Donde habla el silencio

3

—Hija, ¿pero que hay ahí afuera que tanto te gusta mirar?

La voz de su madre le sobresaltó y se levantó de un respingo, una reacción un poquito exagerada ya que no estaba haciendo nada malo. La mujer enarcó una ceja, como esperando respuesta, pero entonces cambió su expresión a una más relajada y sonriente.

—Anda, arréglate que en veinte minutos salimos.

—Sí, mami.

Elena cerró la puerta cuando salió para dejar intimidad a su hija. Alejandra se apresuró a coger un conjunto que fuera lo suficientemente abrigado, pero sin resultar asfixiante, no era muy recomendable ir vestida como un esquimal al centro comercial.

—Voy a criar pollos, si no —dijo para sí en una leve risita.

Eva daba golpes a su puerta a cada minuto para meterle prisa, estaba deseosa de que el día empezara. Parecía estar aún más feliz que ella por hacer aquella salida, al fin y al cabo, lo suyo le había costado convencer a sus padres para dejarle salir a pesar de la humedad; además de por su reciente visita al oncólogo.

Su hermana habría preferido que pasaran el día las dos solas, viendo y probándose ropa de una tienda en tienda —cosa que adoraba— para finalizar su gran día con una apetitosa comida. Pero eso era, a ojos de sus padres, demasiada responsabilidad para ella y mucha más preocupación para ellos dos. Así que el arreglo fue ir a comer juntos y prometer darles un rato de libertad para andar por ahí, lejos de su supervisión. <<Un trato justo después de todo>>, le dijo a Alejandra cuando fue a comunicarle el desenlace final del que, consideraba, un plan infalible: <<Son tela de duros, hermanita>>. Ante ese comentario, su gemela no pudo evitar reír.

Llegaron a eso de las doce al centro comercial, uno de sus lugares predilectos para pasar un sábado en familia. El parking estaba hasta los topes así que las dos muchachas se bajarían en la entrada principal mientras sus padres iban a buscar aparcamiento; una odisea según pensó Alejandra.

—¡Malditos sábados de lluvia! —escucharon decir a su padre entre dientes antes de salir del coche. Siempre se enfadaba cuando había mucho tráfico.

—Coge el paraguas grande, Alejandra —dijo su madre ignorando los comentarios de Álvaro.

—Síiii.

Corrieron hacia la entrada principal para resguardarse cuanto antes de la lluvia para, una, cerrar el enorme paraguas, y la otra, retirar la capucha del abrigo impermeable que llevaba.

Su salida comenzaba en ese preciso instante y ambas, como las gemelas que eran, se miraron y sonrieron a la par. Eva tiró con suavidad del brazo de su hermana e hizo que la siguiera escaleras arriba, que por suerte eran mecánicas.

—Las mejores tiendas están por aquí —le condujo sin ser capaz de paliar su entusiasmo.

— Lo que tú digas, hace demasiado tiempo que no vengo.

No lo dijo con intención alguna, no era más que una frase; pero notó que el semblante de Eva mutaba, por un segundo, a uno de tristeza. Se increpó por ello, aun sabiendo que no era culpable de ese pensamiento que se había colado en la mente de su hermana.

—Mira, Eva —le llamó, captando su atención—. Lo de ahí abajo…

—¡Ah, sí! —exclamó esta, cambiando la expresión—. Ya están terminando de montar la pista de hielo. Tenemos que venir la próxima vez, Ale, te va a encantar. Es súper divertido.

—¿Prometido?

—Prometido.

De nuevo se sonrieron.

Unas dos horas después, cuando se reunieron con sus padres, ya hacía un rato que estos las esperaban con una mesa cogida en el restaurante, por lo que a Alejandra no le resultó extraño encontrarse el teléfono móvil con varias llamadas perdidas una vez salió del último probador.

—Perdón, es que había mucha gente en las colas para cobrar…

—Pero, ¿se puede saber cuántas cosas habéis comprado?

La interrogativa de su padre al verlas aparecer con tantas bolsas era muy de esperar y —todo hay que decirlo— también bastante comprensible.

—Todo son cosas de primerísima necesidad, papá —se aventuró a justificar Eva de inmediato—. Y, además, he conseguido que Ale se compre una ropa monísima para cuando esté algo tristona.

Se apresuró a sacar una de las tantas prendas de alguna de las bolsas y la extendió para que la vieran bien.

—Mira, dime que no es precioso para ella.

—Un argumento demoledor el tuyo, Eva —respondió Álvaro con el ceño fruncido, aunque no pudo evitar que se le dibujara una media sonrisa. Pretendiendo sonar más serio de lo que era capaz de mostrar, continuó—. A ver si la veo más a ella con ese vestido que a ti.

Eva no hizo más que ensanchar su ya más que sincera mueca de alegría.

Comieron tranquila y relajadamente, había que aprovechar el haber encontrado aparcamiento —después de intentos ya desesperados— y una mesa alejada de las entradas de aire: un verdadero lujo para un sábado en que todo el mundo parecía haberse puesto de acuerdo para pasar el día en el mismo lugar.

—Pues me ha dicho María, mi compañera de arte, que estrenan la semana que viene una película de terror —comentó Eva mirando a su hermana con los ojos muy abiertos, como si lo que estaba diciendo fuera algo de calibre inigualable—, pero de las que dan miedo de verdad. Así que tenemos que venir a verla el mismo viernes, ¿vale, Ale?




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