaba en las paredes, muros de carne con una capa de concreto. Aún así, no pude moverme de mi posición, ni lo intente pues a medio camino un enorme peluche se hizo presente al pie de las escaleras que llevaban al segundo piso, el de un oso grande. Sentado, mirándome, broto de sí un par de dedos sombríos que salieron de su panza viniendo del interior del muñeco, pronto lo abrieron de par en par, destrozando por completo su tela, separando su cara partiendo su rostro en mitades, dejando tan solo un hueco vacío y algodón repartido como si fuera la sangre de un cadáver.

La figura que salió del muñeco era una sombra, humanoide no más alta que yo, mientras me observaba está comenzó a agacharse con una flexibilidad que parecía inhumana mientras se ponía a cuatro patas, emulaba el movimiento de una araña, se movía con rapidez y elegancia, se apoyaba entre las esquinas como si pudiera meterse entre ellas, sin hacer nada más que observarme. A pesar de no tener una pista clara, una parte de mi presentía que esa entidad era el dueño de los juguetes, la vibración de las paredes respondía a sus acciones y a pesar de no atacarme sentía la maldad en su ser, agitaba su cabeza continuamente como si se estuviera riendo de mí y de los juguetes, esa cosa era un niño. Nuestra interacción apenas duro unos segundos pues rápidamente subió las escaleras con un movimiento arácnido e inhumano.

Pude continuar mi paso, a medida que me acercaba a la salida el calor aumentaba en la habitación, sentí una repulsión repentina por los juguetes, su naturaleza infantil quizá, una etapa que terminó y debía encontrar su final, algo inmaduro, algo molesto. Respondiendo a esas emociones la puerta de la salida dejo escapar una luz naranja de su contorno, partículas rojas se escaparon de sus esquinas expulsando corrientes de aire caliente. Al abrir la puerta, esta me llevo nuevamente a mi habitación solo que ahora estaba vacía al igual que el día en que me mudé. El atardecer había llegado y con el un incendio cubría todo mi hogar, intenté retroceder pero solo había una pared a mis espaldas. Mientras continúe mi paso, lo que encontré no fue fuego sino brasas calientes que envolvían fragmentos de carbón recorriendo parte de los muebles y las paredes impregnados como humedad. Abrí la puerta de mi cuarto para dar nuevamente con la sala solo para ver un campo de motas de fuego que flotaban apacibles en el aire, cuando un grupo se juntaba entre sí creaban una mariposa de fuego la cual comenzaba a volar sin rumbo alguno.



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En el texto hay: horror, paranornal, terror suspenso

Editado: 26.07.2025

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